Por José María Posse / Abogado, escritor, historiador.
Gregorio Aráoz de La Madrid nació el Tucumán el 28 de noviembre de 1795; se lo conoce por sus proezas legendarias durante las guerras por la independencia y las guerras civiles. Además fue líder del partido unitario, y desde ese sitial gobernó Tucumán, y efímeramente Mendoza y La Rioja. Domingo Sarmiento se refería a él como el más valiente de los valientes.
Nacido en el seno de la familia de patriotas Aráoz, de adolescente se sintió atraído por integrar el ejército que velaba sus armas para defender la libertad de nuestro suelo. En 1810, cuando llegaron a Tucumán las tropas del Ejército Auxiliar al Alto Perú, que desde Buenos Aires habían partido para volcar el apoyo de los pueblos del interior a la causa de Mayo, el aún niño de 14 años Gregorio, quiso ser parte del contingente de 200 tucumanos que se sumaron a la fuerza. Fue rechazado por su edad, pero nada le impidió, dos años más tarde, ser parte del Ejército Patrio que venció a los realistas en la Batalla de Tucumán. Es recordado que fue él, con un grupo de soldados, quienes incendiaron los pastizales a la altura de los Nogales, para así torcer el rumbo de las tropas de Tristán, quien finalmente cayó en la trampa que el general Belgrano le había tendido para sorprenderlo en el descampado del Campo de las Carreras. Lo acompañó también en la Batalla de Salta, donde recibió sus primeras heridas; apenas repuesto, estuvo en las acciones de Vilcapugio, Tambo Nuevo y Ayohuma y cubrió la retirada del ejército enfrentando a os relistas en Colpayo y Posta de Quirbe.
Participó también en la tercera campaña al Alto Perú, esta vez a las órdenes del general Rondeau, y volvió a cubrirse de gloria en Venta y Media y Sipe Sipe; nuevamente le tocó cubrir la retirada del ejército patrio derrotado en acciones memorables en Culpina y Uturango, donde se hizo famoso por salvar al general Francisco Fernández de la Cruz de una muerte segura, cargando personalmente contra la partida enemiga que estaba a punto de ultimarlo. Por todo ello se lo ascendió al grado de teniente coronel.
Cuando Belgrano vuelve a tomar a su mando el Ejército del Norte en 1816, convierte a La Madrid en su oficial de confianza y lo envía a enfrentar al caudillo santiagueño Juan Francisco Borges, al que derrota en Pitambalá. Por orden del mismo Belgrano, lo hizo fusilar días más tarde.
En 1817, Belgrano le encomendó una audaz misión en la retaguardia realista. El Teniente Coronel Patricio Trejo, un estudioso del tema, siendo él mismo un destacado comando del Ejército Argentino, nos relata: En aquella época, la situación de los patriotas era muy delicada, el ejército realista del Perú iniciaba una nueva ofensiva sobre Salta, ahora comandado por el general De la Serna y reforzado con 6.500 soldados peninsulares, veteranos de las guerras napoleónicas. En Mendoza, el grueso del ejército de los Andes marchaba hacia Chile. El Directorio tenía puestas todas sus esperanzas y recursos en esta campaña, mientras reclama al ejército del Norte una estrategia de contención al avance realista, pero sin asignarle ningún recurso. A fines de 1816, el ejército del Norte, al mando nuevamente de Belgrano, no estaba en condiciones de emprender acciones ofensivas de importancia. Salta y Jujuy seguían defendidas por Güemes y sus gauchos, sin embargo a comienzo de 1817, las guerrillas altoperuanas estaban seriamente comprometidas por la presión realista, las muertes de Muñecas, Padilla y Warnes habían dejado claro que eran difíciles de cubrir, pese a que otros caudillos seguían en la lucha. Conocidas estas graves circunstancias, Belgrano desde Tucumán concibió una original operación para intentar un nuevo apoyo a esos esforzados patriotas.
La Madrid, en sus memorias, describe la idea del plan de Belgrano: “...convencido del próximo ataque que le preparaba el general De la Serna con fuerzas muy superiores a las suyas, proyectó exponer 300 hombres, lanzándoles a la retaguardia del ejército español con la idea de sublevarle los pueblos de la retaguardia y libertarse por este medio de un ataque que le era en extremo desventajoso, por cuanto carecía en aquellas circunstancias de todos los auxilios que le eran preciso...”.
Continúa su relato el Coronel Trejo: “Belgrano debía dar una respuesta a las acciones de los realistas que le permitiera ganar tiempo a su ejército, para estar en condiciones de presentar batalla y evitar que sucumbieran las provincias norteñas, permitir a San Martín embarcarse en su empresa sin contratiempos y apoyar los movimientos revolucionarios del Alto Perú con acciones reales y hechos concretos. En este contexto gestó y planificó esta típica operación de comandos, que hoy se conoce como interdicción, que tenía el propósito de restringir y/o impedir los desplazamientos realistas en el Alto Perú, cortar sus comunicaciones, creándoles graves inconvenientes en los gobiernos locales.
En charla previa con Belgrano, La Madrid había arreglado todo para salir tan pronto como estuviesen listos 300 buenos caballos herrados de pies y manos y 600 mulas; la división se formó con tres compañías de Infantería de 50 hombres cada una de los regimientos 2, 3 y 9, más dos piezas de artillería ligera. Además, se agregaron 50 milicianos de Tucumán, tomados de los peladitos de Famaillá, uno de los cuerpos más decididos de dichas milicias.
Lo inesperado
El 18 de marzo de 1817, partió la división por los Valles Calchaquíes y la Puna para rodear la fuerza principal de De la Serna que venía bajando por la Quebrada de Humahuaca en dirección a la ciudad de Salta. La Madrid no se ajustó a las instrucciones recibidas para llegar a Oruro y desde Abrapampa se dirigió a Tarija, la cual sitió y conquistó el 15 de abril. La noticia de la rendición se expandió como reguero, levantó los ánimos de los caudillos de las republiquetas y cayó como un rayo en el campo realista; él había obtenido la sorpresa esperada y producía una seria amenaza en la retaguardia al ejército realista estacionado en Salta, Belgrano había logrado el efecto que buscaba.
Hasta aquí, la operación cumplía con lo esperado, pero a partir de allí, La Madrid redobló la apuesta y se empeñó en sitiar y atacar la importante ciudad de Chuquisaca, donde finalmente fue rechazado. Luego, se dirigió a Tarabuco, desgastando las guerrillas de indios con que habían contribuido los caudillos altoperuanos.
La presión del ejército realista que había emprendido el regreso desde Salta, obligó a La Madrid a replegarse hasta Orán donde recibió la orden de volver a Tucumán. Luego de dejar burlado a los realistas pasando entre sus divisiones, emprendió una penosa marcha de regreso por el Chaco Salteño, que tuvo mil penalidades y contratiempos. Sin caballos, tuvieron que marchar con sus monturas al hombro, hambrientos, sedientos y abriéndose paso con sus sables por entre los montes espinosos.
Para fines de diciembre de 1817, la expedición llegaba a su fin; el arribo de la división era esperado por todo el ejército del Norte a las afueras de la ciudad de Tucumán y Belgrano salió a recibirlo con todo su Estado Mayor, el gobernador de la provincia y gran parte de la ciudad. Así nos relata La Madrid lo acontecido: “Nuestro digno general, ahogada su voz por lágrimas de complacencia, felicitó a toda la división, a su jefe y oficiales”. Después de 10 largos meses de campaña, la operación concluía exitosamente, el objetivo que buscaba Belgrano se había cumplido, obteniendo el tiempo necesario para rearmar su ejército y sosteniendo esta frontera en el norte le daba la tranquilidad necesaria al general San Martín para continuar operando en Chile.
Durante la guerra por la independencia, podríamos referir cientos de hechos y relacionarlos con operaciones de tropas especiales como golpes de mano, emboscadas, bloqueos de vías de comunicación, infiltraciones, pero en realidad estaríamos hablando de tácticas que podían ser llevadas a cabo por las tropas de línea de entonces.
Pero cuando dichas acciones se llevan a cabo 1.000 km detrás de las líneas enemigas, en territorio hostil, sin apoyo logístico y respondiendo al más alto nivel de la conducción estratégica, entonces sí podríamos asegurar que por la importancia asignada a esta operación y su relevancia en todo sentido fue la primera operación especial llevada a cabo por elementos orgánicos del Ejército Argentino con un fin netamente estratégico y político.
La arenga
La Madrid, de quien se conocen muchos detalles de su vida gracias a sus “Memorias”, publicadas a fines del siglo XIX y que fueron varias veces reeditadas, arengó a su tropa veterana de aquella campaña: “Soldados: ¡Hoy hace más de nueve meses que nuestro digno general, distinguiéndonos con su confianza, nos mandó nada menos que doscientas leguas (1.000 km) a retaguardia del poderoso ejército español! El objeto de nuestro general era fiar a nuestro arrojo la importante comisión de llamar sobre nosotros al ejército enemigo, por nuestros hechos audaces a su espalda, para así salvar el nuestro, que carecía de los elementos y la fuerza necesaria para resistirlo...”.
Las luchas fraticidas que comenzaron a desangrar al Ejército del Norte en enfrentamientos entre caudillos, desviándolo de su misión principal que era terminar con los focos realistas en el Alto Perú, encontraron a Belgrano en una situación penosa. Se le ordenó enfrentar a las montoneras federales en el Litoral y allí partió junto a su bravo La Madrid. Luego de una serie de enfrentamientos, a fines de 1819, el general, sintiéndose enfermo de cuerpo y espíritu, abandonó el ejército hacia Tucumán; tiempo después lo haría también La Madrid, harto también de esta guerra fratricida. Acompañó a Belgrano, a quien se lo había cruzado en el camino en la diligencia que lo trasladaba ya muy enfermo a Buenos Aires. Allí lo visitó en sus últimos días, dándole la alegría de recibirlo, pues Belgrano le tenía una gran estima personal.
Heridas mortales
Las vicisitudes posteriores de La Madrid son muy conocidas; su heroica actuación en la Batalla del Tala, enfrentando al feroz Juan Facundo Quiroga fue legendaria. Herido de gravedad, pisoteado por la caballería enemiga, fue rescatado con heridas de muerte.
Según su testimonio, abatieron su caballo y fue rodeado de inmediato por los enemigos. Pudo defenderse un rato a estocadas, pero después cae al suelo, sin conocimiento. Tiene, dice, “quince heridas de sable: en la cabeza, once; dos en la oreja derecha; una en la nariz que me la volteó sobre el labio, y un corte en el lagarto del brazo izquierdo y más un bayonetazo en la paletilla y junto al cual me habían tirado el tiro para despenarme”. Además, sigue, “me pisotearon después de esto con los caballos, me dieron de culatazos y siguieron su retirada”. Fue dejado por muerto en el campo. Lo llevaron horas más tarde a Tucumán, luego de pasar por un curandero santiagueño que le cortó “un pedazo de la oreja que venía pendiente de un hilo” y le cosió la punta de la nariz. Estuvo sin sentido casi un mes. Tuvo sus primeras curaciones en la casa de los Ávila Aráoz (actual Peña Cultural El Cardón); increíblemente a pesar de ser heridas sucias no se infectaron y a los días fue sacado de la ciudad oculto en un carretón de leña, salvando su vida y escapando de las partidas federales que lo buscaban para ultimarlo. Tuvo sucesivas desventuras al frente del ejército unitario que lideró, con triunfos y derrotas que lo llevaron al exilio. Finalmente tuvo su vindicación en 1852 al liderar el ala derecha del Ejército de Urquiza en la batalla de Caseros, en aquella victoria que puso fin a la era rosista y abrió el camino para la institucionalización del país, con la Constitución Nacional, basada en la obra de su pariente Juan Bautista Alberdi Aráoz.
El ilustre tucumano falleció en Buenos Aires el 5 de enero de 1857 a los 61 años y sus restos se trasladaron a Tucumán en 1895, donde reposan en la Catedral de San Miguel de Tucumán. Se conserva el acta de exhumación de los restos de La Madrid, en 1895; consta que se verificaron siete cicatrices en el cráneo, más otra en la nariz y una bala de plomo que quedó para siempre alojada en la séptima costilla. El médico Eliseo Cantón, que asistió al trámite, escribiría que “no he visto en los museos, ni creo se verá jamás, otro cráneo como el suyo, con más cicatrices que hueso”. Era, dijo, “la prueba más elocuente de la forma heroica en que lidiaron nuestros antepasados y de los sacrificios sin cuento que demandó la organización nacional”.
La bravura del tucumano no fue olvidada por la posteridad. En su provincia natal, una localidad lleva su nombre; además de avenidas, calles y plazas en todas las provincias argentinas. La agrupación gaucha más antigua del norte argentino también honra su memoria; fundada el 12 de octubre de 1943 tuvo como presidente e impulsor a don Carlos Terán Mariño, a quien sucedió Vital Heredia, otro gran tradicionalista tucumano, cuyos nombres quiero dejar aquí asentados. También el Liceo Militar Gregorio Aráoz de La Madrid, en Tucumán, evoca la figura de uno de los soldados más valientes y renombrados de nuestra historia.
BIBLIOGRAFÍA: Tte Cnel Patricio Trejo “Gregorio Aráoz de La Madrid, el primer Comando Argentino”, en “Revista Militar”, publicada por el Círculo Militar en 2004