Por José Guillermo Godoy
Para LA GACETA - TUCUMÁN
Hernán Frías Silva, durante muchos años titular de Cátedra de Historia de las Ideas Políticas en la Facultad de Derecho de la UNT, fue el primero que me habló de Juan José Sebreli. Tienes que leer, me dijo, y en ese orden, El asedio a la modernidad, El vacilar de las cosas y Crítica de las ideas políticas argentinas. La lectura de Sebreli es, en muchos sentidos, un viaje sin retorno. Cuando me di cuenta, ya estaba convertido en uno de esos sebrelianos. Sabía de sus entrevistas, de sus manías y excentricidades. Aprendí, por ejemplo, que siempre escogía los asientos junto a la ventana en los bares, como si esperara un contacto perpetuo con el mundo exterior. Su autobiografía,
El tiempo de una vida, mi libro favorito, es una joya literaria. Ser “sebreliano” es, quizás, una forma de ver el mundo.
En 2010, un amigo me contactó con Iván Ponce Martínez, entonces asistente de Sebreli en temas de agenda. Me embarqué en la tarea de invitarlo a Tucumán, para un evento conmemorativo por el bicentenario del natalicio de Alberdi, que, después de mucha esfuerzo, logramos concretar. Desde entonces en mis viajes a Buenos Aires solía visitarlo.
Cuando decidimos crear la Fundación Federalismo y Libertad, a finales de 2012, no tardó en apoyarnos. Fue en ese contexto que organizamos una segunda visita de Sebreli a Tucumán, en septiembre de 2013. Su presencia tenía un doble propósito: presentar El Olimpo Vacío, un documental sobre su obra, dirigido por Pablo Raccioppi y Carolina Azzi, y entablar un diálogo público con Alberto Benegas Lynch (h), bajo la moderación de Marcelo Gioffré. El primer evento tuvo lugar en la UTN, y el segundo en la UNSTA. Aquel diálogo sorteó las tensiones que se presagiaban entre dos intelectuales de posturas tan distintas: Sebreli, el social liberal, y Benegas Lynch, el libertario. Fue el primer debate público entre ambos, y, como suele ocurrir con esas experiencias singulares, también fue el último.
En diciembre de 2017, compartimos una cena con el escritor colombiano Juan Gabriel Vásquez y el escritor argentino-canadiense Alberto Manguel, quien no dejaba de elogiar su libro Dios en el laberinto.
En 2018, nuestra Fundación le otorgó el “Premio Alberdi a la Valiente Defensa de la Libertad”.
En 2020, en pleno confinamiento, organizamos una jornada de homenaje por sus 90 años, con figuras como Blas Matamoro, Beatriz Sarlo, Tomás Abraham, Pablo Avelluto, Fernando Iglesias y Jorge Lanata. Sebreli cerró el encuentro con una frase que quedó grabada en mi memoria: “Cada vez quedan menos personas con quienes puedo hablar sobre libros y películas”, dijo. “Este homenaje ha sido un momento de felicidad”.
La última vez que lo vi fue hace solo un par de semanas, en La Biela. Compartimos un café con su inseparable amigo Marcelo Gioffré y, más tarde, se sumó a la mesa Roberto Azaretto. Al hablar del paso del tiempo, Sebreli solía citar a Simone de Beauvoir, quien veía la vejez como una experiencia de “despoblamiento” en muchos niveles: las personas van perdiendo, poco a poco, amigos, familiares, seres queridos. Un despojo lento, implacable, de la vida misma.
Se fue alguien a quien tuve el privilegio de conocer, después de haberlo leído y admirado tanto. Parafraseando a Andrés Caicedo: Que le vaya bien, querido maestro, en sus primeros días de muerte.
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José Guillermo Godoy – Presidente de la Fundación Federalismo y Libertad.