El mundo de la cultura tucumana recibió acongojado la noticia del fallecimiento de Celia Terán, a los 84 años. Licenciada en Artes Plásticas desde 1967, fue la primera Doctora en Artes con especialidad otorgada por la Universidad Nacional de Tucumán en 1998, con la máxima calificación.
Terán, entre sus múltiples cargos académicos, fue profesora de Historia del Arte Americano y Argentino; directora del Instituto de Arte Americano y Regional de la UNT, investigadora del Conicet; Miembro Correspondiente de la Academia Nacional de la Historia y Miembro Delegado de la Academia Nacional de Bellas Artes y presidió la Comisión Honoraria de Patrimonio Histórico y Cultural de la UNT.
Su labor se centró en especial en la investigación sobre las artes plásticas latinoamericanas y la arquitectura regionales y obtuvo becas para realizar estudios superiores en el exterior.
Terán fue directora de los Museos Provincial de Bellas Artes, Histórico Provincial y Casa Padilla. Ejerciendo su función en esta última institución, en 1984, se produjo la devolución de la jarra de Ibatín, que había desaparecido.
Otra faceta destacada fue la de ser autora de numerosos libros (como “Geografía de Tucumán”, “Iglesias de Tucumán. Historia. Arquitectura. Arte” y “Lola Mora. Una biografía”, junto a Carlos Páez de la Torre -h-), entre otras publicaciones.
Celia Terán nació en Yerba Buena en 1940. Cursó sus estudios secundarios en el Colegio Santa Rosa. Siendo amante de la música en general, se hizo fanática de la ópera. La pintura fue otra de sus pasiones.
Siendo alumna del por entonces Departamento de Artes de la UNT, tuvo como profesores a Luis Lobo de la Vega, Timoteo Navarro y Pompeyo Audivert, quienes la ayudaron a vivir profundamente el microclima de los talleres y “esa magia de arte” como solía decir.
Cuando aun era una estudiante y cursaba el último año de la carrera se produjo un hecho que marcó su vida: hizo como trabajo práctico un relevamiento del patrimonio cultural de la iglesia de La Banda, en Tafí del Valle. Desde entonces, su obsesión fue rescatar y hacer conocer los valores históricos y artísticos de Tucumán. Y lo hizo creyendo no sólo en su importancia académica, sino también económica. Estaba convencida de que en un turismo de tipo histórico y cultural estaba una posible salida a la crisis económica de la provincia.
Ricardo Salim la calificó en su despedida en Facebook como una “importante hacedora de cultura de nuestro país”, mientras que Marcos Figueroa la reivindicó como “una gran profesional y buena docente; como investigadora le debemos una cantidad significativa de aportes históricos de nuestra escena tucumana”.
Presencia permanente
En las páginas de LA GACETA su presencia fue permanente. Su mirada crítica afloró en varias de sus publicaciones. Alguna vez dijo que el desconocimiento de nuestro patrimonio “es por culpa de los que enseñaron, de los que educaron y de los que nos gobernaron. No logramos transmitirles a los jóvenes y a los niños que los menhires de Tafí del Valle o las estatuas de Lola Mora son objetos que nos representan”.
Y también expresó una opinión que la pintaba por completo acerca de su compromiso con nuestro patrimonio. “Nosotros siempre miramos para afuera. La forma de triunfar en el país es obteniendo reconocimiento en el exterior, y en Tucumán siendo respetado en Buenos Aires. Siempre estamos atentos a qué es lo que dice el otro; no somos seguros de nosotros mismos. No pensamos que lo que queremos nosotros es importante, siempre hay cosas mejores, entonces nos vamos a Europa, donde hay más cultura. Es porque no nos sentimos enraizados, aunque no me gusta generalizar. Por suerte en el norte tenemos todavía una cierta dosis de raíces que en el puerto no. Por eso a los porteños les llama la atención el acogimiento, la cordialidad, porque ellos están en otra cosa”.