Carlos Duguech
Analista internacional
El 5 de noviembre EEUU sabrá que se abren dos perspectivas, inquietantes ambas. Una de ellas, la segunda era Trump, muy recargada por los sonoros tambores que ejecuta a diestra y siniestra el multimillonario, sin partituras. La otra, la era posBiden y con la primera mujer con expectativa presidencial en la Casa Blanca. Y, para más, “mujer de color”.
Son tan distintos en todo los que compiten por la presidencia de la superpotencia, que resulta casi como elegir, sin embargo, una de las caras de la misma moneda. No es ocioso tener presente que el voto ciudadano en los Estados Unidos no es obligatorio. Ello configura un campo de acción preelectoral de dos objetivos: conseguir estimular en los ciudadanos el ejercicio del derecho a elegir y el de que una vez decidido hacer que se favorezca al candidato que se propone. Doble tarea, vale insistir para los contendientes en esta “guerra” en la que están embarcados Kamala Harris y Donald Trump.
Desde estas pampas se advierte que el sistema estadounidense dista del argentino, y sobre todo en la etapa en la que los votos no siempre por alcanzar mayoría en cada estado norteamericano significa una elección resuelta sino con los representantes que se consiguen en cada uno ellos de un modo extraño, en tanto el que gana por votos se lleva todos los representantes para la elección presidencial.
Hechas estas referencias es válido preguntarse lo que motiva a cada ciudadano en la emisión de su voto: la economía, los riesgos de guerra, los costos de los sistemas de salud y del diario vivir, las libertades individuales, etcétera.
El cuco inflacionario
En los Estados Unidos la inflación es “mala palabra”. Los índices que publican la reconocida consultora e investigadora de mercados, Gallup, vienen advirtiendo un proceso inflacionario que, en términos de una economía de mercado de ortodoxia estadounidense, se inquieta con un 2 %. Y se aflige, y mucho, si roza el 3%. Porque la propia y poderosa Reserva Federal prevé para el 2028 un sólido 2%.
Trump y la Unión Europea
Los países de Europa centran sus expectativas y preocupación en las consecuencias de una eventual vuelta de Trump en la conducción de la economía de los EEUU Saben de la determinación del candidato republicano de incrementar las tasas sobre la producción europea que llega a las playas estadounidenses. Y hasta se animan a predecir, lapicera en mano, una cifra que, según lo señalan desde Bruselas la Comisión Europea y el Servicio Exterior Europeo, sería de € 180.000 millones.
El eje, la economía
Todavía no se pronunciaron en Europa cómo EEUU con Trump en la Casa Blanca se comportaría frente a los dos infiernos actuales: el de Israel-Hamas-Líbano-Irán, y el de Rusia-Ucrania.
Hay que decirlo de una vez: la economía en tiempo de cierta acotada normalidad es una, y la que se desintegra en mil pedazos impredecibles en tiempos de guerra, es otra. De guerra total, entre integrantes de continentes y aún más allá de las fronteras naturales: océanos, cordilleras y las de las idiosincrasias de las culturas involucradas.
Un presidente condenado
Y en proceso aún, sobre los luctuosos hechos en el Capitolio. Claro que la muy cuestionada sentencia de la Corte Suprema de los EEUU que otorga indemnidad penal a los presidentes, podría servirle de salvavidas en caso de triunfar en las elecciones. Un lunar muy oscuro para un país que se precia de ser el principal “exportador” del sistema de la democracia y de los derechos ciudadanos. Es probable que, si Kamala Harris logra su objetivo de ganar las elecciones, Donald Trump intente repetir el mismo libreto que ejecutó cuando en el Capitolio en el año 2021 se estaban certificando los resultados favorables a Biden.
Malvinas – Gibraltar
Dos casos paradigmáticos, pero muy distintos. Las Islas Malvinas, lo sabemos de sobra, fueron usurpadas manu militari el 3 enero de 1833 por el Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda, desalojando como consecuencia al personal de una guarnición argentina cuyo gobernante Luis Vernet fuera designado como comandante político – militar, que lideró el desarrollo de la colonia argentina en Puerto Soledad.
El peñón de Gibraltar, parte de la península ibérica, en la puerta de entrada al Mediterráneo desde el Atlántico norte, es, en definitiva, una colonia del Reino de Gran Bretaña transferida en el año 1713 mediante el “Tratado Utrecht” luego de la guerra de sucesión española. Sin embargo, España formula reclamos de soberanía por incumplimiento de algunos puntos de referido tratado. Y sostiene desde hace tiempo que únicamente se dio en su momento (en 1713) “la ciudad y el castillo de Gibraltar, junto con su puerto, defensas y fortalezas pertenecientes”. Insiste España en el que el istmo, al igual que las aguas adyacentes o el espacio aéreo suprayacente, no fue cedido y siempre ha permanecido bajo soberanía española.
Los habitantes de Gibraltar votaron en 1967 en un referéndum de su deseo de permanecer bajo soberanía británica. ¿Y qué dice Naciones Unidas?: Gibraltar es un “territorio no autónomo pendiente de descolonización”. Igual criterio con Malvinas, asunto actualmente en la sección de la ONU sobre descolonización. Asimismo, prevé que se realice con negociaciones entre España y el Reino Unido. La ONU no dejó de insistir en este aspecto en ningún momento desde el año 1965. Actualmente el gobierno español realiza gestiones, casi improductivas, frente a la inconmovible posición colonialista típica de Gran Bretaña. Los argentinos sabemos mucho de eso.
La palabra soberanía, ligada a Malvinas y al archipiélago y mar circundante tiene un significado para los argentinos, pero es riesgoso que forme parte de las referencias conflictuales con el Reino Unido de Gran Bretaña. ¿Por qué? Simplemente porque no se puede escribir sobre “conflicto de soberanía” cuando en realidad es un “conflicto por usurpación”. Argentina ejerció la soberanía de las islas en tiempo de buenas relaciones y de paz con el Reino Unido hasta que desplegando una fuerza naval (dos barcos veleros) usurparon a golpe y fuego el territorio soberano de Argentina. Desde entonces hasta ahora la conducción de los asuntos exteriores de nuestro país erró cada vez: en 1902 cuando se produce el primer laudo limítrofe
Argentina – Chile con la designación, nada menos que del Reino de Gran Bretaña (usurpador de Malvinas) como el “operador” del laudo. Y también erró con el laudo sobre el Canal de Beagle sometiendo la cuestión litigiosa a la decisión arbitral de la Reina de Gran Bretaña, insistimos, usurpadora de la soberanía argentina. Es una contradicción suponer que un reino caracterizado en su larga historia por sus acciones colonizantes tuviera la capacidad y la independencia de criterios como para arbitrar entre dos países por cuestiones territoriales siendo ese reino usurpador de uno de los países que requieren el arbitraje.
Para culminar conviene tener presente que durante la guerra de Malvinas ese mismo reino se valió del apoyo estratégico militar de información de Chile en favor de su acción guerrera en 1982. Lo expresó la propia Thatcher a Pinochet en Londres.
Estando transitoriamente en España he intentado aplicar la experiencia del escritor tucumano Julio Ardiles Gray volcadas en su libro “Historias de taximetreros”: Al primero de ellos, en Madrid, le pregunté sobre Gibraltar: dijo “cuando los ingleses se fueron de la Unión Europea, el gobierno español debió actuar sobre Gibraltar, que estaba en la UE”; la segunda, una mujer taximetrera respondió “lo que se regala no se quita”. Cuando referí que el gobierno estaba en nuevas negociaciones con Gran Bretaña por incumplimiento dijo “ah, no sabía. No es un asunto que preocupa”. En Barcelona un taximetrero dijo “es un asunto del otro lao” (clara definición del espíritu separatista catalán). Finalmente otro conductor expresó que lo de Gibraltar era “asunto de políticos”.