Emilio Jurado Naón: "Es importante discutir a Roca, pero no para decir si era bueno o malo, sino para hablar del presente"
Tucumán, década de 1830. Gobierna el caudillo federal Alejandro Heredia, implacable con los “salvajes unitarios” insurrectos en Famaillá. Entre ellos figura José Segundo Roca, quien aguarda resignado el encuentro con el pelotón de fusilamiento. Pero una cadena de eventos afortunados le salvará la vida y la protagonista del milagro se llama Agustina Paz. Justamente el nombre de la futura esposa del coronel Roca fue el elegido por Emilio Jurado Naón para titular su novela.
El episodio implicó la conformación de una familia en cuyo seno nacería el presidente Julio Argentino Roca. Jurado Naón lo cuenta en una versión libre, desde la voz de una mujer que no descuella en los libros de historia pero se sitúa en el centro de una trama clave para el devenir de la provincia y del país. Su hermano Marcos Paz sería gobernador y vicepresidente de Bartolomé Mitre, mientras su hijo encabezaría la generación del 80, con todo lo que eso representó para la Argentina.
Jurado Naón habla de “Agustina Paz” como pieza de un proyecto integral que toma a Julio Argentino Roca desde un enfoque de lo más particular. Es la historia contada, expuesta y analizada con el ojo puesto en el presente.
- ¿Cómo nació tu interés por rescatar este episodio tan llamativo?
- Se trata de la cuarta publicación de una serie en la que vengo trabajando hace tiempo y que se llama “Roca y los Schóo”. Básicamente, la idea es hacer varios libros en distintos géneros literarios; puede ser poesía como el caso de “Zanja grande”, o novela como “Los Pincén”. Siempre aparece la figura de Roca, pero en distintas épocas y territorios del país.
- No podía faltar Tucumán...
- Lo que representa Tucumán es el lugar de nacimiento de Julio Argentino Roca, y esta novela -si se quiere como excusa- se basa en un hecho histórico, que es cómo se conocieron el padre y la madre de Roca, si bien se trata de un episodio que está ficcionado. Detrás del proyecto también está la idea de narrar o construir de manera ficcional distintos territorios de la nación. Incluso de poner en cuestión la idea de límite, como traté de hacer en “Los Pincén” con el tema de la frontera entre los criollos y los indios, Pincén era un cacique, quizás el último cacique que se resistió a la conquista, entonces todo transcurría en esa zona límite.
- Se trataba de fronteras porosas, y algo similar sucedía con unitarios y federales. La familia que hoy estaba en un bando mañana militaba en el otro, ¿eso está representado en la novela?
- Hay todo un juego histórico que se dio. Justamente, el coronel Roca, futuro padre del presidente, cambió de bando varias veces a lo largo de su vida. Era algo que solía pasar y que sigue pasando en política, aunque no en todos los casos. Me interesa lo de la palabra porosa, es muy precisa y sirve para hablar de esa frontera con el indio y los fortines, tantos avances y retrocesos. En término de unitarios y federales me gusta trabajar el tema de la familia. Al principio de la novela, la narradora Agustina Paz dice que (en Tucumán) “todo queda en familia”. Porque si bien eran bandos en disputa, enemigos, había vínculos familiares que los relacionaban. En distintas provincias eso se sigue manteniendo.
- ¿Cómo llegás a Agustina Paz y a convertirla en la protagonista?
- Está claro que es un personaje histórico, pero no se lo conoce mucho. Digamos que no apareció en los anales de la historia. Llego ahí porque a partir de este proyecto sobre Roca me puse a leer un libro de un tío abuelo mío en el que rescata distintas historias familiares, muchas veces con forma de anécdotas de sobremesa. Cosas que se contaban en la familia de mi madre y que eran versiones mitológicas. Él trató de desmitificar algunas de esas cosas que se contaban, pero al mismo tiempo traía más confusión al asunto. Es una confusión que a mí me interesa desde el lado literario y de la ficción.
- ¿Y cómo seguiste?
- Una de esas historias tenía que ver con cómo salvó su vida el coronel Roca. Había varias versiones y una de ellas indicaba que Agustina pidió su mano y con eso, según una antigua ley consuetudinaria, se salva la vida del condenado a muerte. A partir de ese eje narrativo me puse a escribir la novela con el interés de que la voz que la narrara fuera la de Agustina Paz, personaje menor para la historia, pero al que con la ficción quise construir como fundante o primordial.
- Escribís sobre una etapa clave en la historia de Tucumán, marcada por la violencia política y por la abundante sangre que corría. ¿Cómo abordaste ese aspecto?
- Hay una tesis de Ricardo Piglia acerca de que la literatura argentina nació a partir de un hecho violento. Es evidente que ese momento del siglo XIX argentino estuvo transido por la violencia, aunque eso siguió en el XX y también en la actualidad. El atentado a Cristina Kirchner cuando era vicepresidenta es un ejemplo. Esto indica que la violencia sigue latente en nuestro sistema político. Por eso me interesaba esta idea medio mítica de salvarle la vida a un condenado a ser fusilado.
- Que en principio no era el coronel Roca...
- Es que no hay mucho romanticismo en la novela. De hecho Agustina, muy pragmática, va a salvarle la vida a otro hombre que le gustaba, Ángel López, pero cuando llega ya está muerto. Quizás en ese pragmatismo a Agustina Paz se le ocurre una manera distinta de lidiar con los conflictos. Es como una idea que va apareciendo en el texto: un personaje que dentro de toda esa violencia del fusilamiento y en circunstancias medio adversas y medio fortuitas encuentra otra posibilidad.
- ¿Cómo es tu relación con la novela histórica? En tus libros las aproximaciones son muy particulares y con un trabajo especial con el lenguaje.
- La cuestión del lenguaje siempre me interesó porque me formé leyendo poesía más que nada o una narrativa muy ligada a la escritura poética. Me marcó mucho una frase de Ricardo Zelarayán; él decía que la prosa es poesía o nada. Esto lo levanta Fabián Casas cuando dice que un narrador que no lee poesía es un semianalfabeto. Bueno, tomé esas dos consignas con las que estaba muy de acuerdo y traté de usarlas para la escritura. Después aparecen los materiales de la historia argentina como otro interés paralelo, pero es un material que puede ser como cualquier otro. No me interesa la novela histórica como subgénero, me parece que habría que discutirlo.
- ¿Por qué?
- Si me decís novela histórica pienso primero en que es una novela que ilustra un acontecimiento histórico y que no tiene mucha libertad para deformarlo o contradecirlo o hacer variantes ficcionales. Tenés que ajustarte a ciertos elementos puntuales de la historia porque si no la estarías falseando, o sea que no sé si tiene mucho de ficción. Se me ocurren “La novela de Perón”, de Tomás Eloy Martínez; o “Soy Roca”, de Félix Luna. Entonces hay que impostar una voz narrativa y se pueden ver en detalle escenarios que se ficcionalizan, pero el corazón sigue siendo el hecho histórico. Imagino que esos autores investigan mucho la historia mientras desarrollan la novela, cosa que no es mi caso.
- ¿Entonces dónde queda la historia en tus libros?
- La novela histórica suele mirar hacia el pasado como algo ya consolidado. Félix Luna narra la vida de Roca desde la voz de Roca, pero como algo que ya está cerrado, con seriedad y con mayúsculas. Y a mí, justamente, de esta serie sobre los Roca me interesa la historia con minúsculas. O sea, contar ese pasado como algo efectivamente ligado a la conformación de nuestra identidad, pero que sigue siendo algo activo hoy. Hay cuestiones de unitarios y federales, del gobierno de Roca, de la Guerra del Paraguay, que siguen siendo importantes para nuestro presente político y para la narración de ese presente.
- ¿Cuál es tu visión de la figura de Roca, tan en discusión en los últimos tiempos?
- Me parece que discutir y conversar sobre las fortalezas y debilidades de los próceres es clave. Bajar del pedestal es algo que hay que hacer todo el tiempo con las figuras y con los acontecimientos históricos. Después algunos querrán tirar la estatua abajo y otros querrán reconstruir o defender esa estatua. Justo con Roca está el tema de desmonumentalizarlo, cosa que viene de un movimiento que tiene mucho que ver con los pueblos originarios. Creo que ahí es donde resuena más el tema de Roca, si bien él como figura representa un montón de cosas: la consolidación del Estado-nación, el fin de las disputas internas con el Partido Autonomista Nacional, la Ley de Educación, la pelea con El Vaticano... Hay un montón de cosas que podés tomar que hizo Roca o con las que estuvo vinculado, digamos sistemas de votación dudosos o fraudulentos, también la violencia política y el gobierno de una oligarquía. Un montón de cosas que se pueden discutir.
- ¿Y por dónde está pasando el centro del debate?
- Creo que desde hace unos años lo que subió es la discusión por la llamada Conquista del Desierto. Ahí aparecen actores que durante muchas décadas estuvieron más bien acallados e invisibilizados, que son los pueblos originarios, y como argentinos tenemos una deuda respecto a eso. En mi opinión habría que seguir la línea de Bolivia, que se declaró estado plurinacional, y no quedarse sólo en cambiar algún nombre. Pero se trata de implementar políticas culturales y sociales que en Argentina no se hacen, entonces en el imaginario sigue estando que todos somos descendientes de europeos, lo que es una mentira.
- Volviendo a Roca, ¿cuál sería la conclusión?
- Pienso que como herederos de la historia lo importante es discutirlo, pero no para decir si era bueno o malo, sino para hablar de nuestro presente y de nuestro futuro. En mi proyecto no tengo pensado ningún texto sobre la vida y la obra de Roca, más bien apunto a qué pasa con el apellido, qué pasa con la frontera y los indios, todo lo que lo rodea. De alguna manera la figura de Roca es como un prisma desde el que se puede mirar, porque está atravesado por un montón de elementos que todavía están activos hoy.
El autor
Emilio Jurado Naón nació en Buenos Aires en 1989. Es licenciado y profesor en Letras por la Universidad de Buenos Aires (UBA). Codirige “Rapallo”, revista y editorial de poemas y ensayos, y es un habitual colaborador por medio de reseñas de libros y artículos en distintas publicaciones.
Su primer libro fue “A rebato” (2013), al que le salieron “Sanmierto” (2019), “Tópico de los dos viajeros” (2020), “Zanja grande” (2021) y “Los Pincén” (2022). La novela “Agustina Paz” fue editada por el sello Emecé.