Tito y la Máquina del Tiempo

Tito y la Máquina del Tiempo

Tito y “El Nostalgiómetro”, imagen creada por el autor con Dalle3, de OpenAI. Tito y “El Nostalgiómetro”, imagen creada por el autor con Dalle3, de OpenAI.

El taller de mi abuelo Tito era un lugar mágico. Limaduras de hierro se aferraban a sus manos como diminutas partículas de polvo de estrellas. Herramientas colgaban de las paredes, cada una con su historia susurrada en el mango gastado. Un aroma a aceite, metal y madera vieja impregnaba el aire, el perfume de las ideas naciendo.

Era 1987 en Punta Chica, y la lluvia y el viento azotaban los ventanales, como si Hefesto, dios del fuego y la forja, celebrase lo que estaba a punto de suceder.

"Esta vez tiene que funcionar", murmuró Tito, ajustando el último tornillo de su obra maestra: el Nostalgiómetro. A sus sesenta y cinco años, había dedicado más tiempo a esta máquina que a cualquier otro proyecto. Sus vecinos lo llamaban "el loco de los inventos", pero a él no le importaba. Sabía que estaba a punto de hacer algo extraordinario.

El Nostalgiómetro parecía un híbrido entre un reloj de péndulo y un antiguo televisor-radio. Sus manijas brillaban bajo la luz tenue de las lámparas del taller. Tito respiró hondo y giró la manivela principal.

Un zumbido eléctrico llenó el aire, seguido de una explosión silenciosa de luz. Tito tosió, desconcertado por una nube de polvo. No el polvo familiar de su taller, sino un polvo antiguo, cargado con el aroma de tiempos remotos.

Sumeria, 3500 AC.: El origen del cálculo

El calor era sofocante. Tito se encontró en medio de un mercado bullicioso, rodeado de mercaderes que regateaban en una lengua desconocida. Intrigado, se acercó a un grupo reunido alrededor de una mesa baja. Un anciano, con los dedos manchados de tierra, manipulaba pequeñas fichas de arcilla sobre una superficie dividida en columnas.

"Observad", dijo el anciano, y aunque sus palabras eran extrañas, Tito las entendía perfectamente. "Este instrumento nos ayudará a llevar la cuenta del grano y del ganado. Ya no tendremos que memorizar cada transacción".

Era un ábaco de polvo, precursor del ábaco de cuentas que Tito conocía.

"Maestro", preguntó un joven aprendiz, "¿para qué necesitamos esto? Siempre he contado con los dedos".

El anciano sonrió con paciencia. "¿Y qué harás cuando tengas que contar más de lo que te permiten tus dedos? ¿O cuando tengas que recordar las cuentas de todo el pueblo?"

El joven guardó silencio.

"Esta tabla con sus marcas, -continuó el sabio-, es una extensión de nuestra memoria. Nos permite manejar cantidades que, de otra manera, serían imposibles de concebir."

"El primer paso hacia las computadoras", susurró Tito, ganándose una mirada inquisitiva del anciano.

Una nueva vibración del Nostalgiómetro lo arrancó de la escena antes de que pudiera explicarse.

París, 1642: La Pascalina

Un joven, con el rostro iluminado por la luz de una vela, manipulaba un intrincado mecanismo de engranajes y ruedas dentadas.

"¿Necesitas ayuda?", preguntó Tito, acercándose.

Blaise Pascal ni se inmutó. Estaba demasiado absorto en su creación, la Pascalina. "Mi padre se está quedando ciego calculando impuestos", explicó sin levantar la vista. "Necesito construir algo que haga los cálculos por él".

"¿Como un ábaco, pero que funcione solo?", preguntó Tito, sin pensarlo.

"¡Exactamente!", exclamó Pascal, mirándolo finalmente. "Pero estos engranajes... se resisten. Es como si..."

"Como si necesitaran memorizar los resultados", completó Tito, señalando una pieza específica. "Igual que nuestro cerebro retiene los números que aprendemos".

Pascalina, la primitiva calculadora mecánica creada por Pascal. Pascalina, la primitiva calculadora mecánica creada por Pascal.

Pascalina, la primitiva calculadora mecánica creada por Pascal

Los ojos de Pascal se iluminaron. "¡Eso es! No solo deben girar, deben recordar". Tito se desvaneció mientras Pascal, convencido de haber soñado, siguió con su creación.

Inglaterra, 1833: Ada Lovelace y la Máquina Analítica

"¡Charles, esta máquina puede hacer mucho más que calcular!", dijo Ada Lovelace a Charles Baddage, con entusiasmo mientras señalaba unas tarjetas perforadas. "Puede componer música, crear dibujos, ¡puede seguir cualquier instrucción que le codifiquemos!"

Charles Babbage, orgulloso de su Máquina Analítica, la observaba con una sonrisa.

"Como un telar que teje números", murmuró Tito desde un rincón del taller. Ada se giró, sorprendida y complacida.

La máquina Analítica, ¿acaso el primer razonador computacional? La máquina Analítica, ¿acaso el primer razonador computacional?

La máquina Analítica, ¿acaso el primer razonador computacional?

"¡Justamente! La Máquina Analítica es como un telar, pero en lugar de hilos, usa números y símbolos. Y las tarjetas perforadas son como las instrucciones que le dicen qué patrón debe seguir."

Antes de que Tito pueda pronunciar “Es como la programac…” se desvaneció nuevamente.

California, 1976: El sueño de Steve

Un joven Steve Jobs, con sus jeans gastados y remera blanca impoluta, mostraba con orgullo una placa de circuitos de la Apple II.

"Las computadoras deben ser tan fáciles de usar como una tostadora", declaraba con pasión. Los oyentes lo escuchaban y pensaban por dentro: “Cómo vende humo este”.

- "Cualquiera debería poder usarlas sin necesidad de un manual de instrucciones". Continuó Steve.

- "Como el ábaco", sonrió Tito. "Tan simple que cualquiera puede entenderlo".

- "¿Quién eres?", preguntó Jobs, intrigado. "Hablas como si..."

Pero el Nostalgiómetro ya lo estaba transportando a su siguiente destino.

Nueva York, 1997: Kasparov vs. Deep Blue

Garry Kasparov, el campeón mundial de ajedrez, observaba el tablero con el ceño fruncido. Su oponente no era humano, sino una imponente computadora: Deep Blue, creada por IBM.

"Es increíble", murmuró Kasparov, con una mezcla de fascinación y aprensión. "No solo calcula. Parece que piensa, que crea estrategias".

- "¿Como un artista?", preguntó Tito, desde la multitud que observaba la partida con asombro.

Un flash de luz lo envolvió, mezclándose con los flashes de las cámaras que registraban la histórica derrota de Kasparov.

El último viaje

Era 2003. Federico, su nieto, lo miraba con admiración.

- "Che, Tito, ¿funcionó tu máquina?", preguntó el niño.

El abuelo cerró el libro, “El Nostalgiómetro”, su título escrito en letras doradas sobre la cubierta. Luego, con sus manos arrugadas por el tiempo, sacó una pequeña llave de bronce de su bolsillo.

- "Funcionó incluso mejor de lo que esperaba, Fede. ¿Sabes qué aprendí en mi viaje? Que cada gran invento nace de una necesidad simple: la de ayudar a los demás. El ábaco de polvo ayudaba a los antiguos sumerios a llevar sus cuentas. La Pascalina aliviaba la carga de trabajo del padre de Pascal. Ada soñaba con máquinas que crearan belleza. Steve Jobs quería que las computadoras estuvieran al alcance de todos. E incluso Deep Blue, nos ayudó a comprender mejor el funcionamiento de nuestra propia mente".

Puso la llave en la mano de Federico. "Ahora es tu turno de inventar. El futuro necesita soñadores".

Esa fue la última tarde que pasé con mi abuelo. El Nostalgiómetro nunca volvió a funcionar, o tal vez se perdió entre los nebulosos recuerdos de mi infancia, donde la fantasía y la realidad se entremezclan. Esa noche, Tito se despidió de este mundo, para reunirse con los grandes inventores de la historia.

Querido lector, este cuento es un homenaje a mi abuelo Alberto “Tito” Adduci y a todos los soñadores que se atreven a crear un mundo mejor.

A cada genio, a cada inventor, a cada científico, a cada loco: ¡Gracias totales!

Comentá en la nota y dejá tu homenaje a algún científico, inventor o quizá también a tu abuelo. Contame por qué crees que cambió el mundo. Te leo. Hasta la próxima.

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