Tres economistas, dos de origen británico-estadounidense y otro turco, fueron galardonados durante la presente semana con el Nobel de Economía porque en sus trabajos académicos vincularon la calidad institucional con la prosperidad de los países y apuntaron a demostrar que las sociedades “con un pobre Estado de derecho e instituciones que explotan a la población no generan crecimiento o cambios para mejor”.
Nunca está bueno sentirse el ombligo del mundo, pero el enunciado del teorema que dio a conocer la Academia sueca al explicar los porqué del galardón tripartito se corresponde al milímetro con la Argentina degradada de hoy en día, cansada de vivir de tobogán en tobogán. Un país que, en la caída, fue tomando una caótica velocidad a través de casi un siglo y que hoy está habitado por una sociedad que ha recurrido hace menos de un año al manotón de ahogado que se llamó Javier Milei. El mismo Presidente sabe que él es un accidente de la historia y no se niega a reconocerlo. Es más, cada vez que puede lo plantea de esa manera y con mucha seriedad.
Lo cierto es que, sin quererlo, el tridente de economistas ha sido un impulsor bastante decisivo a la hora del cambio de discurso que mostró Milei durante la semana. Si estamos así, hay que hacer todo “diferente” entonces para revertir el proceso, se convenció el Presidente y de ese modo se dedicó a hacer docencia a través de una comunicación mucho más de verdad que la chapucería habitual. Así, él dejó de lado, al menos por un rato, los rugidos que llenan oídos transitorios y pasatistas, lamentable carne de cañón de las redes sociales, “Gobernar es explicar”, recordaba esta columna hace dos semanas y parece que el impulso de sus colegas galardonados hizo que Milei recogiera el guante, ya que a eso se dedicó a full por estos días, cambiando presumiblemente de público, pero dándole la chance también a que sus explicaciones generen pensamientos diferentes en mucha gente joven que hasta ahora decía preferirlo únicamente por su presencia disruptiva en las plataformas y no por mucho más. Además, Milei pareció bajar el tono, dejar las agresiones de lado y empezó a hablar como un presidente convencional, más al gusto de las audiencias conservadoras que se espantaban por sus informalidades de “enfant terrible”.
Bueno es recordar también que el Gobierno venía de perder por goleada ante la opinión pública la cuestión del veto al Financiamiento Universitario, ya que desde el otro lado la cosa se presentó como un ataque a la educación pública de parte de los malvados de la ultraderecha que buscaban el arancelamiento para condicionar el acceso a los más pobres. Así, fue catalogada por quienes gambetean las auditorías una cuestión tan metida en la sociedad, casi un orgullo nacional que dejó al Gobierno tieso, ya que no sólo no tuvo músculo para neutralizar los argumentos, sino que se dejó ganar la cuerda.
Probablemente por ese derrape, Milei acertadamente creyó que era necesario poner la cara y clarificar el tema dentro de los cánones de la comunicación tradicional y no le fue mal, mientras los trolls libertarios que maneja el asesor Santiago Caputo seguían ocupados en el pasatismo de las redes, sin aportar una sola idea. Dicho de otra manera, el Presidente tuvo que arriesgarse a ser su propio fusible en un tema más que crítico.
El “rally” de Milei de la semana, que fue calentando motores desde el martes en la TV con la cuestión universitaria, luego siguió en las Jornadas del BCRA de un modo más técnico y terminó en IDEA con un discurso que tuvo agregados fundamentales, ya que pretendió marcar el nuevo camino en nombre de un giro copernicano, aunque con algunas expresiones de deseos algo más impostadas dedicadas a moderar las críticas que se le hacen por dejar de lado las creencias que él mismo expresa, como el tipo de cambio controlado, un procedimiento nada liberal por cierto.
En esta última alocución, la que además tuvo para el manejo del escenario el mérito de ser bastante espontánea, ya que el Presidente sólo se guió con los números de un ayuda-memoria y sin lectura, como si los conceptos fueran parte de sí mismo (otro acierto discursivo), Milei repitió de modo casi mecánico probablemente para fijar didácticamente el concepto, 11 veces la palabra “diferente” (ocho de ellas casi en un mismo párrafo). “¿Por qué va a ser diferente si siempre terminó de la misma manera?, se preguntó.
“En el caso argentino siempre terminó mal. Así, que es un poquito más desafiante explicar por qué esta vez será diferente”, repiqueteó y se dedicó a dar las explicaciones técnicas del caso y a mostrar convicción en el rumbo, frente a un auditorio que esperaba justamente eso.
El trasfondo de la decadencia, la que describieron en general los economistas del Nobel, pasa en el caso de la Argentina por el empecinamiento en la terapéutica que se adoptó durante décadas, tratamiento que Milei dice estar resuelto a desterrar. El punto central de la obstinación que ha llevado al deterioro de la sociedad o dicho en los términos de los economistas laureados a la no prosperidad, pasa por medir la responsabilidad que tuvieron quienes inyectaron el virus que llevó al paciente a la adicción (las políticas populistas, por ejemplo), pero también en la tolerancia del cuerpo social, envalentonado cada vez que creía que los anabólicos serían para siempre.
El problema surge cuando se analizan las causas de ese empecinamiento y en la demolición que las malas políticas hacen primero que nada de las instituciones para tener a la sociedad comiendo de la mano. La persistencia en los enfoques de la política o bien la resistencia de la gente al cambio han contribuido también al rechazo o a ignorar alternativas o sugerencias que podrían ser más efectivas. Nada que la Argentina no conozca.
Una frase muy trillada dice que no se pueden esperar resultados distintos si se hacen siempre las mismas cosas y esta vez, aunque haya requerimientos permanentes para que mejore el nivel de la actividad económica, el Presidente buscó dejar la sensación que, desde el ancla fiscal que utiliza el Gobierno a la hora de no gastar más de lo que entra (Luis Caputo), hasta el trabajo de reformas estructurales (Federico Sturzenegger), el Gobierno lo tiene todo bajo control bajo la premisa de hacer cosas “diferentes”. Ahora, habrá que ver si esa sensación se traduce luego en hechos y derrama Igualmente, si el de la comunicación parcelada era uno, el Gobierno aún muestra otros varios lastres todavía, algunos de los cuáles los empresarios de IDEA, en la misma sintonía del trío de los Nobel, han hecho notar en las conclusiones del Coloquio de Mar del Plata tras escuchar al Presidente.
“Muchos de los problemas económicos y sociales de la Argentina son también producto de una institucionalidad débil. Reglas claras, transparencia y respeto de las instituciones son la base de un clima de negocios que permita recuperar la inversión y la generación de empleo”, se dijo oficialmente en el discurso de cierre.
Bastante conformes con sus definiciones económicas, las que ponen al sector privado en el centro de la escena como parte del cambio de paradigma del Estado controlador, probablemente el germen de la poca institucionalidad que causa el atraso, los referentes económicos insistieron con la necesidad de tener “jueces probos”, un tiro por elevación al berrinche presidencial de mantener la candidatura del juez Ariel Lijo a la Corte Suprema y en que sea algo prioritario “el acceso a la información pública y la libertad de prensa y expresión”.
Esto es por el lado del Gobierno, pero para completar el análisis sobre los por qué de la decadencia de las naciones, no sólo parece bastar con la determinación del gobernante o con sus recursos técnicos, sino que la gran pregunta a contestar, que también vale para las personas de modo individual, es en qué momento una sociedad se decide a encarar algo “diferente” para llegar a la solución de una problemática tantas veces irresuelta a través de nuevas perspectivas. ¿Cuándo tocó fondo, cuándo no tiene más remedio o cuándo observa el porvenir aún más oscuro?
Hay momentos-clave que calan hondo y que generan alta frustración y desánimo, sobre todo después de múltiples intentos fallidos. El desbarranque kirchnerista fue el motor, pero hay que tener siempre en cuenta que la mala memoria es traicionera. Por motivos que los responsables suelen explicar por su exagerado amor al gradualismo, Mauricio Macri fue corrido de escena y todavía la gente no se lo perdona del todo. Hoy, aunque todavía con muchos reparos y quizás también con cierto miedo al fracaso en este último intento, Milei sería uno de esos momentos.