¿Qué pasa con “La sustancia”? ¿Qué pasa con el body horror? ¿Qué pasa con Demi Moore? ¿Qué pasa con Margaret Qualley? ¿Qué pasa con la desnudez? ¿Qué pasa con la vejez? ¿Qué pasa con la juventud? ¿Qué pasa con las salas de cine de Tucumán que no quieren soltarla? ¿Qué pasa con otras salas, que la soltaron y la volvieron a traer? ¿Qué pasa con lo explícito? ¿Qué pasa con lo grotesco? ¿Qué pasa con el final? ¿Qué pasa con la directora Coralie Fargeat? Cuando hay tantas preguntas haciendo bullicio alrededor de una película, conviene ir a verla. No porque vaya a ser la mejor de todos los tiempos, de hecho “La sustancia” no lo es, pero quizás sí sea la película más movilizante de la industria en 2024. Allí, Elisabeth Sparkle (Demi Moore) es una veterana actriz de Hollywood que ya ha perdido terreno. Por eso decide probar una extraña sustancia que promete devolverle la juventud. “La sustancia” no moviliza de forma sutil. Ni en su forma, ni en su fondo. Las formas: quizás en el medio de esas preguntas escuchemos etiquetas como “horror corporal”. Se trata de un subgénero del terror propiamente dicho que consiste en mostrar de forma explícita modificaciones grotescas o perturbadoras del cuerpo humano. Fargeat apela a todas las herramientas del “body horror” para dejar en claro su punto. En Estados Unidos se viralizaron videos de espectadores mostrando su “asco” para la parte final, por ejemplo. Las formas también son las actuaciones. Grandes actuaciones. El fondo: el mensaje de la película, ese que tiene que ver con la mirada ajena, lo superficial, la juventud eterna, los patrones de belleza, el patriarcado, son repetidos hasta el hartazgo. Las referencias a históricas películas de Stanley Kubrick, David Lynch y David Cronenberg le dan forma a la invitación y a que usted conteste la pregunta inicial: ¿qué pasa con la sustancia?