Las asambleas de la SIP (Sociedad Interamericana de Prensa) han dejado su huella en la historia del periodismo y de la discusión pública en las Américas. Desde allí se impulsaron pronunciamientos que constituyeron hitos globales en la defensa de la libertad de expresión como la Declaración de Chapultepec, suscripta a lo largo de los años por más de 60 presidentes y primeros ministros que se comprometieron a defender a la prensa por el lugar estratégico que desempeña en la dinámica democrática.
Las convenciones de la SIP también fueron ámbitos de disertaciones memorables. El presidente John F. Kennedy dio uno de sus últimos discursos en una asamblea de la SIP, en Miami, tres días antes de ser asesinado en Dallas. Fue en otra asamblea, en Los Ángeles 1996, donde Gabriel García Márquez pronunció su más célebre frase sobre el periodismo al calificarlo como “el mejor oficio del mundo”. Un año después, en una asamblea en Guadalajara, Tomás Eloy Martínez ofreció su más recordada lección periodística: “Lo que escribo es lo que soy, y si no soy fiel a mí mismo no puedo ser fiel a quienes me lean”, dijo en esa ocasión. En 2007, en una asamblea en Cartagena de Indias, Bill Gates señalaría las ventajas de los “gobiernos electrónicos”. Más cerca en el tiempo, en una asamblea en Charleston, Mario Vargas Llosa apuntaba que “la prensa siempre será acusada por el poder político de interesada e injusta”.
Los encuentros de la SIP propiciaron reuniones que se constituyeron en fuertes símbolos de la apuesta al diálogo y la tolerancia. Fuimos testigos de una conversación, con notables gestos de amabilidad, entre la presidenta Michelle Bachelet -cuyo padre murió por las secuelas de las torturas del gobierno de Augusto Pinochet- y Agustín Edwards, editor chileno cercano al régimen en sus inicios. O de la convivencia armónica en un mismo ámbito entre el entonces presidente peruano Ollanta Humala con sus antecesores Alan García y Alejandro Toledo.
Hubo momentos llamativos. En la SIP de Mérida, en 2010, el presidente mexicano Felipe Calderón se encontró con el flamante presidente colombiano, quien más tarde ganaría el Nobel de la Paz, Juan Manuel Santos. Después del evento protocolar, Santos se quedó participando de las comidas de camaradería como un asistente más. Allí estaban muchos de sus amigos y seres queridos. Su hermano era en ese entonces presidente de la SIP. El presidente de Colombia, periodista y ex subdirector del diario El Tiempo, había sido miembro de la Comisión de Libertad de Prensa de la institución.
Han pasado por la SIP mandatarios de los más diversos colores políticos, desde Pepe Mujica a Mauricio Macri. También resuenan las ausencias cuando la SIP sesiona en un país. La de Cristina Kirchner en Buenos Aires 2008 o la de Andrés Manuel López Obrador, el año pasado, en la ciudad de México. Javier Milei está invitado a la edición 2024 y esta semana comprobaremos si decide finalmente asistir.
Escenarios
Uno de los invitados destacados y confirmados de este año es Marty Baron, el reconocido ex editor del Washington Post que acaba de publicar Frente al poder, libro sobre sus años al frente del diario durante la era Bezos-Trump. También se referirá a los escenarios que pueden sobrevenir a partir de las elecciones presidenciales norteamericanas del próximo 5 de noviembre. “Si gana, pienso que Trump impulsará muchas medidas contra la prensa. Desde cargos contra canales de televisión cuyas coberturas juzgue injustas a demandas contra la filtración de asuntos de seguridad nacional. Sabemos que le encanta demandar periodistas y que es muy costoso lidiar con ellas”, le dijo a LA GACETA, durante un encuentro periodístico, hace unos meses.
La cuestión central de la asamblea 2024 de la SIP es, como diría Ortega y Gasset, “el tema de nuestro tiempo”. Los desafíos de la revolución digital, la irrupción de la Inteligencia Artificial y el debilitamiento acelerado de nuestras democracias en sociedades crecientemente polarizadas. Una paradoja contemporánea es la vocación simplificadora de buena parte de la dirigencia y de la ciudadanía en una era de acelerada complejidad. La búsqueda de una reducción de los matices de la realidad a un eslogan, un tuit, un meme, un rótulo maniqueo, un insulto. Simplificaciones que reemplazan el intercambio de argumentos y posiciones -como mecanismo de construcción de consensos- por el camino fácil de la descalificación del otro o la postulación dogmática –e imposición- de una idea propia. El periodismo es una herramienta posible para recuperar los colores y la densidad de la realidad en la discusión pública para, de ese modo, resolver diferencias y esbozar un proyecto común. Esa propuesta entra en conflicto, inevitablemente, con quienes buscan soluciones mágicas y con aquellos que intentan exacerbar el resentimiento y las frustraciones sociales para usarlos como combustible de un proyecto político.