Hace unos 5.000 años los chinos escribieron los primeros manuales sobre la sexualidad. Uno de ellos fue el “Su Nu” o “Manual de los misterios femeninos”, destinado a servir de ayuda a Huang Di, también llamado el “Emperador Amarillo”.
Entre los consejos -al parecer efectivos, ya que el Emperador logró un harén de 1.200 mujeres- figuraba optar, en la mayoría de los encuentros sexuales, por calmar la mente, armonizar las emociones, concentrar el espíritu y… retener la eyaculación. ¿Por qué motivo? Al considerar al semen un “fluido sagrado”, capaz de proporcionar estados trascendentes, era mejor que el cuerpo lo reabsorbiera mediante la práctica del “coitus obstructus” o “coitus reservatus”: un método que le exigía al hombre presionar fuertemente su ano y sus testículos al sentirse cerca de eyacular. Presión que forzaría al vigorizante semen a verterse en la vejiga y dirigirse al cerebro (según la creencia de los chinos), evitando así la inevitable depresión post coital. La misma que inspiró la sentencia, atribuida a Aristóteles, “Post coitum omne animal triste est” (“Después del coito, todo animal está triste”).
Mucho más acá en el tiempo, en la Comunidad de Oneida, fundada en 1848 por John Humphrey Noyes en Estados Unidos, se practicaba el coitus reservatus para controlar la natalidad -lo llamaron “continencia masculina”-, lo que les permitió practicar el amor libre. Este experimento social único, que duró hasta 1881, se regulaba por el principio de “compartir todo, incluida la familia y las relaciones”.
Noyes otorgó un valor de lo más inusual para la época a la satisfacción sexual femenina. Creía que la eyaculación “drenaba la vitalidad de los hombres y conducía a la enfermedad” y que el embarazo y el parto “imponían un fuerte impuesto a la vitalidad de las mujeres”. En “Male Continence”, sostuvo que el método proponía una manera natural y saludable de “subordinar la carne al espíritu, enseñando a los hombres a buscar principalmente los elevados placeres espirituales de la conexión sexual”. El objetivo era “permitir que los sexos se comuniquen y expresen afecto el uno por el otro”. Los hombres jóvenes eran entrenados en esta habilidad por parte de mujeres posmenopáusicas.
Curiosamente, de los aproximadamente 200 adultos que utilizaron la continencia masculina como método anticonceptivo, hubo sólo 12 nacimientos no planificados dentro de Oneida entre los años 1848 y 1868.