Carlos Duguech
Analista internacional
En los últimos decenios, Líbano, de una superficie equivalente a casi la mitad de Tucumán, ha sido el escenario -“estadio olímpico”- de acciones bélicas, por diversas razones. Y para la gestión (el “juego”) de otros países. Algunas veces razones internas y las más, aquellas que provienen desde otros horizontes. Casi emulando, sin buscarla, la estructura de una tragedia griega.
En primera persona se despliega esta columna de hoy. Escribí en 1982 “Soneto del Líbano”, cuando era evidente que esa nación soberana sufría desmembramiento interno originado por diferencias religiosas propias y de la región del MO enmarcadas en un fundamentalismo -religioso más que político- que caracterizaba a cada sector. Casi puede asegurarse que de no haberse establecido contingentes de errantes palestinos -los refugiados, expulsados desde el Reino de Jordania en 1970 por su actividad de violencia entroncada en la resistencia a la ocupación territorial de la Palestina devenida del mandato ejercido por el Reino Unido de Gran Bretaña- la historia se habría escrito con menos sangre. Con menos violencia. Y, tal vez, con la consolidación de los dos estados que preveía la casi olvidada Resolución 181(II) de la ONU del 29.11.1947 que le dio trascendencia a una palabra poco utilizada en materia internacional: “partición”.
Bernadotte, mediador
El mediador de Naciones Unidas para intervenir entre judíos y palestinos, Conde Folke Berdadotte, fue designado el 20 de mayo de 1948. Luego de observar y analizar metódicamente la situación logró una tregua en el conflicto generado por la repulsa de países árabes (Jordania, Siria, Egipto, Irak y el Líbano) al plan de partición. Entonces propuso dos planes, sucesivos. El primero no cuajó, mientras en el segundo mostró su empeño en los puntos precisos que sometía a la consideración de su mandante, Naciones Unidas: Dos países, Israel y Palestina, con fronteras internacionales definidas para ambos. Y enfatizaba en el regreso de los palestinos desplazados (700.000) o la compensación. Israel veía con muy malos ojos esta propuesta del mediador a la ONU. Fue asesinado desde un jeep del ejército israelí el 17 de setiembre de 1948 junto al observador de la ONU, el coronel francés André Serot. Asesinato planeado por el grupo terrorista Lehi con la aprobación, entre otros líderes de la organización, de Isaac Shamir, quien fuera dos veces, más adelante, primer ministro de Israel. Molestaba, y mucho, la propuesta de Bernardotte al estado hebreo recién proclamado (14 de mayo de 1948). El grupo fue luego desarmado y algunos miembros procesados y declarados culpables. David Ben Gurión, primer ministro, los indultó.
Yasser Arafat, liderando la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) decide que los expulsados del Reino de Jordania (1970) se desplieguen en Líbano. Principalmente en el sur del pequeño país mediterráneo. En ese momento alza vuelo sobre el territorio libanés un ave sombría que teñirá aún más el tablero sociopolítico y religioso del país, ahondando diferencias con perturbadoras interpretaciones de los mandatos sagrados de cada fracción. Ni el islamismo del Corán, ni el judaísmo de la Torá, ni el cristianismo del Nuevo Evangelio se han visto reflejados con la luminosidad de esos textos sagrados en los procederes violentos y sanguinarios en el escabroso terreno en que convirtieron al sur libanés. Los palestinos islámicos, atacando el norte de Israel, desde ese enclave forzado en el país elegido para asentar a los desplazados de tantos sitios (de la Palestina del Mandato y desde Jordania, siempre errabundos). Mientras los contingentes militares Israelíes (FDI) ocupando desde 1982 -y por 18 años- la mitad sur del Líbano atacando a los palestinos. Ya antes lo había hecho en respuesta a un ataque palestino en cercanías de Tel Aviv con casi 40 israelíes muertos. Motivó tal ataque la primera invasión del Líbano por Israel, en marzo de 1978. La ONU, entendiendo el riesgo en la zona desplazó la Unifil (Fuerza Provisional de las Naciones Unidas en el Líbano) “para el mantenimiento de la paz”, lo que incluía la retirada de las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI). No obstante, Israel decidió -como una manera peculiar de proteger su norte fronterizo- ocupar territorio libanés creando en ese país, arbitrariamente, y en repulsa al derecho internacional, su propia “zona de protección”. El propósito era consolidar a su aliado en la región, el Ejército del Sur del Líbano, de conformación cristiana. Israel, ante lo que estimó fracaso de la gestión de la Unifil, que no pudo controlar ni eliminar a los grupos palestinos activos ni a otras milicias en el área sur decidió la invasión plena en 1982. Ocupó hasta el año 2000 la mitad del territorio libanés, desde Beirut al sur.
Sabra y Shatila
Un hecho criminal (de “guerra”) sucedió en un campamento de refugiados palestinos cercano a la capital libanesa. En la tarde del 16 de setiembre de 1982, una horda compuesta por integrantes de la falange libanesa como batallón adelantado del ejército libanés que los armó y los orientó. Así concretaron una masacre en Sabra y Chatila, barrios periféricos de Beirut. En dos días de sangre y fuego fueron asesinados sin distingos mujeres, niños y hombres en los dos campamentos de refugiados. La matanza duró días. Solo decir que era un acto monstruoso y sanguinario como el del 7 de octubre en el sur Israelí dará idea de semejante perversidad. Una pregunta: ¿Era zona ocupada del Líbano por las fuerzas militares israelíes? Sí. Otra pregunta: ¿Se expresaba el sentido de la acción criminal contra los refugiados palestinos de los barrios, ligados a Beirut, de Sabra y Chatila? Sí, era una definida venganza, entre otras razones -muchas otras- por el asesinato dos días antes del electo presidente cristiano del Líbano, Bashir Gemayel. Tuvieron su participación en la masacre integrantes del Ejército del Sur del Líbano. Las fuerzas de Israel desplegadas en ese sector, al mando de Ariel Sharon, garantizaban que los integrantes de la Falange Libanesa, cristianos, desarrollaran su criminal plan de dos días de duración que generó una matanza de refugiados palestinos. Con hachas, cuchillos y armas de fuego mientras las fuerzas armadas israelíes protegían el circo (símil romano). Y hasta facilitando -desde un cordón de seguridad creado- la iluminación con reflectores para la tarea criminal. Un espacio donde los damnatio ad bestias no eran reos sino hombres, mujeres y niños refugiados. No armados, ni criminales. Inocentes, de toda inocencia.
Sorpresiva propuesta
Cincuenta y siete países del mundo árabe-islámico crearon el Comité Ministerial para el alto el fuego en MO. Una consecuencia del espacio convocante que facilitó la Asamblea General de la ONU recientemente en Nueva York. Netanyahu con un discurso “a todo o nada”. Y nada de “los dos estados” esas palabras referidas ad infinitum.
“Estamos dispuestos a garantizar la seguridad de Israel en el contexto de que se ponga fin a la ocupación y permita la aparición de un Estado Palestino”. Sonoras y fuertes palabras de Ayman Safadi ministro de exterior de Jordania, nunca antes pronunciadas. Se abrió el juego para una respuesta de Israel.