Saulo de Tarso, enemigo y perseguidor implacable de cristianos, viajando a Damasco, fue derribado de su cabalgadura por la presencia milagrosa de Jesucristo, y pasó a ser Pablo, el Apóstol. Se convirtió a Cristo. Salvando las distancias, Alberdi también se convirtió. Hacia el otoño de su vida, se convirtió a la Patria. En efecto, hubo dos Alberdi, pero solamente se muestra al joven liberal e ilustrado enemigo furibundo de Rosas y los caudillos y, bajo una luz esplendorosa, al autor de las “Bases…”.Como, después de Caseros, urgía una constitución escrita, se le exigió a Alberdi, en Chile, redactarla según su libro “Bases…” (“en dos semanas”, dirá Groussac), de modo que, a las apuradas, tomó como base la Constitución de los EEUU (de una mala traducción), a la que reforzó el presidencialismo y otros puntos referidos a su lema “gobernar es poblar” que quiso ver en la Constitución de California (territorio hispanomexicano rapiñado por EEUU, “poblado” de yanquis por “la fiebre del oro”; por ninguna constitución).
Como hoy se cacarea tanto con las “Bases”, recorrámoslas un poco. Decía el joven Alberdi: “No son las leyes las que precisamos cambiar: son los hombres. Necesitamos cambiar nuestras gentes incapaces de libertad por otras hábiles, para ella… Si es más fácil hacer una población para el sistema proclamado, es necesario fomentar en nuestro suelo la población anglosajona. Ella está identificada al vapor, al comercio, a la libertad, y nos será imposible radicar esas cosas sin la cooperación activa de esa raza de progreso y civilización… La libertad es una máquina que, como el vapor, requiere maquinistas ingleses de origen. Sin esa raza de hombres es imposible aclimatar la libertad en lugar alguno del mundo…”, “Bases…”, caps. XXX y XXXII (de eso se trataba su lema: “Gobernar es poblar”, no de generar condiciones para el crecimiento soberano de los argentinos). Pero hay más: “Haced inviolable la Constitución bajo el protectorado del cañón de todos los pueblos, firmad tratados con el extranjero con garantías de que sus derechos serán respetados. Estos tratados serán la parte más bella de la Constitución… Proteged empresas particulares para la construcción de ferrocarriles; colmadlas de ventajas, de privilegios, de todo favor imaginable sin deteneros en los medios… Entregad todo a los capitales extranjeros. Dejad que esos hombres de afuera se domicilien aquí y rodead de inmunidades y privilegios a sus riquezas para que se naturalicen entre nosotros y que cada afluente navegable reciba los reflejos civilizadores de la bandera de Albión”, “Bases…”, cap.XV. Parece mentira, ¿no? Y sigue: “Es utopía el pensar que nuestra raza hispanoamericana, tal como salió de su tenebroso pasado colonial, pueda realizar hoy la República representativa… Con tres millones de indígenas, cristianos y católicos, no realizaréis la República, ciertamente”, “Bases…”, cap. XXX; con ingleses herejes y saqueadores, seguro que sí. Este, sin dudas, talentoso comprovinciano, curiosamente fue apadrinado por Alejandro Heredia, gobernador y caudillo federal tucumano y por él enviado a Facundo Quiroga, quien le propuso financiar sus estudios en EEUU, poco antes de ser asesinado. En Buenos Aires se le van esfumando los aires provincianos y serán los Rousseau, Saint-Pierre, Leroux, Lamennais sus guías en el cenáculo antirrosista de Echeverría para alejarse del país real y sumarse al unitarismo porteño hasta el exilio chileno. Pero aún en el delirio extranjerizante que vimos en sus “Bases…”, hay como una angustiosa búsqueda de una identidad escamoteada en ese novísimo y paradojal país (“de independencia niña”, solía decir). Hecha la Constitución, Urquiza, su héroe de Caseros, Mitre y Sarmiento, serán sus paradigmas políticos. Pero su genio, aún de hálitos “padentranos”, su fina sensibilidad y su inquieto y profundo intelecto lo irán alejando del liberalismo ideológico y mendaz, profundamente antinacional, de Mitre y Sarmiento. Y los enfrentará con dureza (80 % de su obra): “En nombre de la libertad y pretendiendo servirla, nuestros liberales Mitre, Sarmiento y Cia. han establecido un despotismo turco (una tiranía feroz), en la historia, en la política, en la leyenda, en la biografía de los argentinos. Sobre la Revolución de Mayo, sobre la Guerra de la Independencia y sus batallas tienen un «Corán» que es ley aceptar, creer, profesar, so pena de excomunión por el crimen de barbarie o caudillaje (…) Sus textos (de Mitre) son un código de verdad histórica; refutarlos es violar la ley… y el disidente, un profano, un criminal” (…) “El Papa puede no ser infalible, pero será torpeza negar la infalibilidad de Sarmiento” (“Escritos Póstumos”, ts. X y XI). “El partido unitario es el que ha arruinado la unidad nacional creando el localismo de Buenos Aires”. Va desenmascarando al liberalismo portuario y develando el perfil del drama nacional. Será el primero en refutar la proterva fórmula sarmientina de “civilización y barbarie”, llevando a cabo una clara y rotunda defensa de los caudillos provinciales contra la visión de los doctores unitarios.
Urquiza lo nombra embajador en Europa. En España, hará reconocer a la Confederación, y en Francia visita a San Martín, deslumbrándose. Acaso por una cuestión de pudor, no ve a Rosas, pero en cartas a su hija, Alberdi lo define con increíble admiración y respeto; como en otro acto de esa conversión de su torturada alma. En 1864, dice de él, por ejemplo: “Difícilmente se puede dar con alguien que posea un talento superior tan elocuente como el de nuestro antiguo Jefe Supremo del Río de la Plata”; enero. “En el mismo lugar en que debiera tributarse elogio y respeto al general Rosas, que tuvo tan alto el estandarte de San Martín, lo ultrajan del modo más cobarde e ingrato”; agosto. “Hoy es necesaria su vida, no sólo para ustedes y muchos amigos, sino para la Historia y tal vez para el porvenir inmediato de nuestro país” (1866. “Vida de J. M. de Rosas” de Manuel Gálvez). Pronto exclamará que “sólo desde la naturaleza del gaucho y los caudillos se podrá construir nuestra Nación”. Mitre, vencedor de Urquiza, despide al tucumano y lo deja sin recursos en París.
Pero lo que finalmente hará estallar su corazón y convertirlo dolorosamente, será la atrocidad fratricida de la guerra del Paraguay, y sus denuncias calan hondo. Dirá que para consolidar el poder unitario sobre la Argentina, Mitre-Sarmiento -con apoyo inglés- se alían con Brasil en una guerra “contra el mejor gobierno de la República Oriental y el más ilustrado (y de un pueblo y un ejército de solidez interior, agrega) que haya tenido Paraguay”, y deben justificarla encontrando “abominables y monstruosos a esos dos gobiernos: Berro y Solano López”, al que Rosas envía su sable (“Escritos Póstumos”, IX). Ya no hay vuelta atrás; estarán siempre enfrentados. Suma su voz a la de muchos políticos y escritores, como José Hernández, y a los caudillos del país profundo que levantan lanzas contra el crimen mitrista. Todas serán silenciadas. Y sólo deberá contemplarse al ilustre autor de las “Bases”; nunca al de su heroica conversión a la Patria.
Arturo Arroyo