Sin novedad en la tribuna neoyorquina

Sin novedad en la tribuna neoyorquina

Javier Milei, presidente de la Nación. Javier Milei, presidente de la Nación. Foto tomada de lanacion.com.ar.

Los conceptos vertidos por Javier Milei ante la Asamblea General de la  Organización de las Naciones Unidas no son novedosos. Sí la magnitud del  escenario, pero mucho (no todo) de lo dicho por el presidente de la Nación es  sostenido hace décadas por diversas corrientes del liberalismo.

Puede comenzarse por el Fondo Monetario Internacional. Un antecedente lo constituye Milton Friedman, quien hace unos 60 años criticaba al organismo por ser una burocracia de escala mundial. Y así como cualquier burocracia  nacional carga su costo sobre los habitantes de un país, el FMI lo haría sobre toda la humanidad.

El peligro de una burocracia es que actúe para justificarse a sí misma y algo así habría pasado con el Fondo. La ONU, como organismo posterior a la Segunda Guerra Mundial, pretendió armar un trípode que evitara una experiencia similar a la Gran Depresión de los 30 del siglo XX, sindicada como una de las condiciones para la conflagración. Así, habría un Banco Internacional de  Reconstrucción y Fomento (el Banco Mundial) que intentaría la recuperación de la actividad económica del mundo y reducir las diferencias de desarrollo entre  países; una Organización Internacional del Comercio para evitar las políticas proteccionistas exageradas, que contagiaron y profundizaron la recesión de los 30; y el FMI, para procurar la estabilidad de los tipos de cambio así no se constituyeran en trabas al comercio internacional.

Poco a poco el Fondo incursionó con más profundidad en las políticas económicas nacionales al buscar solucionar problemas financieros que generaban inestabilidad cambiaria y terminó siendo el prestamista de última instancia de los países en problemas lo que, si se hace con frecuencia, concluye en que los gobiernos reiteren sus errores pues en definitiva el FMI acudirá en su auxilio. No se trata de que las “recetas” del Fondo estén equivocadas. Toda política económica exitosa tiene las mismas bases aunque su aplicación depende de circunstancias locales, desde las reglas básicas de los países (como pautas constitucionales) hasta las expectativas y percepciones de sus habitantes (actitud frente al dólar, mayor o menor civilidad de los partidos políticos). Además, tiene aciertos. Como ejemplo menor, aunque el mito es que nadie (al menos ningún ortodoxo) previó la crisis de 2008, el equipo técnico del Fondo sí lo hizo. En 2005, durante la consulta del  artículo IV (el análisis anual que el organismo hace de las economías de todos sus miembros) se advirtió que se estaba incubando una burbuja inmobiliaria en EEUU. El gobierno estadounidense rechazó el diagnóstico, pero poco después la crisis de las subprime mostró quién tenía razón.

El problema aparece cuando se impulsan compromisos que implican un desvío de la misión del FMI, a veces con injerencias indebidas, y los incentivos políticos locales son para el incumplimiento, con lo que en realidad no se logran cambios positivos profundos. El Fondo no falla por no ayudar sino por ayudar demasiado.

En cuanto a la crítica libertaria general a la ONU, un enfoque la mira como un protogobierno mundial (donde el BM sería el Ministerio de Desarrollo Social, la OMC la Secretaría de Comercio y el FMI el Ministerio de Finanzas). Y si los libertarios rechazan un Estado nacional, mucho más uno mundial. Otro enfoque, relacionado, es el de los experimentos naturales. Un gobierno mundial implicaría organización institucional única y las mismas políticas para cada tipo  de fenómeno. Con eso, sostiene, se termina la variedad organizativa fruto de las innovaciones del ser humano para sus interacciones, lo que demora la evolución social al reducir el espectro de experiencias del que aprender.

Un problema con esta última advertencia es que resulta una variante de la teoría neoclásica de la convergencia. Según ella, las tasas de crecimiento de los países más pobres son mayores que las de los desarrollados y así los PIB per cápita de todos van convergiendo a valores similares. Esto supone que poco a poco, queriendo o no, los marcos institucionales de los más pobres se van pareciendo a aquellos de los más ricos porque la inversión extranjera, más rentable en los más atrasados, requiere de leyes similares a las de sus países de origen y para atraerla se copian, o porque los países subdesarrollados se dan cuenta de qué funciona y qué no y adoptan los marcos institucionales exitosos.

Sin embargo, la convergencia no es tan generalizada como espera esta visión, en especial porque no es fácil cambiar las instituciones (peor las informales) debido a la resistencia de los grupos favorecidos por el statu quo. Entonces, la ausencia de gobierno mundial no garantiza el buen funcionamiento de los experimentos nacionales ya que no es sencillo imitar los casos exitosos. De hecho, Argentina es un ejemplo: todavía millones de ciudadanos creen que el gobierno es capaz de controlar los precios y que la emisión de dinero sin respaldo no causa inflación, pese a la evidencia propia e internacional.

Conviene cerrar recordando las palabras de Gustavo Petro, presidente de Colombia, en la ONU. Como respuesta a Milei criticó el liberalismo aduciendo que significa la libertad sólo para el uno por ciento más rico y abogó contra él.

Pero Petro no mencionó el estado de un “paquete” de variables de bienestar que incluye altos PIB per cápita, expectativa de vida al nacer, tasa de alfabetismo, libertad social, democracia, niveles de ingreso e igualdad de género, así como bajas tasas de pobreza y de mortalidad infantil. Los datos muestran que los peores en esos indicadores son los países menos liberales, los mejores los más liberales.

Es claro que hay problemas que requieren tratamiento coordinado por la comunidad internacional, notablemente el cambio climático, y la ONU puede ser un buen marco para ello. De lo que se trata entonces es de analizar herramientas y estructura decisional, no impugnar al organismo en sí. Porque las intenciones no alcanzan sino que debe considerarse la implementación. Por eso no se trate de ONU sí o no sino de cuál ONU es conveniente.

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