Roberto Cortés Conde: “Por qué la Argentina no es un país normal”
Considerado el padre de la Historia económica argentina, tenía uno de los cerebros más lúcidos de nuestro país, al que pensó con una profundidad singular. Murió el domingo pasado, a los 92 años. En esta entrevista, publicada originalmente en este suplemento en noviembre de 2015, analiza las causas que nos alejaron sistemáticamente de la normalidad. Sostenía que los gobiernos argentinos se dedicaron a “armar bombas” buscando que explotaran en la siguiente gestión.
“En esa mesa me sentaba con tu papá”, me dice Roberto Cortés Conde, apuntando con su dedo índice hacia una esquina del café La Biela, en Buenos Aires. Desde fines de los años 50 forjaron una amistad de más de medio siglo que tuvo como correlato la publicación de sus artículos en LA GACETA Literaria, a lo largo de todo ese tiempo. Fue, sobre todo, un extraordinario lector. Su vocación intelectual nació tempranamente en su casa, en las conversaciones con su padre, profesor de literatura, de quien heredó una frondosa biblioteca. También de la necesidad de buscar respuestas a grandes enigmas. Su padre murió cuando tenía doce años; su madre, a sus 16.
Se recibió de abogado y luego hizo un doctorado en sociología en la UBA. Su conexión íntima con la Historia nació allí, en un seminario, donde conoció a Tulio Halperin Donghi, quien se transformaría en uno de sus mejores amigos. En 1967, fue contratado como profesor de Historia económica en la Universidad de Yale. A partir de entonces inició una trayectoria docente y de investigación en la que alternaría estancias en Estados Unidos, Inglaterra y Argentina que lo convertirían en un protagonista del debate académico en su materia a nivel mundial. Fue profesor visitante en las universidades de Harvard, Chicago, Berkeley y Cambridge, entre otras. En la Argentina, dirigió el Centro de Estudios económicos de la Universidad Di Tella y dictó clases en la UBA, la UCA y San Andrés, donde era profesor emérito.
La entrevista arranca por un lugar común, la pregunta por ese misterio que atormenta a los argentinos, sorprende al mundo y parece no encontrar explicaciones suficientemente convincentes. Pocos como Roberto Cortés Conde abrieron un camino tan fértil para la formulación de hipótesis sustanciosas alrededor de ese interrogante.
- ¿Se puede identificar un punto de inflexión en la Historia argentina en el que el país pierde ese destino auspicioso que alguna vez tuvo o hay muchos momentos o procesos?
- En mi último libro (El laberinto argentino), me pregunto por qué la Argentina no es un país normal. Normal como Chile o Uruguay, no una potencia ni mucho menos. Simplemente un país con alternancia y reglas de juego claras. Hay, a lo largo de la Historia, procesos complejos y momentos clave. En el año 30 hay una gran crisis fiscal. Se establece el control de cambios, luego el Banco Central (en el 35) contabilizará a otro precio las reservas de oro, algo parecido a lo que se hizo en estos años. En ese momento el acuerdo fiscal se rompe; y esa ruptura dura hasta hoy. El problema fiscal, que creo que es el problema económico de fondo que tiene el país, finalmente es una cuestión política. Determinar quién paga y quién recibe. El país no logró equilibrar sus cuentas, no pudo limitarse a gastar lo que le ingresaba, y la inflación se transformó en un fenómeno crónico, en un esquema recaudatorio. Cuando no se pudo seguir cobrando el impuesto inflacionario -porque la gente dejaba de usar el dinero- se pasó al endeudamiento. En la Argentina se estableció una estrategia permanente entre el Gobierno y los contribuyentes para sorprender al otro. El Gobierno puede confiscar si el dinero está a la vista pero no si está fuera del sistema.
- ¿La Argentina pudo ser un país como Australia o Canadá?
- Canadá entró al espacio económico norteamericano y eso hizo que una economía muy parecida a la argentina tuviera un enorme desarrollo. Australia tiene la ventaja de haber sido parte del Imperio británico. Después de Galípoli, en la Primera Guerra Mundial, Inglaterra sintió una gran deuda por el papel que jugaron los australianos y les dio acceso a mercados con muchas ventajas, algo que Argentina no tuvo a partir del 30. Durante la Segunda Guerra, el comando aliado estaba en Australia. Nosotros, en cambio, nos aislamos y expresamos simpatías por el nazismo. Una posición opuesta a la de Brasil, que intervino en la guerra y luego obtuvo un trato privilegiado de Estados Unidos, al igual que Australia. La Argentina, por otro lado, padece desde siempre una gran división: coexiste un país viejo con un país nuevo. El milagro es que se mantuvo unido.
- ¿Qué balance se puede hacer del período kirchnerista 2003-15?
- El gobierno logró cierta estabilidad porque, con el default, dejó de pagar la deuda hasta 2005 y tuvo precios extraordinarios de los productos agrícolas. Nos aislamos del mundo. El Mercosur fue un fracaso; sumamos conflictos constantes con Brasil y alianzas políticas absurdas como la de Venezuela. Se comieron las joyas de la abuela: los fondos de las Afjp, las reservas del Banco Central, todos los stocks. Pasaron diez años sin renovación de capital. Al contrario de lo que dice la marcha, el peronismo no “combatió al capital”; se lo consumió. La principal contradicción económica del populismo es intentar mantener salarios altos con baja productividad. Puede haber salarios altos con alta productividad, como ocurre en países del Primer Mundo. O lo contrario, como ocurre en los países subdesarrollados. Pero la fórmula populista no es sustentable en el largo plazo.
- ¿Cuáles son las principales patologías argentinas?
- Creo que el problema central es político. No podemos avanzar sin respeto a las reglas. Vivimos hasta ahora en un régimen de partido hegemónico en el que ganaba siempre quien estaba en el poder y en el que los opositores tenían el deber de perder. Recuerdo que después de la crisis de 2001, en un congreso en España en el que yo explicaba las causas de la crisis, uno de los autores de la Constitución española me dijo, refiriéndose a mi exposición y a la Argentina: “Usted es un excelente abogado porque con su explicación está defendiendo a alguien que ha delinquido”. Debemos volver a lo esencial. Hay que respetar los compromisos asumidos. El incumplimiento crónico, cultural, nos convirtió en un país nada confiable, un país que dejó de interesarle al mundo.
- ¿La próxima gestión está obligada, por el contexto que hereda, a aplicar remedios económicos ortodoxos?
- Creo que nadie puede aplicar un programa completamente ortodoxo por la resistencia de la cultura popular argentina a ese tipo de medidas. La clave es evitar una crisis en la que el ajuste lo haga el mercado y no el Gobierno. Eso requiere una transición administrada. Los gobiernos argentinos se han dedicado a “armar bombas” buscando que les exploten al que viene. A Raúl Alfonsín le estalló una bomba preparada desde el 82 por los militares. Las crisis limpian la situación; los salarios reales bajan, hay capacidad ociosa y se empieza a crecer. Menem heredó ese rebote. El kirchnerismo logró una sensación de estabilidad que me recuerda, guardando las distancias, al clima de tranquilidad que se registraba en muchos países europeos en las semanas previas al estallido de las dos guerras mundiales. Uno tomaba un café en París y a los diez días te mandaban a una trinchera. Hace 60 años que estudio las crisis argentinas y, además, las viví en carne propia. Y ese reflejo humano a negar la catástrofe inminente, muchas veces se registró en nuestro país.
© LA GACETA
PERFIL
Roberto Cortés Conde fue presidente de la Academia Nacional de la Historia, presidente honorario de la Asociación Internacional de Historia Económica, profesor emérito de la Universidad de San Andrés, miembro de número de la Academia Nacional de Ciencias Económicas y profesor visitante de las universidades de Harvard, Chicago, Yale, Berkeley y Cambridge. Colaboró con artículos y comentarios de libros en LA GACETA Literaria, a lo largo de seis décadas. Fue coeditor de Cambridge Economic History of Latin America. Historia económica mundial y La política económica de la Argentina del siglo XX son dos de sus libros más destacados. Su último título es El laberinto argentino (2015).
La Independencia para una Comunidad de Hombres Libres*
Por Roberto Cortés Conde
Para LA GACETA - BUENOS AIRES
Al tiempo del Congreso de Tucumán, las revoluciones sudamericanas pasaban por la experiencia generalizada de la derrota. En Chile, con la batalla de Rancagua, terminaba la Patria Vieja. Bolívar estaba exilado en Jamaica. En Sipe Sipe había sido derrotado el Ejército del Norte. La frontera quedó defendida por Güemes mientras San Martin preparaba en Cuyo su plan americano.
No mucho tiempo atrás, en mayo de 1810 se había instaurado el primer gobierno patrio en coincidencia con las revueltas españolas contra Napoleón y la formación de juntas populares. Se vivía una ola revolucionaria en el mundo iniciada con la revolución norteamericana en 1776 y la francesa de 1789. En cambio en 1816, al tiempo la declaración de la Independencia y con Napoleón derrotado, la reacción restauradora se había consolidado y las potencias europeas se habían comprometido a eliminar todo desafío a la legitimidad monárquica, que solo parecía resistir en la América del Sur. Fernando VII, repuesto en el trono, buscaba recuperar las colonias con el apoyo de los países de la Santa Alianza. Los congresales de Tucumán, en quizá uno de los momentos más tristes de la nueva Nación, tuvieron el valor de desafiarlas, declarando la independencia y consolidando así el proceso que había comenzado en 1810.
Con ello se sustituyó el viejo orden político, el de la monarquía absoluta, por uno para una comunidad independiente de hombres libres, democrática, de igualdad de derechos y división de poderes. Con todas sus dificultades, avances y retrocesos, ese orden quedó consagrado en nuestra Constitución en 1853, que es nuestro pacto histórico de convivencia. Estos son los valores que ratificamos al conmemorar la declaración de la Independencia, ese día ya lejano del 9 de julio en la ciudad de Tucumán.
LA GACETA / *Artículo publicado en 2016.
Vale la pena ser argentino*
Por Roberto Cortés Conde
Para LA GACETA - BUENOS AIRES
Con Sarmiento se inició una de las más formidables revoluciones educativas del mundo. Mientras en 1869 la Argentina estaba detrás de España y de Italia en el número de alfabetizados, gracias a los esfuerzos hechos a favor de la educación pública los superaría ampliamente hacia la Primera Guerra Mundial. No solo se generalizó la educación sino que se cambió su calidad debido a que Sarmiento -desafiando fuertes resistencias- trajo docentes norteamericanas que enseñaron a miles de maestros a difundir a lo largo del país no solo el alfabeto sino la idea de que el conocimiento hace a los pueblos más dignos y más libres.
En un país así valía la pena vivir, y por ello llegaron a él millones de “hombres del mundo” que quisieron habitar el suelo argentino. Nada dice que no lo podamos volver a hacer. Solo se necesita constancia y obstinación y el orgullo de pertenecer a algo que con sus cosas buenas y malas tuvo una forma generosa y -en un siglo XX de horribles guerras-, durante mucho tiempo, casi civilizada de vivir. Ese algo fue una de las características de ser argentino.
© LA GACETA / *Artículo publicado en estas páginas en 2002 e incluido en el libro Reinventar la Argentina.