Un dolor tucumano unió la devoción por la Virgen de La Merced y la tragedia del ARA San Juan

Un dolor tucumano unió la devoción por la Virgen de La Merced y la tragedia del ARA San Juan

Los padres de Luis Esteban García contaron su historia durante la procesión. Detalles de una tarde marcada por la fe mariana.

SALUDOS AL PASO. En la puerta de la Dirección de Control Ambiental y Bromatología colocaron imágenes de la Virgen. Otro regalo para los fieles. SALUDOS AL PASO. En la puerta de la Dirección de Control Ambiental y Bromatología colocaron imágenes de la Virgen. Otro regalo para los fieles. LA GACETA / FOTO DE INÉS QUINTEROS ORIO

Esas estampas encerraban una historia. Sin dudas. De frente, el dibujo de un submarino y el mapa de las Islas Malvinas. En la espalda, la leyenda “44 héroes”.

- Disculpe, ¿lo une alguna relación con el tema de la remera?

- Mi hijo fue uno de los fallecidos en el ARA San Juan.

La plaza Belgrano explota como un hormiguero. De repente el público, que se apiñaba para seguir de cerca el acto oficial, corre para marchar en procesión por la calle Alberdi. Es breve, pero un tumulto al fin. La Virgen de La Merced, a bordo de una camioneta blanca, está iniciando el tradicional periplo de cada 24 de Septiembre. Pero Luis Victoriano García y su esposa, María Victoria Morales, quieren hablar; explicar por qué están ahí. Una vez más.

LOS GARCÍA. María Victoria y Luis Victoriano, los padres del héroe. LOS GARCÍA. María Victoria y Luis Victoriano, los padres del héroe.

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La plaza. 14 chorros de agua se elevan refrescando al Manuel Belgrano esculpido por Francisco Cafferata. No es una imagen guerrera ni ecuestre, por más que el barrio descanse sobre la gloria militar de 1812. Pero suena una voz marcial; es la de la comisario María Gabriela Rueda, encargada de conducir a la formación que saluda al gobernador Osvaldo Jaldo. Todos los Poderes del Estado están representados en la tarde de barrio Sur; hay un festival de autoridades, de banderas y de estandartes que se elevan cuando ingresa la Virgen Generala. Zumba un dron, mezclado con las voces que cantan el Himno.

Carlos Sánchez es fiel a sí mismo, tan campechano en el decir y en el actuar. Además de bendecir a los cadetes, les entrega un escapulario, tal como hizo Belgrano con sus soldados antes de conducirlos a la victoria en Tucumán y en Salta. El arzobispo promete que de aquí en más esa ceremonia se reiterará cada año.

Las ofrendas florales ya lucen al pie de la estatua cuando Luis Yanicelli, presidente del Instituto Belgraniano, toma la palabra. Hace algo de calor -no mucho-, suficiente para que el Gobernador tome agua de una botellita de plástico. Hasta que suena la Marcha de San Lorenzo, señal de que la procesión debe comenzar. Se escucha entonces, una y otra vez, ¡viva la Virgen! En el codo que hace la calle Lavalle frente a la plaza, los caballos de las agrupaciones tradicionalistas parecen comprender que es tiempo de ponerse en marcha.

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- María Victoria, ¿cómo se llamaba su hijo?

- Mi hijo no se llamaba... Se llama Luis Esteban García.

- ¿Qué edad tenía cuando se produjo el naufragio del submarino?

- 31 años.

Y se quiebra.

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La procesión (I). Marchar en peregrinación se reconoce como una práctica antiquísima, común en distintas religiones y previa al cristianismo. El Antiguo Testamento lo certifica. Se trata, básicamente, de un acto de fe que la Iglesia Católica adaptó a sus usos y costumbres.

Claro que hubo episodios por demás llamativos. Por ejemplo, durante la devastadora peste negra que diezmó la población europea en plena Edad Media, entre 1347 y 1352. Los fieles, desesperados, clamaban por la ayuda divina y organizaban procesiones masivas en las ciudades azotadas por la enfermedad. Hacinado, el gentío se contagiaba allí con más facilidad.

La devota fiesta popular que implica salir a la calle portando imágenes -Cristo, la Virgen, santos milagrosos- pregna la identidad cristiana. Por eso, cuando la Virgen Generala marcha por las calles tucumanas se percibe tanta emoción. Como si fuera un ciclo natural que se renueva: estaciones que pasan, hojas que caen, plantas que florecen.

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La procesión (II). ¿De qué hablan Jaldo y la intendenta Rossana Chahla mientras caminan precediendo a la Virgen? No parece ni el escenario ni el momento para charlar, por ejemplo, sobre la crisis del transporte, ¿O sí?

La marcha rumbo a la plaza Independencia es tranquila y ajustada al rito. En la cuadra de Alberdi al 200 los vecinos se esmeraron decorando con cintas y globos, en especial los empleados de la Dirección de Control Ambiental y Bromatología. Allí también colocaron unas imágenes marianas. Los fieles las acarician y se persignan.

Un poco más adelante, al 100 de Alberdi, desde un balcón vuelan papelitos blancos y amarillos. En las esquinas se reparten estampitas con la oración a Nuestra Señora de La Merced, plegaria que la distingue como “redentora de cautivos”.

Cruzando el eje Buenos Aires-Muñecas, la locutora anticipa: “en estos momentos que vivimos como nación, vamos a rezar la Oración por la Patria”. Pero justo en ese momento se corta el audio en el parlante.

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En noviembre de 2017 se confirmó el naufragio del ARA San Juan. Murieron los 44 tripulantes, entre ellos dos tucumanos. Uno era el capitán del submarino, Pedro Martín Fernández. El otro, el cabo segundo Luis Esteban García, ascendido post mortem a suboficial segundo.

“Lo peor que puede pasarle a una persona es perder un hijo”, subraya María Victoria Morales. En ese sentido, las reacciones se disparan en distintas direcciones. Hay quienes reniegan de sus creencias, enojados o sumergidos en la pena; y hay quienes se aferran a la fe. Es el caso de la familia García. “Nuestro hijo está con Ella”, dice María Victoria, y señala a la Virgen. Su esposo, silencioso, asiente. Él también estuvo ligado a las Fuerzas Armadas, en su caso como movilizado y “veterano del Beagle”, cuando una guerra con Chile parecía ineludible y se evitó a tiempo gracias a una mediación del Vaticano.

Luis Esteban dejó dos hijos pequeñitos. Tenían tres años y un año y medio cuando el ARA San Juan implosionó en las entrañas del Atlántico. Viven con su mamá en Mar del Plata y cada vez que visitan Tucumán para los abuelos es toda una celebración.

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La misa. En hilera, los baños químicos “para damas” brindan su imprescindible servicio, ubicados frente a la sede del Ente de Turismo. La procesión arriba a la plaza Independencia con algo de demora, pero nada grave. Una brisa suave avanza del sudeste, claro que con un doble efecto: la refrescante sensación primaveral por un lado, la fétida acidez tan característica de la tucumanidad por el otro.

El escenario/altar, instalado con la Catedral de fondo, aguarda la llegada de la Virgen Generala. Ingresará a pulso tras dar una vuelta a la plaza, ya bajada de la camioneta. Llueven aplausos. “Pero qué lastima que no hagan repicar las campanas, habiendo tantas a la vuelta”, reflexiona una señora de ojos tan celestes que parecen traslúcidos. No le falta razón.

Antes de la misa, a Sánchez le entregan un regalo enviado desde la diócesis de Añatuya. Es una réplica de la Virgen de Huachana, confeccionada con el molde usado para la imagen original. Luego el arzobispo generará una de las grandes ovaciones de la jornada, cuando saluda jubiloso a Luis Villalba. El cardenal está cumpliendo 64 años de vida sacerdotal y pronto cumplirá los 90. Un orgullo tucumano.

Durante la homilía, Sánchez no aborda cuestiones ligadas con la economía ni con la política. Lo suyo es lo pastoral y evangélico, tal el camino marcado por el papa Francisco a sus obispos. Entonces, orientado a tocar las fibras de la sensibilidad social, afirmó: “en este momento tan difícil hay que presentar batalla al egoísmo, la violencia, el narcotráfico y los atentados contra la vida en todas sus formas”.

La bendición final marcó también el fin del viaje de la Virgen. A pocos metros, ya devuelta a su camarín, esperará hasta el próximo 24 de septiembre para retornar a las calles. Los fieles, en plena desconcentración, se dieron con un microcentro hiperactivo de bares a pleno y muchos negocios abiertos.

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Durante la procesión la liturgia indica un repaso por los Misterios que rodearon la pasión de Cristo. “Parece que el dolor no tiene sentido”, resalta el segundo de esos Misterios. María Victoria Morales resume en escasas y contundes palabras su pensamiento: “la fe es lo que nos mantiene en pie”. Siempre se tratará de encontrar un equilibrio.

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