Batalla de Tucumán: a la hora señalada

Batalla de Tucumán: a la hora señalada

DE PUÑO Y LETRA. Las anotaciones del pulpero José Gregorio Aráoz. DE PUÑO Y LETRA. Las anotaciones del pulpero José Gregorio Aráoz.

Podríamos decir que, como todas las cosas de este mundo, las batallas no sólo se combaten, sino que se escriben. Quiero ocuparme de un texto anterior a cualquier informe, crónica o épica de la batalla de Tucumán. Casi un dato. Tan preciso como mezquino, anotado al calor de los acontecimientos. Lo asentó José Gregorio Aráoz, miembro de la extendida familia que llevaba ese apellido.

Aráoz era comerciante, pulpero, y llevaba un “Libro de Caja y Cuentas corrientes” donde anotaba compras, ventas, movimientos, despachos y todo tipo de actividades, algunas no ligadas al comercio. En 1812, la gravísima situación de la guerra lo llevó a cerrar el negocio a comienzos de septiembre. Lo anotó.

El 24, tras una noche que olió a humo, bajo una sequía áspera que caía como ceniza, la mañana llegó con los ojos abiertos. Nadie pudo dormir. En la plaza (no había más que una) se habían cavado trincheras. Mucha gente se había marchado a Santiago, la que pudo se retiró a sus fincas, la mayoría se metió en su casa. Tenían miedo. Debe haber sido el caso de José Gregorio.

A media mañana tropas y caballos atravesaban las calles como lanzazos. Se sabía que venían por el oeste. Con el sol subiendo a lo más alto comenzaron las explosiones. Un humo blanco hacía difícil ver a más de una cuadra, el olor dulce y picante podía ser el de la muerte. En las calles casi vacías corrían las noticias y corrían las personas. Pasada la una de la tarde se dejaron de escuchar las detonaciones. Todos hablaban y nadie sabía. Alguien puede haber tocado la campana del Cabildo y es posible que quienes se refugiaban puertas adentro comenzaran a asomarse.

En esa tarde sofocante, con la plaza llena de soldados, con pertrechos desparramados como en un saqueo, con heridos que no paraban de llegar y con la crispación intacta del mediodía, Aráoz agarró la pluma y escribió para la posteridad su microrrelato:

“A las 11 ¾ fue la batalla y se ganó”.

Podría haberlo escrito a la siesta, a la tarde, a la noche o en un día siguiente. No lo sabemos. La hora exacta del comienzo de la acción como la contundencia del resultado no admiten más que proximidad. Quedó ahí. Todavía parece caliente.

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