Lo que nos enseña el fenómeno de Colapinto

Lo que nos enseña el fenómeno de Colapinto

Se trata de un joven espontáneo, talentoso, trabajador, con un estilo llano y una facilidad natural para moverse en las redes sociales.

Hay figuras que poseen un aura, una especie de magnetismo tal que logran cerrar grietas, acercar las posturas más disímiles e irreconciliables detrás de una idea común o de un entusiasmo positivo. En esta categoría puede ser colocado Franco Colapinto, el joven piloto argentino que en apenas dos carreras en la Fórmula 1 logró ubicarse en un sitial reservado para muy pocos: aquel que escapa (al menos temporalmente) a las divisiones de sociedades profundamente fracturadas, como la argentina.

Joven, espontáneo, talentoso, trabajador, con un estilo llano y una facilidad natural para moverse en las redes sociales también expresa una característica de las nuevas generaciones: la ambición por trascender a nivel global, el valor del mérito y una necesidad ineludible por “acelerar”, ya que sienten que hay mucho para hacer y poco tiempo para concretar, tal como expresó Guillermo Oliveto en el artículo “Una sociedad partida y en modo patchwork”, que publicó en el diario La Nación.

En aquel artículo, Oliveto invita a reflexionar sobre la sociedad en la que vivimos a la luz de fenómenos como el de Colapinto, Tini o Bizarrap, tres jóvenes argentinos que alcanzaron un éxito tal que les permite codearse con las elites globales, algo que para los integrantes de generaciones anteriores era casi inimaginable.

Colapinto nació en 2003 en Pilar, provincia de Buenos Aires. A los 14 años se mudó a Italia para dedicarse a su carrera automovilística, se destacó en la F3 y en la F2, que fueron la antesala de la máxima categoría del automovilismo mundial. Hasta el momento disputó dos carreras: Monza (Italia) y Bakú (Azerbaiyán), donde terminó en la zona de puntos, por delante de grandes campeones, como Lewis Hamilton. Hoy corre en Singapur, cuyo circuito no conocía. Pero más allá de su innegable talento al volante, hay algo en este joven que cautiva. Apenas arribó a la F-1, las cámaras y las redes parecen haber quedado prendadas por él. Su magnetismo, simpatía, simpleza y manejo del inglés lo volvieron un imán para audiencias que lo ven como la expresión de una generación que no tiene problemas en romper con los prejuicios, miedos y barreras que ataron a sus padres y abuelos.

La pregunta es ¿qué podemos aprender de jóvenes como Colapinto? Hay varias cuestiones. En primer lugar, estamos frente al exponente de una generación que maneja un caudal inimaginable de información. Eso les permite proyectarse de manera global y no limitarse al escenario local, como quizás ocurría en el pasado. Además, tal como afirma Oliveto en el artículo que citamos más arriba, el esfuerzo y el mérito son valores centrales para ellos.

Habrá quien diga que la pobreza que aqueja a nuestro país y que se ha profundizado en las últimas décadas impide que las condiciones sean similares para todos los jóvenes. Es cierto. Pero sobran ejemplos de adolescentes y jóvenes que, a pesar de haber nacido en contextos desfavorables han logrado trascender en diversos ámbitos.

Por otro lado, Colapinto trae una bocanada de aire fresco a una sociedad que viene agobiada por múltiples crisis y conflictos, que no son nuevos, pero que se han profundizado en el último tiempo. Desde que este joven conduce el Williams, los domingos de muchas familias han cambiado: los madrugones, los mates entre padres e hijos y el rugir de los motores que se escucha a través de las pantallas parecen generar un momento de solaz y encuentro que, en muchos casos, parecía haberse diluído.

Más allá de que su continuidad en la Fórmula 1 aún es incierta, es claro que el fenómeno que genera nos atraviesa de múltiples maneras: por un lado nos demuestra que cumplir un sueño, por más ambicioso que sea, es posible en base a esfuerzo y trabajo. Pero, además, que, a pesar de la complejidad del contexto, siempre es más fácil sobrellevar el día a día con una ilusión: en este caso, la de verlo volar por las pistas y regalarnos unas horas de vértigo y felicidad.

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