Sólo Tántalo debe asumir que valía la pena festejar con una cena

Sólo Tántalo debe asumir que valía la pena festejar con una cena

Sólo Tántalo debe asumir que valía la pena festejar con una cena

Hay una versión en torno del mito de Tántalo que representa uno de los relatos más escalofriantes en lo referente a los banquetes. Pierre Grimal, en su “Diccionario de Mitología Griega y Romana” (Paidós, 2005), recepta este relato, de entre los muchos que rodean la historia y los orígenes del mortal que reinaba en Frigia (o en Lidia). Resumidamente, Tántalo era querido por los dioses y le permitían participar de sus celebraciones en el Olimpo: allí escuchaba los secretos divinos y gozaba de los manjares, como el néctar y la ambrosía, sólo reservada a los inmortales. El monarca, jactancioso de esta licencia, retribuyó a los dioses invitándolos a su palacio. Ellos aceptaron y el anfitrión planeó un agasajo sin parangón. Lo consiguió, pero aberrantemente: sirvió como manjar a su propio hijo, Pélope, para horror de los invitados. Acerca del final de Tántalo, hay menos versiones y más coincidencias: condenado al Tártaro (el más recóndito lugar del inframundo: el Hades), recibió el suplicio del hambre y la sed eternas. Permanece en un lago y cerca de un árbol frutal, pero cada vez que intenta beber o comer, el agua se retira y las ramas se retraen.

La cena de Tántalo es una metáfora sobre el desquicio al que puede conducir el poder, a la vez que una advertencia acerca de los extremos a los que algunos son capaces de llegar en su pleitesía para agradar a los poderosos. ¿Necesitaba el gobernante alardear con una comida? ¿Tenía que restregar al resto de la humanidad lo que había conseguido? ¿Cuál es el precio a pagar?

La alegoría de esos desbordes rodea el agasajo que el presidente Javier Milei organizó en la quinta presidencial de Olivos para los diputados que la semana pasada dejaron firme el veto contra las modificaciones a la Ley de Movilidad Previsional. “Los 87 héroes”, los llamó el jefe de Estado.

La celebración

Para Milei, un mandatario en severísima desventaja en el Congreso (La Libertad Avanza cuenta con 37 diputados sobre 257 y con seis senadores sobre 72), haber fidelizado un tercio de la Cámara Baja es un logro. Uno no muy glorioso, pero logro al fin. Es claro que, de momento, que el veto contra las leyes que se oponen a sus planes quedarán firmes. Se necesitan los dos tercios de ambas cámaras para rechazarlos, y en Diputados ello ya no ocurrirá. Sin embargo, con tan sólo ese tercio de la Cámara Baja, la Casa Rosada sólo consigue un escudo. Uno que no le sirve para sancionar las leyes que sí requiere. Y que tampoco lo blinda del desgaste político que sufrirá cada vez que obstruya una norma sancionada con el consenso mayoritario de senadores y diputados. Entonces, lo conseguido es una estrategia para el control de daños, que no es gratuita. Pero dista de ser un triunfo histórico.

En cuanto a sus invitados, ni siquiera los discursos más “libertarios” sostuvieron que era injusto aumentar el monto miserable de lo que cobran la mayoría de los jubilados argentinos. Por el contrario, el discurso oficial ha reconocido que mejorar los haberes de la tercera edad es una “causa altruista”, aunque usada por la oposición para sabotear el equilibrio fiscal, que es el primer principio y fin último de este primer año del Gobierno. Un argumento con el cual se puede estar de acuerdo, o no (de eso se trata, también la democracia). Eso sí, no es válido para los diputados radicales que cambiaron el voto. En junio renegaron de esas explicaciones, pero en septiembre se desdijeron y votaron en contra de lo que ellos mismos habían sancionado. Todo se devalúa en la Argentina: hay afiliados un partido que tiene más de 130 años exhiben convicciones que no duran más de 90 días…

Ahora bien, entre los que mantuvieron su postura y los que se recibieron de incoherentes, nadie consideró que era una injusticia permitir a los jubilados ganar un puñado de pesos más. Entonces, ¿era necesario festejar? O más bien, ¿qué estaban celebrando?

El menú

Se reunieron a celebrar en un banquete en el cual lo que estaba servido a la mesa era el presente de los jubilados. Como la historia no está desprovista de ironías, ni la culpa de manifestaciones inconscientes, los comensales abonaron esa noche $ 20.000 por la cena. Es decir, pagaron (porque son héroes a los que ni siquiera les convidan un choripán) la cifra que iba a incrementar el haber de los jubilados de la “mínima”. Ellos, hoy, ganan menos que la canasta básica alimentaria, cuyo costo fue de $ 421.474 en agosto para una familia de cuatro miembros. Un jubilado de la escala previsional más baja recibe $ 295.000 por mes (bono de $ 70.000 incluido). Léase, no ganan ni siquiera para comer. El aumento iba a permitirles comprar dos kilos más de carne por mes. Ese importe es con lo que se empanzaron los representantes de los viejos en el quincho de Olivos.

Aunque ahora intenten negarlo, se reunieron a festejar. Por caso, la diputada libertaria María Celeste Ponce se retrató vestida como para asistir a una gala. Según trascendidos periodísticos, además, durante el asado (esa comida que para los jubilados ya es tan mítica como el néctar y la ambrosía del Olimpo), hubo un comensal que propuso un brindis que nadie secundó: “¡Viva la patria, carajo!”, habría exclamado, ante el incómodo estupor de los presentes. ¿Los jubilados no son parte de la patria? ¿Son apátridas por creerse dignos de ganar el equivalente a 10 kilos de pan extra por mes? ¿Y, entonces, quiénes conforman “la patria”? ¿Sólo el Presidente y sus seguidores la encarnan? “Nadie es la patria, pero todos la somos”, escribió Borges. Y pensar que el ciego era él...

El Tártaro

El próximo enfrentamiento se encuentra en cuenta regresiva. La Casa Rosada anticipó que vetará la Ley de Financiamiento Universitario, que establece la actualización de los recursos para las casas de estudio según el índice oficial de inflación mensual, a la vez que determina el control de esos recursos por parte de la Auditoría General de la Nación.

El desfinanciamiento de las universidades le valió a Milei la primera marcha multitudinaria y genuina contra las políticas de su Gobierno. Esa manifestación le torció el brazo al Gobierno, que tuvo que asistir económicamente a las instituciones educativas, en contra de su voluntad. Ahora, a 10 meses de las elecciones de medio término, anuncian que no mejorarán los recursos para los claustros. Será una prueba de fuego para los “87 héroes”, muchos de los cuales son egresados de universidades públicas. Ni hablar de los radicales: la historia los mira desde la Reforma de 1918, durante el yrigoyenismo. Y el presente los interpela, desde uno de los últimos bastiones de la UCR.

Pero ese veto también será costoso para Milei. Son legión los jubilados que lo votaron. Igual que los profesionales que lo respaldaron en las urnas. ¿También habrá una cena para festejar el nuevo veto? El costo de las celebraciones indebidas, enseña el mito de Tántalo, puede ser una eternidad de sed y hambre. Y eso que el rey de Lidia (o Frigia) no tenía que enfrentar contiendas electorales.

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