El costo oculto de la perfección accesible en la apariencia

El costo oculto de la perfección accesible en la apariencia

Demi Moore Demi Moore

Existen múltiples opciones accesibles para quienes buscan mejorar su apariencia, desde procedimientos sencillos como el relleno de labios hasta tratamientos más complejos como la rinomodelación. Los tratamientos estéticos han abierto un abanico de posibilidades para quienes desean mejorar su apariencia. No hay nada intrínsecamente negativo en someterse a estos procedimientos; de hecho, muchos de ellos pueden dar como resultado un impacto positivo en la autoestima y la confianza de las personas. Sin embargo, es importante ser conscientes de los riesgos asociados y de las motivaciones que nos llevan a tomar estas decisiones.

¿Qué busco cuando me someto a alguno de estos procedimientos? La accesibilidad de los tratamientos, junto con la presión social por cumplir con ciertos estándares de belleza, puede llevarnos a perder de vista el objetivo original: sentirnos mejor con nosotros mismos.

En una nota publicada en LA GACETA se cuenta la historia de María G., quien, animada por una amiga, decidió realizarse un relleno de labios con ácido hialurónico. Al llegar al consultorio, notó que se trataba de un consultorio odontológico, pero a pesar de sus dudas decidió seguir adelante con el procedimiento. En las horas siguientes, sus labios comenzaron a hincharse de manera anormal, hasta el punto de deformarse. Tras varios días de angustia, tuvo que acudir a un médico especialista para disolver el relleno.

En los últimos años muchos profesionales del área de la salud, sin la formación adecuada ni el criterio estético necesario, comenzaron a realizar estos procedimientos. Como resultado, surgieron más casos de lo que los especialistas llaman “síndrome de sobrellenado facial”, una desproporción en las facciones causada por el mal uso de rellenos faciales. Según datos nacionales, las complicaciones por la incorrecta aplicación de estos productos han aumentado entre un 35% y un 40%.

La periodista y abogada Alejandra Maglietti comentó en una entrevista con “Infobae” hace unos días: “Uno se va poniendo cada vez un poquito más y no se termina dando cuenta”, afirmó. Sabemos cuándo y dónde comenzamos, pero lo que no siempre está claro es cómo puede evolucionar esta decisión con el tiempo. Muchas personas inician con un simple retoque, pero, con el paso de los años, descubren que han recurrido a múltiples intervenciones cada vez más frecuentes para mantener o mejorar su aspecto.

El mercado de los tratamientos estéticos ha crecido exponencialmente en los últimos años. Según un informe de la Sociedad Internacional de Cirugía Plástica Estética (Isaps), en Argentina, un 31% de los procedimientos no invasivos que se realizan son rellenos faciales. Estos tratamientos no invasivos, como los rellenos de ácido hialurónico y el bótox, han permitido que personas de todas las edades y condiciones accedan a la posibilidad de mejorar o modificar su apariencia sin necesidad de someterse a una cirugía. Sin embargo, esta misma accesibilidad ha traído consigo un problema: la proliferación de personas no capacitadas que realizan procedimientos estéticos sin los conocimientos necesarios para hacerlo de manera segura.

“Instagram face”

Uno de los fenómenos más llamativos dentro de la cultura de los tratamientos estéticos es el denominado “Instagram face”. Se trata de un patrón de belleza promovido en redes sociales, en especial en Instagram, donde los rostros pulidos acumulan miles de “likes”. Este ideal estético incluye características como labios voluminosos, pómulos prominentes, una nariz pequeña y definida, y una piel tersa y sin imperfecciones. Estos rasgos han generado una tendencia que lleva a muchas personas, especialmente mujeres, a buscar replicar ese rostro perfecto mediante tratamientos estéticos.

Este fenómeno ha transformado la percepción de la belleza, homogeneizando los rostros y eliminando las particularidades que hacen que cada persona sea única. Al mismo tiempo, plantea una cuestión importante: ¿qué es lo que realmente estamos buscando con estos tratamientos? El “Instagram face” promueve una construcción donde los rasgos raciales y las identidades individuales se diluyen en un ideal cosmético universal.

Este modelo estético se ha visto favorecido por el auge de los filtros en redes sociales, que permiten modificar los rasgos faciales de forma virtual. Con un simple deslizamiento de dedo, cualquiera puede afinar su nariz, agrandar sus labios o borrar sus imperfecciones. Sin embargo, esta idealización de la apariencia en el mundo virtual está afectando la manera en que las personas se perciben en el mundo real, generando una insatisfacción constante con su propio cuerpo y rostro.

La película “Sustancia”, protagonizada por Demi Moore, ofrece una visión cruda de los riesgos y las trampas que conlleva la búsqueda obsesiva de la belleza. En la trama, el afán de los personajes por alcanzar un ideal estético impuesto por la sociedad los lleva a someterse a procedimientos que, lejos de mejorar su calidad de vida, les generan sufrimiento físico y emocional. La película pone en evidencia una realidad que afecta a muchas personas: la búsqueda de la perfección puede convertirse en una trampa sin salida, donde el cuerpo se transforma en un campo de batalla constante.

La promesa de una mejora continua y sin riesgos fomenta una cultura de la insatisfacción, donde siempre parece haber algo más que mejorar o corregir. A medida que los tratamientos estéticos se vuelven más comunes y aceptados, la línea entre lo necesario y lo excesivo se vuelve difusa.

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