Hugo Alconada Mon: “Juan Vucetich vivió resistencias internas y externas”
Acaba de publicar La cacería de Hierro, nueva novela que lidera los rankings de libros más vendidos. Uno de sus protagonistas es Juan Vucetich, el inventor de la dactiloscopia, sistema de reconocimiento con el que nace la criminología moderna. Alconada Mon ofrecerá una charla en torno a su nuevo libro, en el ciclo de conferencias de LA GACETA, el próximo miércoles, a las 19 horas, en el Auditorio del Campus Unsta.
Por Flavio Mogetta para LA GACETA
En 1892, dos niños mueren degollados en Necochea. Hacia esa ciudad viaja el Comisario de Pesquisas Eduardo Álvarez llevando con él en un maletín un novedoso método de identificación ideado por el inmigrante dálmata Juan Vucetich. A esos dos personajes reales se les sumará un tercero: el guardiacárcel Valentín Hierro, que necesita saber cómo se resolvió ese crimen para resolver el asesinato de su propia madre un par de años antes en la ciudad de La Plata. Esos son los tres protagonistas de La cacería de Hierro (Planeta), la nueva novela de ficción del periodista y escritor Hugo Alconada Mon tras el éxito de La ciudad de las ranas.
-Tanto La ciudad de las ranas como La cacería de Hierro transcurren en los primeros años de la ciudad de La Plata y ambas permiten ver el entramado político de aquellos años.
-Ambas están abordando el mismo recorrido. En definitiva, estamos hablando de finales del siglo XIX, el período en el cual fue protagonista la generación del ’80 y que estuvo marcado por la inmigración masiva de cientos de miles de hombres y mujeres provenientes sobre todo de Europa. También tiene el eje de la masonería y el desafío de la identidad. Es decir: “Bienvenidos a la Argentina, hombres y mujeres de buena voluntad que quieran aquí encontrar un futuro mejor” y al mismo tiempo las preguntas: ¿quién está viniendo?, ¿son gente trabajadora, anarquistas, comunistas, asesinos? Porque uno podía en aquellos tiempos previos a los documentos y pasaportes eventualmente haber asesinado a tres personas en Burgos, en Madrid o donde quieras y venir a la Argentina, cambiarse el nombre y empezar una nueva vida.
-En esta novela encontramos una historia de ficción, que crece al pulso del policial.
-Fue algo involuntario porque arranqué la novela escribiéndola desde el tono de una novela histórica, siguiendo la impronta de la Ciudad de las ranas, y cuando ya iba como 50 páginas me di cuenta de que no caminaba, que crujía. Ahí paré y empecé a replantearme la situación. Es decir, ¿tengo que abandonar esto o tengo que encararlo de otro modo? Y empecé a buscar textos, ver ideas de autores que yo admiro, que quiero, que sigo, que leo y ahí hubo un momento, no sé si de iluminación porque sería demasiado, pero sí esta idea de que en mi novela yo quería abordar un crimen que ocurrió en La Plata, que solo puede resolverse al entender un doble crimen que ocurrió en Necochea en 1892. En definitiva, yo estaba hablando de crimen, crimen, crimen. Entonces me planteé si no debía encararla como si fuera una novela policial, empecé a intentar darle esa impronta y a sentir como que fluía y empezaba a rodar, y ahí ya no paré más.
-La cacería de Hierro mantiene lo histórico de tu primera novela de ficción, pero avanza al pulso del policial lo que le aporta mayor agilidad.
-Eso fue un esfuerzo deliberado por tratar de, sin perder profundidad, darle más agilidad al relato, precisamente porque estaba abordándolo desde la perspectiva de una novela policial, jugando también con las novelas policiales de Pierre Lemaitre o apoyándome en 1793 de Natt och Dag. Y con El nombre de la Rosa de Umberto Eco en la línea de que hay un fraile mayor, ya de vuelta, que está a su vez acompañado por un muchacho mucho más joven, un discípulo al cual él mentorea. Algo parecido intenté en este caso con un Juan Vucetich y también con un Eduardo Álvarez, que toman bajo sus alas a este muchacho para poder entre ambos formarlo y que en definitiva este muchacho pase de ser Valentín a ser Hierro. No es casual el nombre. Porque el nombre te remite a algo muy infantil; Valentín y un apellido muy fuerte, que te habla de lo que las novelas norteamericanas denominan “the coming of age”, el proceso de maduración, de desarrollo de un personaje. Empieza de un modo y termina de otro en un recorrido muy íntimo.
-Al leer la novela salen a la luz las dificultades que tuvo Juan Vucetich a partir del desarrollo de su método y de su propuesta científica. Dificultades que acompañan a la ciencia desde su nacimiento y hasta nuestros días.
-Sí, Juan Vucetich vivió resistencias internas y externas. ¿Las resistencias externas? Estamos hablando de un periodo histórico en el cual el sistema que se usaba en ese momento era el del bertillonaje, desarrollado por un francés que establecía que había que tomar en cuenta determinados rasgos físicos y determinadas medidas corporales. Desde tu color de ojos, si tenías tatuajes, si te faltaban dientes o la longitud desde el codo hasta la punta del dedo mayor. Y cuando llega Vucetich con este nuevo sistema, los que impulsaban el sistema anterior dijeron “no te voy a ceder terreno, yo ya tengo el kiosco armado”. Eso llevó a contrapuntos públicos por la prensa diciéndole a Vucetich que era un simple meritorio, que no tenía profesión ni tenía estudios académicos y cuestionándole quién era él para decir lo que había que desarrollar. Y resistencias internas en la propia policía que decía “vamos a usarlo nosotros” y Vucetich entendía que no era solo para identificar criminales sino que podía servir para identificar a todas las personas, para dar garantías de su identidad y que incluso, por ejemplo, un padre analfabeto que quiere registrar a su hijo tenga la certeza de que su hijo queda asentado ante el estado nacional, que su hijo es su hijo y que no se lo pueden robar. Eso lleva a este contrapunto con la policía que decía “esto es solo para nosotros” y lo terminan echando a Vucetich. Después de ser exonerado, muchos años después con Vucetich ya muerto le quisieron hacer un homenaje póstumo y lo nombraron comisario mayor.
-Y un eje que siempre acompaña a las ciencias…
-Y un tercer eje, que es el contrapunto histórico entre progreso, ciencia y el status quo, que pude ser de los propios “científicos” o puede ser de la política o de la Iglesia. De hecho, hay una carta que a mí me impactó y a la que pude acceder, que él le manda a su tercera mujer en la cual él se compara con Francis Bacon, un protocientífico de la temprana Edad Media y uno de los primeros que intentó desarrollar un método científico en ese momento con el peso de la Iglesia católica. En términos actuales lo declararon “cucaracha” y el hombre intentó aún así empujar un recorrido hasta cierto punto similar al de Galileo Galilei y la pasó muy mal. Siglos después, Vucetich cuán mal lo tiene que haber pasado para él mirarse en ese espejo y decir “yo me siento Bacon”.
-Vucetich repite en la novela que “la policía no es por su brutalidad, sino por su superioridad intelectual que podrá garantir la seguridad”.
-Ese era uno de los ejes que yo quería también abordar en esta novela que, aunque es una novela policial, también intenta ser una novela de época y al mismo tiempo abordar algunas de las constantes humanas. Y así como hablábamos antes entre la puja entre ciencia y status quo, también podemos estar hablando de esa esa puja eterna entre el bien y el mal. Y podés plasmarla en la policía. En aquel momento tenías una policía brava, que después puede ser “la maldita policía” y que incluso llega hoy al caso Loan. Esa puja entre el bien y el mal, entre la policía que intenta hacer lo correcto y la policía corrupta o la que intenta los atajos de los apremios ilegales. Sin spoilear nada de la novela, hubo un momento en Necochea que se puso muy picante la policía para resolver el doble crimen de 1892, pero también estaba esta otra policía, que intentaba aplicar los métodos científicos, las huellas dactilares, los primeros pasos de la criminalística moderna para tratar de resolver de manera proba y prolija un doble crimen. Esa puja es constante. Entonces tenés la policía, que puede llegar a ser parte del problema o parte de la solución y lo vemos ahora con el caso Loan.130 años después del doble crimen de Necochea tenés los policías que, en teoría tenían que investigar y encontrar el chiquito, estaban involucrados en el hecho criminal y al mismo tiempo estaban plantando pistas falsas.
-¿Qué seguís encontrando en la escritura de ficción?
-La respuesta corta sería: el disfrute. Una respuesta un poco más larga sería que escribir me hace bien, me enriquece, me lleva a lugares, a conocer gente maravillosa -historiadores, archivistas, museólogos-, a recorrer lugares que no conocía: desde un sótano de un edificio fundacional de La Plata hasta los campos rurales en las afueras de Necochea. Además, me ayuda a entender historia, política, inmigración o masonería. Es un periodo histórico que a mí me apasiona: fines del siglo XIX, generación del ’80, uno de los períodos que marcaron para siempre a la Argentina. Mucho de lo que somos hoy viene de esos años.
© LA GACETA
PERFIL
Melina Furman nació en 1975. Era licenciada en Ciencias Biológicas (UBA), doctora en Educación por la Universidad de Columbia, investigadora del Conicet y profesora de la Escuela de Educación de la Universidad de San Andrés. Dedicó sus investigaciones al proceso de generación de entornos que potencien el pensamiento curioso, crítico y creativo desde el jardín de infantes hasta la vida adulta. Creó la asociación Expedición Ciencia y condujo el programa La casa de la ciencia para el canal de TV Paka Paka. Fundó el curso “El mundo de las ideas” y organizó los eventos TEDxRíodelaPlata. Murió la semana pasada, a los 49 años. Entre sus libros se destacan La ciencia en el aula, Ciencias naturales: aprender a investigar en la escuela y Cómo criar hijos curiosos.
La cacería de Hierro*
Por Hugo Alconada Mon
-¿Cómo está?
-¿Quién, señor?
Levantó una mano, con la ficha dactilar 5492 entre los dedos índice y mayor, como un cigarro.
-Ella.
Sentado frente a su escritorio, Juan Vucetich repasó los datos volcados en la ficha, ajeno a la mirada del guardiacárcel que se había presentado en su oficina y permanecía de pie, atento. Orillaba el mediodía del sábado en La Plata, pero quedaba mucho por hacer en el Departamento de Antropometría de la Jefatura Central de Policía
-Le hice una pregunta.
-En Dolores, señor.
Rojas anduvo entre la cárcel y el hospital varias veces; veremos si acá mejora un poco de salud. Vucetich le hizo un ademán al guardiacárcel para que se retirase y volvió a enfocarse en las diez huellas dactilares y los datos volcados en la ficha. Aportaban poco, pero tampoco los necesitaba. La trama de Necochea perduraba fresca en su memoria.
«Francisca Rojas de Caraballo», «causa de detención: doble infant.», exponía. La habían completado horas antes con precisiones que lo envolvieron en recuerdos de hacía siete años, de cuando aquella tragedia signó su vida para siempre. «El hecho ha sido cometido en 1892. Sumario levantado por el inspector D. E. M. Álvarez».Vucetich sonrió, como cada vez que lo visitaba la sombra de aquel sabueso singular. Cuando pocos confiaban en él y en su trabajo, Álvarez se había jugado el resto.
-¿Qué hace todavía acá? -le espetó al guardiacárcel, al ver que seguía junto al escritorio, en posición de firme.
-Quiero saber. Se dice tanto sobre ella y sobre usted que…
Vucetich no quiso oír el resto. Estaba harto del morbo que solía rodearlo, de la prensa amarillista que se regodeaba en el chapoteo de sangre, de los vampiros que lo lisonjeaban en los mejores salones de La Plata para quedarse en la anécdota, sin enterarse de que lo suyo era ciencia y método. Ya tenía suficiente con recibir a los invitados que le mandaban sus superiores, como el príncipe Luis Felipe De Orleans y Bragance, para lidiar también con mediocres que consumían su tiempo, por ignorancia o interés, y lo desgastaban más que los envidiosos.
-Retírese.
Pero el guardiacárcel no se movió. El cadáver que arrastraba desde hacía dos años pesaba demasiado. Dos años de dolor, de búsquedas torpes y estériles, de frustraciones; dos años detrás de una oportunidad que ni siquiera tenía claro cuál era. Hasta esa mañana del sábado 15 de abril de 1899 cuando el destino le permitió conocer a la leyenda.
*Fragmento.