El Milagro salteño: una marcha de fe y resiliencia
La Fiesta del Milagro, celebrada en Salta desde hace más de 300 años, es uno de los eventos religiosos más grandes de América Latina. Miles de peregrinos recorren largas distancias a pie, enfrentando condiciones extremas, en una muestra de fe y devoción.
La fe es un sentimiento difícil de definir, tanto para quienes la practican como para quienes la observan desde afuera. Sin embargo, la Fiesta del Milagro, que se celebra en Salta desde hace 332 años, ofrece un escenario donde ese concepto abstracto cobra vida.
Año tras año, la festividad trasciende lo cotidiano, parece extraída de un relato antiguo, lleno de leyendas y símbolos sagrados. Millares de peregrinos llegan desde todos los rincones de Argentina y de países vecinos, ratificando con su asombro la magnitud del evento.
En estos días, Salta vive su propio "milagro". La ciudad renueva su espíritu y se reencuentra con sus tradiciones más profundas. Los paseos y calles de la capital se visten de fiesta, mezclando el azul del cielo con los colores vivos de los lapachos y ceibos en flor. El aroma de los jazmines y azahares de los naranjos perfuma el aire, impregnando la atmósfera con un toque de frescura preprimaveral.
Caminantes de la fe
Uno de los aspectos más llamativos de esta celebración es la masiva participación. Casi un millón de personas se congregan, y entre ellas, miles de peregrinos que llegan desde la Puna salteña. Estos "caminantes de la fe" recorren entre ocho y diez horas diarias, cruzando cerros y ríos, desafiando el sol abrasador, la lluvia y la nieve. Cargan sus imágenes religiosas y sus instrumentos musicales, mientras cantan, bailan y rezan en un viaje de devoción que los une en comunidad.
La Fiesta del Milagro se consolidó como una de las manifestaciones religiosas más grandes de América Latina. Los preparativos comienzan en septiembre, y entre los días 13 y 15, la ciudad de Salta se transforma por completo.
A lo largo del camino de los peregrinos, cientos de voluntarios se suman a la causa, brindándoles comida, albergue y compañía. La organización es casi espontánea, ya que los caminantes no suelen estar acompañados por líderes religiosos; es el esfuerzo conjunto de la comunidad y los voluntarios lo que sostiene el viaje.
Cada peregrino tiene una historia propia, pero lo que los une es el agradecimiento. Algunos completan los últimos kilómetros con los pies descalzos y llenos de ampollas, mientras otros empujan cochecitos de bebé o cargan a sus hijos en aguayos tradicionales. La ulpada, una bebida ancestral hecha con agua, azúcar y harina criolla, se comparte entre todos, simbolizando la solidaridad y la unión.
Es una marcha en comunidad, unida por la fe. Desde pueblos pequeños, grupos de hasta 70 personas inician la caminata, y a medida que avanzan, se les van sumando los habitantes de los pueblos y caseríos. Al llegar a la ciudad, pueden ser más de 10.000 caminando juntos, con la sensación de formar parte de una gran familia.
Hay quienes superan los 80 años y otros que apenas comienzan su vida, pero todos comparten el mismo propósito. Algunos caminan por primera vez, mientras que otros llevan más de 20 años participando. Hay tantas historias como personas, pero el denominador común es el agradecimiento.
Durante estos días, muchos parajes y pueblos quedan casi desiertos, mientras los peregrinos se dirigen a Salta. Camionetas de apoyo y equipos de salud siguen la marcha, transportando las pertenencias de los caminantes y proporcionando asistencia. El regreso es un desafío adicional; muchos ahorran durante meses para contratar un transporte, mientras que otros recurren al "dedo" para regresar a sus hogares.
En este evento, la fe también cruza fronteras. Grupos de peregrinos llegan desde Tucumán, Catamarca, Buenos Aires, Córdoba y Jujuy. Los valles aportan el ritmo de los bombos, y los coyas, ataviados con sus trajes tradicionales, tocan sikus y bailan al llegar a la plaza central. Turistas extranjeros se suman a la fiesta, mientras cientos de salteños observan el desfile desde los bares alrededor de la Plaza 9 de Julio.
La festividad culminará el domingo por la tarde con una gran procesión. Un mar de personas seguirá las imágenes del Milagro, y al caer la noche, las figuras sagradas regresarán a la Catedral. Como bien recitaba el poeta Julio César Luzzato, "Salta, esta es tu historia, la historia más hermosa. La historia del Milagro".
Orígenes de la Fe
La Fiesta del Milagro tiene sus raíces en 1592, cuando el obispo de Tucumán, fray Francisco de Victoria, donó una imagen del Cristo Crucificado al pueblo salteño. Esta imagen, junto a una de la Virgen del Rosario, había sido encontrada flotando en el puerto del Perú. Tras ser guardadas y desaparecidas durante un tiempo, aparecieron intactas en 1692, tras devastadores terremotos en la ciudad.
El padre jesuita José Carrión, convencido de que los terremotos cesarían con la procesión de la imagen del Cristo Crucificado y la Virgen María bajo la advocación de Inmaculada Concepción, organizó la primera procesión. Desde entonces, la festividad creció hasta convertirse en una de las manifestaciones religiosas más grandes de América Latina, un testimonio de la fe inquebrantable y la resiliencia de su gente.