El 19 de septiembre se cumplirán 25 años de uno de los clásicos tucumanos más recordados de la historia. Por ser un clásico, por la cantidad de goles -convengamos que el 0-0 es lo más común en estos partidos- por los festejos, por el calor y el color de las hinchas que coparon La Ciudadela; en fin, ese San Martín- Atlético Tucumán es inolvidable para los memoriosos, así como el 3-2 del 2018, pasarán los años y el partido seguirá agigantándose como si se tratara de un mito.
Recordar ese 3-2 en La Ciudadela es casi como recordar a Mauro Amato. Un delantero que no solo brilló en la cancha, sino que también dejó una huella imborrable en el corazón de los fanáticos del “Decano”. Ese 19 de septiembre se convirtió en una fecha inolvidable, un día en que Amato, con un gol agónico, rompió una racha de 13 años sin triunfos de Atlético en La Ciudadela. Aquel resultado fue mucho más que un simple partido de fútbol; fue una victoria con un sabor a revancha, un momento de justicia histórica para los hinchas que presenciaron aquel partido.
Amato recordó, años después, ese gol que definió el clásico y lo elevó al estatus de ídolo en el club de 25 de Mayo y Chile. “Hacía 13 años que Atlético no ganaba en La Ciudadela. Faltaban 30 segundos cuando hice el gol. Me gusta sentir el cariño de los hinchas, porque suceden muchas cosas a partir de este recuerdo”, rememora Amato, con la emoción intacta, como si el tiempo no hubiera pasado. Ese momento en el que su pierna derecha encontró a la pelota en el último segundo del partido fue como una escena sacada de una película, una postal perfecta que quedará para siempre en la historia del fútbol tucumano.
Era la cuarta fecha de la Zona Interior del Torneo Nacional B 1999/2000. Atlético era dirigido por Humberto Zuccarelli y San Martín por Alpidio Elizeche. La Ciudadela explotaba de gente con las dos hinchadas en las tribunas. El primer tiempo del partido había transcurrido sin demasiadas emociones. Los equipos, como si el peso de la historia les estuviera presionando los hombros, se cuidaban más de no cometer errores que de buscar el arco rival. El 0 a 0 con el que se había cerrado la primera mitad parecía presagiar un clásico más para el olvido, pero lo que estaba por ocurrir en la segunda mitad cambiaría todo. Hasta ese momento, el duelo de hinchadas se había llevado todos los flashes.
A los 20 minutos del complemento, Julio García desató el delirio de los hinchas de San Martín con un gol que parecía encaminar el triunfo para el equipo local. Sin embargo, la alegría no duraría mucho. Ese tanto de García desató una tormenta de goles en una ráfaga de minutos, armando un verdadero partidazo.
Apenas dos minutos más tarde, Raúl Saavedra, el joven lateral izquierdo que apenas jugaba su segundo partido en Primera, probó al arco desde lejos, y en complicidad con el arquero Luis Quiñones permitieron que Atlético empatara rápidamente el partido.
El marcador volvió a moverse apenas tres minutos después. Esta vez fue Amato quien, tras un pase desde el centro del campo, se encargó de poner al “Decano” en ventaja. El delantero, que siempre había destacado por su capacidad para aparecer en los momentos más importantes, aprovechó la oportunidad y con un remate cruzado venció nuevamente a Quiñones. Aquel gol fue un homenaje al fútbol que vivía por fuera de los terrenos de juego, ya que debajo de su camiseta, Amato llevaba una remera especial, un regalo de su amigo Martín Palermo. Ese gesto, que hoy puede parecer anecdótico, representaba mucho más: el vínculo de solidaridad entre dos futbolistas comprometidos con causas sociales.
La remera que mostró Amato en La Ciudadela tenía tres caras de Palermo, con quién había sido compañero en Estudiantes y que había tenido un breve paso por San Martín. Pero desde lo deportivo el clásico aún tenía más emociones guardadas. Apenas siete minutos después del gol de Amato, el “Hueso” Pereyra, con una definición de vaselina que dejó sin chances a Nilton Pardal y empató el partido una vez más. El 2-2 parecía sellado como el resultado final de un partido que ya había entregado demasiadas emociones y en un puñado de minutos, sin embargo, el destino tenía otros planes.
Con el reloj marcando el último minuto de tiempo adicional, Saavedra volvió a proyectarse por la banda izquierda, como lo había hecho en tantas otras jugadas a lo largo del partido. Esta vez, su centro no parecía llevar peligro, pero la defensa de San Martín no logró despejar el balón. Carlos Díaz, encargado de cerrar la jugada, falló en su intento de despeje y la pelota cayó en los pies de Amato, quien, con una calma que solo los grandes jugadores poseen en momentos decisivos, controló el balón con su botín derecho. Fueron tres toques los que tuvo que hacer para inmortalizar para siempre su apellido en la historia del fútbol tucumano: el primero sirvió para frenar el centro, el segundo para acomodar la pelota, y el tercero fue un remate preciso y cruzado, para sellar el 3 a 2 definitivo.
En cuestión de segundos la euforia cambió de bando, y los hinchas de Atlético celebraron una victoria que se había hecho esperar más de una década. Amato, con los brazos en alto, fue rodeado por sus compañeros. Era el héroe de la tarde, el hombre que había puesto fin a la maldición de 13 años sin triunfos en la cancha de su clásico rival.
Con el paso de los años, Amato nunca dejó de recordar aquel partido y el cariño que siempre recibió de los hinchas de Atlético. “Que loco, la mitad de mi vida”, responde Amato a LA GACETA, el delantero que ahora tiene 50 años tiene muy presente su paso por el “Decano”. “Como vivía en la zona céntrica, a las prácticas iba en bicicleta. Eso me permitía tener mucha comunicación con la gente. En todo momento, traté de devolverle el cariño que me brindaron desde el primer día que pise suelo tucumano. El amor incondicional era mutuo”, explicó alguna vez el delantero.
Ese gol sobre la campana final despertó enojos en la parcialidad “santa” que comenzó a intercambiar proyectiles con los “decanos” que celebraban el triunfo. “Mientras en Mate de Luna el jolgorio era incontenible, el enfrentamiento que comenzaron los simpatizantes locales obligó a la Policía a lanzar gases lacrimógenos, lo que desató una batalla campal... La avenida Roca era la contracara de la Mate de Luna. En una, lágrimas por los gases; en la otra, llantos de felicidad. Es que la pasión es un sentimiento. Algo que nada, ni nadie, puede comprar. ‘Decano’ o ‘Santo’ se nace”, se pudo leer en la crónica de LA GACETA del 20 de septiembre, acompañada por una galería de imágenes que retrataban las dos caras de la tarde.
“Fue hermoso aquel día. Nunca lo voy a olvidar. Tampoco podría hacerlo. Todos los años me llaman amigos de Tucumán para saludarme por los dos goles que hice; fue el día más feliz de mi vida como futbolista”, remarcó el ex delantero.
Hoy, a más de dos décadas de aquel clásico, el nombre de Amato sigue resonando en la memoria colectiva de los hinchas. Sus goles, su compromiso dentro y fuera de la cancha, y su habilidad para aparecer en los momentos más importantes lo convirtieron en un ídolo indiscutido. Y aunque solo jugó poco más de una temporada en el club, ese tiempo fue suficiente para que su legado perdure para siempre.