Por Alejandro Urueña y María S. Taboada
Magíster en Inteligencia Artificial./ Lingüista y Mg. en Psicología Social. Profesora Titular de Lingüística General I y Política y Planificación Lingüísticas de la Fac. de Filosofía y Letras de la UNT.
Para el sector de la humanidad que tenemos acceso a la web e internet, la IA está instalada como parte inherente de nuestra vida cotidiana. Desde que nos levantamos hasta que nos acostamos, nos resuelve interrogantes, situaciones, trámites, búsqueda de información (y la lista podría ser infinita) sin siquiera movernos de lugar. Quienes hemos nacido antes del acceso público a estas tecnologías, desde el pago de una factura hasta la adquisición de cualquier tipo de información podía demandar horas y a veces días. Para comunicarnos con alguien de nuestro entorno debíamos memorizar sus teléfonos, y si era alguien desconocido, buscarlo en la guía telefónica sin certeza de que estuviera allí, lo cual sumaba nuevas acciones y mayor cantidad de tiempo. Hoy, con sólo clikear, resolvemos estas necesidades al instante, lo cual libera nuestra memoria, creatividad y productividad y evita dilaciones en el logro de nuestros proyectos. Podemos acceder a información múltiple y diversa producida en diferentes puntos del planeta -sin registrar presencialmente millares de archivos y bibliotecas- y emplear tecnología para su análisis y correlaciones, con el consecuente incremento de nuestras capacidades cognitivas y cognoscitivas. En este momento, mientras escribimos, el algoritmo nos propone correcciones gramaticales y nos suministra sinónimos sin levantarnos del asiento. Prueba de la magnitud del cambio en todas las dimensiones de la vida humana, es el desarrollo exponencial del conocimiento: aquello que en otra época hubiera demandado décadas o centurias, hoy puede alcanzarse – gracias a las tecnologías integradas- en el término de meses o de días. El logro de la vacuna contra el covid es una evidencia indiscutible de esa celeridad y potencialidad. Lo mismo puede decirse del desarrollo de los chatbots: desde que se abrió al uso público GPT, se han multiplicado en menos de dos años algoritmos que compiten y que hoy -tal el caso de Meta- los tenemos incorporado al chat de nuestro teléfono.
Interconectividad y vínculos
Para el desarrollo de estas ventajas, la interconectividad planetaria ha constituido y constituye una condición determinante. Y su impacto será aún mayor, si se logra el objetivo de que internet opere a la velocidad de la luz, que es uno de los proyectos en el que están trabajando grupos científicos. Pero aún sin llegar a ese punto, lo cierto es que las tecnologías han modificado sustancialmente nuestra posibilidad de vincularnos con aquellos que no comparten el mismo espacio-tiempo. Antes, para establecer ese tipo de vínculos -fueran laborales o afectivos- debíamos escribir cartas y mandarlas por correo - lo que podía demandar días y hasta semanas – y, en el mejor de los casos, el teléfono. Aunque para hablar más allá de nuestra ciudad, debíamos solicitar la mediación de la operadora y esperar pacientemente horas. Al presente tenemos en el aquí y ahora , al alcance de nuestros dedos, a los seres queridos que están lejos, lo que nos permite saber cotidianamente cómo están, qué necesitan y brindarles nuestro aporte sin demoras. Y lo mismo en el plano laboral: podemos trabajar conjuntamente personas y equipos de distintos lugares del mundo y debatir en tiempo real los avances y desafíos, como si fuéramos un grupo co-presente en el mismo espacio. Esto de ser sapiens “coexistentes”, más allá de los límites del espacio, es ya un hecho. Del mismo modo, podemos interconectarnos y gestar grupos con quienes desconocemos a partir de intereses comunes: articular y debatir ideas, concepciones del mundo, proyectos; dialogar y tener la mirada del otro aquí, en el espacio virtual, aunque estemos a miles de kilómetros de distancia.
Uno de los avances que aportó sustancialmente a la conformación de la especie homo ( y que permitió superar la condición de los homínidos) fue precisamente la creación de herramientas para afrontar cooperativamente los desafíos del mundo hostil de hace millones de años. Sin esta dupla interdependiente (herramientas y cooperación) nos hubiéramos extinguido. Los homos nacemos y somos seres vulnerables para enfrentar aisladamente la existencia. Es condición de supervivencia la cooperación colectiva, que nos da la posibilidad de transformar el mundo y a nosotros, a través de la cultura con la que hemos suplido nuestras limitaciones naturales. La criatura humana nace absolutamente desvalida y necesita de los otros durante un tiempo prolongado para subsistir. Por lo que la cooperación es necesaria y esencial para el homo sapiens que aprendió -precisamente- a saber y el saber con los otros. Podría hipotetizarse entonces que tanto internet como la IA son tecnologías que promueven una mayor y estrecha cooperación. Y de hecho, en muchos campos -como los laborales, científicos, etc- es así. Sin embargo, en los últimos tiempos, asistimos a un fenómeno que se multiplica, en particular en lo que respecta al diálogo de ideas y de soportes afectivos comunes, también planetariamente a través de las redes: la violencia como forma de intervención virtual recurrente, como manera de -y valga la contradicción- de relacionarse con el otro. En posteos, comentarios, streamings, la agresión se multiplica como condición del decir, pensar, actuar, sentir. No parece haber margen para la diferencia o la disidencia: o se piensa y siente igual al otro o se es objeto de impugnación desde recursos y estrategias agresivas que suelen tender a la humillación, la discriminación cuando no a la racialización. Lejos de la cooperación, cuya posibilidad creadora está precisamente en la heterogeneidad, en la diversidad de perspectivas, cunde en las redes una tendencia homogeneizadora, en la que las tecnologías se usan para la involución de nuestra condición social de sapiens, para promover la clonación cognitiva, ideológica, cultural.
Los dueños de la tecnología
Se suele decir que las tecnologías tienen la culpa, en una suerte de fetichización que desplaza el foco desde los hechos a los medios. Las tecnologías no hacen sino reflejar lo que está aconteciendo en las relaciones sociales en concreto: la agresión se va conformando progresivamente en el recurso cotidiano, desde los más alto funcionarios hasta los encuentros circunstanciales, para el “desvínculo” cuando el otro no se clona con uno. Habrá entonces que poner el foco en el fondo del problema: ¿a quién o a quiénes les conviene el dilema homogeneidad o guerra? Porque la agresión no es connatural a la especie sino producto de intereses de grupo. No olvidemos- como hemos mencionado reiteradamente en otros artículo - que la llamada “Internet de las cosas” (IoT) registra hoy todo lo que decimos y hacemos en la vida cotidiana y lo almacena en centros de macrotados. La frase “el celular me escucha” es cierta. Y no sólo el celular. Detrás de la IoT hay grandes empresas tecnológicas registran nuestros gustos, necesidades, intereses y los utilizan en diferentes campos para inducirnos a tomar decisiones en la línea de objetivos económicos, sociales, culturales, etc. Uno de esos campos es el de las campañas políticas. No es casual que los candidatos “repliquen” lo que un importante número de personas dice en su vida cotidiana e imiten casi las mismas frases. Se han apropiado de los decires y pensares, transformados en datos, y los utilizan para manipular al electorado. Como tampoco es casual que los funcionarios, una vez electos, cambien parte de lo que decían e incluso contradiciéndolo.
El problema no está en la tecnología por sí misma sino en nosotros, como sujetos hacedores de la sociedad, y en los intereses de los dueños de las empresas tecnológicas. ¿Vamos a continuar enfrentándonos a escalas exponenciales -potenciadas por la tecnología- y a ceder nuestro futuro en manos un conjunto limitado de empresas que nos transforman en datos para sus proyectos económicos, sociales y políticos? ¿O vamos a recuperar protagonismos que afiancen nuestros derechos, identidades, proyectos desde la convergencia en la diversidad?
Sin duda hace falta regulación y legislación para preservarnos. Pero de nada servirá si quedamos entrampados en la visión del mundo y de los otros como territorio de violencias. Estamos en un momento crucial. La tecnología nos conecta como nunca antes, abriendo puertas a la cooperación global y al avance científico sin precedentes. Pero esta misma tecnología, en manos equivocadas, se convierte en una herramienta de violencia, sembrando el odio y la desinformación. Imagina un mundo donde la palabra escrita, en lugar de unir, divide y destruye. Donde la información se distorsiona para manipular y controlar. Ese futuro no está escrito, aún podemos elegir un camino diferente.
El “Atlas de inteligencia artificial” de Kate Crawford, donde se parafrasea a Benjamin Bratton, desafía las antiguas narrativas de poder estatal, mostrando cómo se desmoronan ante la omnipresencia de redes globales de computación. Estas estructuras, que combinan lógicas estatales y corporativas, superan los límites tradicionales de la soberanía y gobernanza, operando bajo un sistema caótico que trasciende la competencia nacional. Según Bratton, la lógica de esta computación planetaria es “autorreafirmante”, es decir, una infraestructura que se mantiene y expande por sí sola, superando cualquier barrera nacional.
La lucha contra la violencia online no es solo tarea de gobiernos y empresas tecnológicas, es una responsabilidad compartida. Debemos educar a las nuevas generaciones en el uso responsable de la tecnología, enseñándoles a discernir entre la verdad y la mentira, a construir puentes en lugar de muros. Cada clic, cada comentario, cada mensaje que enviamos tiene el poder de construir o destruir.
El futuro está en nuestras manos. Podemos elegir un mundo donde la tecnología nos una, nos inspire y nos impulse hacia un futuro mejor. Un mundo donde la voz de la razón y la empatía se alce por encima del ruido del odio y la desinformación. La elección es nuestra, la decisión es ahora. ¿Qué camino elegiremos?