Paradojas policiales en una sociedad violenta

Paradojas policiales en una sociedad violenta

Paradojas policiales en una sociedad violenta ARCHIVO

La condena salomónica dictada contra el oficial de Policía Facundo Lencina reabre nuevamente el debate sobre la tarea de los agentes de seguridad y la capacitación que han recibido, así como la selección de personas parea cuidar a la sociedad.

Lencina, que hace un año mató a dos motochorros y al estudiante Lucas Delgado, de 21 años, que hacía gimnasia en avenida América al 1.400, fue absuelto del homicidio de los asaltantes y condenado a dos años y medio de ejecución condicional y a seis años de inhabilitación para la portación de armas por la muerte del estudiante.

Es decir, no irá a prisión. Se considera que la muerte de Delgado ocurrió accidentalmente mientras Lencina usaba su arma para repeler la agresión que había recibido de los delincuentes, que le habían quitado el celular tras amenazarlo con un arma de juguete, la cual, según se discutió en el juicio oral, parecía de verdad. Dijo que si él hubiese visto esa tarde ya oscurecida a Delgado y a sus hermanos, que hacían gimnasia en ese lugar, “no hubiese hecho nada y arriesgaba mi vida. Hace un año que quiero pedirle perdón a la familia Delgado, de corazón, y no puedo. Estoy destrozado por eso”. Y parecen palabras sinceras. Dijo durante el juicio que su cabeza estaba en un estado de estrés y adrenalina al límite.

Pero la hermana de Delgado, que había dicho hace un año que no le creía y que no quería que se acerque a ellos, ratificó en su testimonio vía zoom desde España que no escuchó que haya gritado “alto, Policía” a los delincuentes y que lo vio dispararles cuando ya estaban tirados en el piso.

Dudosa profesionalidad

El tema va a dar bastante para reflexionar. ¿Sabía usar Lencina su pistola Jericho? Hizo 12 disparos contra los asaltantes que huían en la moto y luego cuando estaban en el piso. ¿Es posible pensar que hubiese podido actuar de otra manera, si hubiese sido más profesional? Cuando ocurrió el hecho fue defendido por las autoridades, que juzgaron que el oficial había sido sometido a una situación de intensa presión. Había sido asaltado. ¿Un policía debe reaccionar del mismo modo que una persona común ante estas situaciones? Se supone que no, porque deberían recibir instrucción de tiro para no andar haciendo disparos a diestra y siniestra, sino saber cuándo utilizar el arma, y además deben haber superado exámenes para saber cómo reaccionar en situaciones de estrés, que son cotidianas en la tarea del agente que debe resolver conflictos en la calle.

Paradojas policiales en una sociedad violenta

Algo de eso se vio en el alegato del fiscal Carlos Sale, que reclamó que el oficial se excedió. “Lencina es un tipo preparado y aún así decidió efectuar 12 disparos, una verdadera locura. Hubiera entendido si me dice que realiza dos o tres disparos, pero no 12. Aquí hubo un problema de proporcionalidad, Legname y Gallardo (los delincuentes) no efectuaron ni un disparo y él lo mismo realizó 12 disparos. Ahí está el exceso”. Lo calificó, no obstante, como profesional. ¿Lo fue?

Enfrentamientos y balazos

La verdad es que a partir de esta tragedia no hubo debates ni explicaciones acerca de la capacitación o de la profesionalidad con que actúan los agentes de seguridad. Y debió haberlos, porque en los últimos días se repitieron circunstancias parecidas, con defensa de las autoridades al accionar policial. Tres policías del Grupo Especial de Apoyo Motorizado (GEAM) están siendo investigados ahora -están bajo prisión preventiva- por el incidente del 29 de agosto en Martín Berho al 2.000 (Villa 9 de Julio), donde fueron a atender la denuncia de una vecina que se quejaba por una barra de jóvenes que tomaba bebidas alcohólicas y se peleaba. El cabo Javier Nicolás Medina remontó la escopeta antitumultos y le dio un balazo en la cara a Franco Ezequiel Almirón. Lo mató. Dice que fue accidental, que los jóvenes tenía un machete en el piso y una botella y que se les abalanzaron. Pero se fueron, no avisaron y la Justicia se enteró de lo sucedido por la denuncia que hizo más tarde la hermana de la víctima.

Por otra parte, el 31 de agosto falleció Adolfo Giménez Lascano, que el 25 de agosto había sido baleado por un policía del Grupo CERO que había ido a allanar la casa de pasaje Roma al 100. Allí el hombre, acusado de violencia de género, estaba atrincherado, según dicen los agentes, con un arsenal, y habría intentado atacar con un machete a los efectivos. El fiscal en un primer momento ordenó no detener al agente que lo baleó -cuyo nombre no se dio a conocer- porque consideró que actuó de manera legítima. El jefe de Policía, Joaquín Girvau, advirtió que “si el golpe del machete impactaba en el cuello del policía, hoy estaríamos hablando de otra muerte”. Pero dos abogados dijeron que el hombre era esquizofrénico que debía ser internado, que había habido una denuncia en su contra y estaba despojado de su propio departamento, y que “no recibió un disparo, sino seis”.

“Terminarán muertos... dentro de la ley”

El lunes 4 de septiembre, un adolescente de 15 años conocido como ”Honguito” intentó asaltar en Congreso al 2.200 (Villa Amalia) al policía del GEAM Lucas Nicolás Copertino, que estaba de franco. El adolescente murió. El cabo está internado. Recibió un balazo cerca de la columna que lo dejó inmovilizado. “Me defendí”, dijo. Los vecinos lo apoyaron en ese momento. El jefe de Policía, Girvau, fue enfático en la defensa del agente, y duro sobre el asaltante: “¿Qué hace un menor de 15 años armado cometiendo asaltos? Es una pregunta que nos debería hacer reflexionar a todos”. Y agregó: “el efectivo actuó correctamente y sepan los delincuentes que terminarán muertos cuando se enfrenten a nuestros hombres. Seremos implacables, pero siempre dentro de la ley”. Sus frases suelen ser replicadas como ejemplares en la fuerza y siguen la línea dura del gobernador Osvaldo Jaldo, que delimita claramente entre “buenos” y “malos”, siempre, eso sí, “dentro de la ley”. De este modo, cuando su Gobierno fue cuestionado por el Comité Nacional contra la Tortura a causa del terrible hacinamiento de personas detenidas en las comisarías -hay 2.200 detenidos apiñados, muchos con sarna- dijo que prefería ver a los delincuentes adentro y no en la calle, que se iba a seguir deteniendo y que para eso se estaban apurando los trámites para habilitar más unidades carcelarias.

Está claro que según la lógica maniquea que ha ido creciendo en esta sociedad brutalmente sacudida por la grieta y que sólo distingue buenos y malos, o “gente de bien” y los otros, no hay espacio para cuestionar cuando los agentes actúan. Se supone que su trabajo es la garantía de la tranquilidad de la sociedad y que gracias a ellos la gente puede caminar por las calles. O salir a hacer gimnasia en la esquina de su casa.

Precisamente de que hagan bien su trabajo deberían hacerse responsables los funcionarios de seguridad. Es decir, está muy bueno que los defiendan cuando están en situaciones complejas a las que los lleva su mismo trabajo,. Pero también deberían asegurarse de que tengan equilibrio mental y habilidad para manejo de armas. No hay critica social mientras el relato dice que se trata de incidentes con gente violenta o marginal, aunque se trate, como dijo del mismo jefe Girvau, de vecinos entre sí. “Los asaltantes y el policía eran de la zona. Quizás hasta se conocen”, reveló en el caso de Villa Amalia.

El problema empieza cuando hay víctimas inocentes, como el estudiante Lucas Delgado. Ahora hay una familia que lo lamenta y el mismo oficial Facundo Lencina debe hacerse cargo de la condena y de esa muerte. El Estado que eligió y preparó a ese oficial, ¿qué ha hecho desde entonces para cambiar las cosas?

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