6 de septiembre: la fecha nefasta para la UCR

6 de septiembre: la fecha nefasta para la UCR

EL GOLPE DE 1930. Así marcharon los cadetes hacia la Casa Rosada. EL GOLPE DE 1930. Así marcharon los cadetes hacia la Casa Rosada.

A veces la burocracia cósmica juega bromas de mal gusto. En el caso de la Unión Cívica Radical, al 6 de septiembre preferirían enterrarlo en lo más profundo y taparlo con infinitas paladas de cemento. Un día como hoy, pero de 1930, un golpe de Estado -el primero exitoso en la historia argentina- terminaba con la presidencia de Hipólito Yrigoyen. Y un día como hoy, pero de 1987, el proyecto alfonsinista empezaba a agonizar en virtud de la contundente derrota sufrida en las urnas. Lo dicho: cuando la mano viene torcida, en este caso para la UCR, siempre conviene barajar y dar de nuevo.

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Leopoldo Lugones, el genial poeta de la patria, también ofició de Frankenstein en el devenir nacional. Con su pluma creadora bendijo y canonizó al partido militar brindándole su propio manifiesto antidemocrático. “Ha sonado otra vez, para bien del mundo, la hora de la espada”, exclamó Lugones durante un célebre discurso pronunciado en Lima. Espada (el ejército) que “implantará la jerarquía indispensable que la democracia ha malogrado hasta hoy, fatalmente derivada, porque es su consecuencia natural, hacia la demagogia y el socialismo”. No le faltaba think tank en la espalda al general José Félix Uriburu cuando amotinó a los cadetes del Colegio Militar para marchar a la Casa Rosada y deponer al “Peludo” Yrigoyen.

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“Con la democracia se come, se cura y se educa”, machacaba Raúl Alfonsín durante la campaña electoral que lo proyectó a la Presidencia. La UCR encontró el discurso justo en el momento preciso; un mensaje esperanzador para una Argentina en shock tras siete años de la peor dictadura imaginable. Al galope, Alfonsín fue capaz de quitarle el invicto al peronismo en el 83 y de sostener el envión en las legislativas del 85. Pero dos años después las expectativas habían cambiado porque la tripa más sensible, el bolsillo, percibía que el Plan Austral caía en picada. Al intríngulis económico lo alimentaba el fatiga del Gobierno y -se sabe- no hay nada peor, a la hora de tomar decisiones, que el cansancio político. Por algo los mandatos se acortarían de seis a cuatro años, pero para esa reforma constitucional sería necesario aguardar a la década siguiente. Es más, al desgaste del alfonsinismo había contribuido la asonada carapintada de Pascua, pocos meses antes de las elecciones. Demasiadas malas señales mientras el peronismo olía sangre.

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La brutal crisis de 1929 -el Jueves Negro del 14 de octubre en Wall Street- dio lugar a una depresión que sigue estudiándose a fondo en las carreras de Economía. Y así como Central Park se convirtió en una gigantesca villa miseria, a la Argentina el misil le pegó en la línea de flotación. Los precios de las materias primas ya venían en baja desde 1928, pero con la Gran Depresión el comercio internacional quedó literalmente desmenuzado. Las restricciones externas implicaron pésimas noticias para el modelo agroexportador nacional (nada cambió sustancialmente un siglo después, ¿verdad?). El impacto resultó demoledor para un Yrigoyen carente de reflejos, que transitaba ya su segunda Presidencia. Al momento del Golpe la UCR llevaba 14 años en el poder.

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Además de plebiscitar su gestión, Alfonsín se jugaba mucho en el territorio. El radicalismo anhelaba retener las gobernaciones acumuladas en el 83 y mantener el músculo en la renovación del Congreso, objetivos de máxima que no trascendieron las mesas de arena. La sumatoria total de votos no se veía catastrófica: 6,6 millones para el peronismo y 5,9 millones para la UCR, en una elección absolutamente polarizada. El problema radicaba en el desagregado: el Gobierno había perdido 14 diputados y el PJ sumaba 12; y de las siete gobernaciones obtenidas en el 83 los radicales sólo conservaban dos (Córdoba y Río Negro). Mendoza, Misiones, Entre Ríos, Chubut y -en especial- la estratégica Buenos Aires cambiaban de color. El tsunami peronista perfilaba el principio del fin del alfonsinismo. Y estaba el caso de Tucumán, claro, donde la UCR ganó la elección. Y después la perdió.

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Uriburu se sentó en el sillón de Rivadavia inaugurando una escuela golpista que engendraría aplicados alumnos durante el medio siglo siguiente. La carrera política de Yrigoyen, absoluto líder del campo popular, llegaba a su fin. Moriría poco después, en 1933, mientras en la Argentina se desplegaba la “década infame”. Pero el golpe del 6 de septiembre estuvo lejos de ser el capricho de un general fascistoide. Detrás, como en toda asonada, se desplegaron los intereses de un establishment que había perdido el control del Estado a partir de la Ley Sáenz Peña y lo recuperaba a bordo de un nuevo vehículo. Imposibilitado de vencer al radicalismo en las urnas, lo doblegaba por la fuerza del flamante partido militar, entramado en el que no era imprescindible vestir uniforme para “pertenecer”. El 30 había sido un suplicio para Yrigoyen, un annus horribilis, signado por conflictos de toda índole. El terreno estaba pavimentado para su caída.

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El 6 de septiembre de 1987 la UCR se impuso en Tucumán, pero Rubén Chebaia, el candidato más votado, no fue gobernador. Se trataba de elecciones indirectas, quedaba el filtro del colegio electoral, y allí el peronismo que había ido dividido a las urnas (José Domato por un lado, “Renzo” Cirnigliaro por el otro) compuso lo que había que componer. Finalmente fue el ingeniero Domato quien terminó en el sillón de Lucas Córdoba, seguramente sin prever el calvario que lo aguardaba. En esa votación reemergió en la política comarcana Antonio Bussi, cosechando los votos necesarios para enviar a la Cámara de Diputados a Exequiel Ávila Gallo, de recorrido parlamentario tan llamativo que incluyó hacer de las suyas “En la cama con Moria”, pleno prime time televisivo ochentoso.

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La memoria tucumana del golpe de 1930 guarda numerosas perlitas. Al gobernador José Sortheix, un académico intachable de reconocida militancia radical, debía deponerlo el comandante de la Quinta División, general Juan Esteban Vacarezza. El problema es que Vacarezza también era radical, así que la situación lucía de lo más embarazosa. La cuestión se saldó pocos días después: Vacarezza pidió el pase a retiro y fue designado interventor Francisco Vélez. Pero -al contrario de lo que sucedería en el país- pronto la UCR recuperaría el poder en Tucumán, de la mano de Miguel Campero. Al menos, una buena.

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