Durante los últimos años, la selección argentina se transformó en un torbellino. Fue un tsunami de fútbol y garra que, de la mano de Lionel Scaloni, arrolló rivales, levantó trofeos y enamoró a la gente. Hoy la Scaloneta genera eso a cada paso; contagia efervescencia, y atrae a propio y a extraños.
En la "Ciudad de la Furia" se ve un poco de todo. Está el fanático que sale a la calle con la camiseta puesta y que saca el tema del homenaje a Di María en cada oportunidad. Pero también ese que camina enfrascado en su mundo, con la mirada perdida y el seño fruncido por las obligaciones (y preocupaciones) diarias.
La zona del estadio Más Monumental es un constante ir y venir de hinchas y de periodistas. Están los que quieren asegurar su lugar en el duelo contra Chile y los que buscan una declaración que les ayude a levantar su audiencia a "pagar el día". Hay sonrisas y expectativas. No parece un día laboral, sino unas vacaciones eternas para esos que birlaron los horarios de oficina para poder decir presente en el canje de entradas.
En el centro de la Ciudad todo es diferente. Hay apuro, bocinazos y la cuadra de la AFA luce rara. El emblemático edificio ubicado en calle Viamonte 1.366 está totalmente tapado. Hay andamios que dejan en claro que van a "cambiarle la cara".
En la puerta, dos guardias de seguridad controlan que nadie se pase de la raya y que sólo accedan los periodistas que deben buscar su acreditación. Hay muchos periodistas, la espera se hace tediosa y hace perder por lo menos una hora. No importa, esa espera se da en una especie de mini museo, en medio de copas; esas copas que hicieron grande al fútbol argentino.