En una época en que parece ser imperativa la búsqueda de las raíces hispanoamericanas se hace necesario rescatar componentes olvidados de nuestra identidad evitando, en la medida de lo posible, que entre el pasado y el presente se interponga el celaje de los prejuicios, de las banderías o de la “estirpe” regional. Es bueno recordar, en esa dirección, que el 2 de septiembre de 1587 el cristiano nuevo Fray Francisco de Victoria, primer obispo del Tucumán con sede en Santiago del Estero, efectúa la primera exportación de manufacturas “tucumanesas” con destino a Brasil, inaugurando así el puerto de Buenos Aires y rompiendo el cerco impuesto por la corona española (sólo se permitía el intercambio de mercaderías a través de la vía Potosí-Lima-Panamá-Sevilla), dando impulso de esta manera, a nuestra inicial industria textil e introduciendo las primeras maquinarias para hacer azúcar (”yerro, acero, calderos de cobre e peroles”) en el año 1590. Este suceso no es apreciado, frecuentemente, en toda su dimensión ni estudiado en el contexto de la importante actividad desarrollada por los sefaraditas (judíos hispano-portugueses) en los territorios del Plata desde las primeras décadas del período colonial. Convertidos por la fuerza o por las circunstancias, acosados por la codicia del Santo Oficio, muchos “cristaos novos” tomaron camino hacia las Indias de habla española donde, de a poco, comenzaron a manejar todos los hilos del intercambio mercantil y la industria de la colonia, particularmente en las gobernaciones del Plata, Tucumán y Alto Perú, donde llegaron a constituir la mayoría de la población blanca, a tal punto que el fiscal de la Audiencia de Charcas don Sebastián de Alarcón, no pudo menos que informar a la Inquisición limeña de los graves problemas que podría originar la presencia de “tantos innumerables hebreos que han entrado y de nuevo entran con mayor crecimiento por aquellas partes”. Ahora bien, José Toribio Medina (”La Inquisición Colonial”) señala, a propósito, lo siguiente: “A mediados de abril de 1616 habían entrado por el puerto de Buenos Aires ocho navíos cargados de judíos que, a fin de libertarse, hacer el viaje y ser traídos entre los criados y pasajeros pagaban fuertes sumas de dinero” (...) “están casados con criollas (mestizas asunceñas), poseen estancia con mucho ganado, son plateros, comerciantes, calafates y gente de mar!” En el año 1571 se había instalado la inquisición en Lima con todo su aparato destinado a perseguir a los conversos criptojudíos (judíos secretos). Entre las numerosas víctimas de esta tenaz persecución mencionaremos al propio obispo Victoria “testificado de diversas causas”, y a Francisco Maldonado da Silva, tucumano, primer médico cirujano de la provincia (diplomado en Chile), sorprendido por su hermana mientras practicaba su religión ancestral y denunciado ante el comisario inquisidor. Sufrió 12 años de prisión en las mazmorras del Santo Oficio -que no quebraron su entereza- y murió quemado en el “auto de fe” del 23 de enero de 1639. Esta cruel persecución desalentó a numerosos grupos de criptojudíos que no lograron recobrarse. “¿O es que España quiere que en estos sus dominios viva cada uno en la ley que quisiere?”, decía el jesuita Juan de Escandón. No obstante, las operaciones del obispo Victoria tendrán su prolongación en otras empresas similares emprendidas por los vecinos y encomenderos del Tucumán: “los pesados carretones comenzaron a distribuir las mercaderías que una ley inexorable desvía al Potosí y su imponente ‘cerro de la plata’ “. El activo comercio de los llamados “portugueses” (cristianos nuevos) determinó, además, un rápido crecimiento del nivel de vida de Buenos Aires. Ricardo Lafuente Machaín, el erudito investigador de “Los portugueses del siglo XVII”, señala que “no es aventurado afirmar que a esos lejanos colaboradores debemos el rápido incremento de nuestra capital y hasta la base de nuestra riqueza comercial actual, pues cuando los pobladores se ahogaban bajo las pilas de cueros provenientes de las estancias, fueron los portugueses quienes buscaron y valoraron los famosos frutos del país y enseñaron a sus habitantes dónde estaba la fuente de la riqueza nacional...” En el Tucumán, los mercaderes residentes unidos a los viejos pobladores, en base a la abundante mano de obra aborigen y africana, explotan la industria de los telares y la producción y venta de manufacturas, intensificándose la ganadería y la comercialización de los productos de la tierra. “El NOA, de una producción que sólo apuntaba al autoabastecimiento, pasa aceleradamente a una economía de largo alcance ya que Potosí, Europa y África son las puertas por las cuales los territorios rioplatenses se integran a la economía mundial”.
Arturo Garvich
Las Heras 632 - S. M. de Tucumán