Turguéniev en una faceta casi desconocida en castellano

Turguéniev en una faceta casi desconocida en castellano

Incursión en el género fantástico del más occidental de los escritores rusos.

01 Septiembre 2024

CLÁSICO
RELATOS FANTÁSTICOS
IVÁN TURGUÉNIEV
(Adriana Hidalgo - Buenos Aires)

En estos relatos ahora traducidos de Iván Turguéniev (Oriol, 1818-1883), maestro de la prosa cuya obra se adelantó al existencialismo que alcanzaría su expresión literaria a mediados del siglo 20, se vislumbra la tensión entre el realismo con que el propio autor dejó una indeleble marca mediante su inconfundible estilo, elegante y, en más de un sentido, superior al de sus contemporáneos (Nido de hidalgos, Suelo virgen, Padres e hijos) y el género fantástico. Elogiado por el severo crítico de la época Visarion Bielinski, sin renunciar a dos de los temas que se encuentran presentes en toda su obra: la realidad —en los cuentos que conforman este volumen que se aparta sin declinar mérito alguno del resto de sus libros podríamos referirnos a una realidad distorsionada por hechos metafísicos, por el misterio y el desafío que plantea cuanto ignoramos de aquello que, en palabras de Shakespeare, existe entre el cielo y la tierra— y el enamoramiento. Porque estas dos cuestiones, verdad y emoción, hechos comprobables que se tornan de repente, de manera inexplicada e inexplicable, en indiscernibles, textos con finales abiertos de modo que el autor nos induce a retroceder en la lectura para comprobar si algún detalle o si en la suma de detalles —divinos, como reclamaba Nabokov— nos extraviamos en algún cruce dentro de las coordenadas siempre exactas de la trama, esas variables (lo posible y lo imposible; lo posible trastocado en imposible) siguen allí, intactas, intocadas. Turguéniev no fue ajeno a su situación familiar y social, a su época, y declaraba su aversión hacia el tratamiento que la aristocracia que constituía y rodeaba al zarismo, daba a los menos favorecidos, una estructura signada por el desprecio hacia la servidumbre, el vasallaje al que se sometía a los sirvientes, y el desprecio hacia los campesinos rusos, los moujiks. El autor de estos relatos encabezó el movimiento generacional que propiciaba la abolición de la servidumbre, inspirado por la izquierda hegeliana. Será en su obra Padres e hijos donde Turguéniev, el más occidental y europeo de los escritores rusos, hace centro en sus ideas que materializa en cada uno de sus personajes, sobre todo en Vasili, el padre, que cede sus tierras a esa veintena de “almas” que trabajan para él. Si bien fue por su literatura “realista” que Turguéniev alcanzó el reconocimiento y admiración de Tolstói, Dostoievski, Flaubert, Maupassant, estos relatos fantásticos —el espectro de Edgar Allan Poe proyectando su sombra sobre el universo literario desde la primera mitad del siglo 19— no se alejan de la comprensión sobre los temas esenciales de la naturaleza humana que han sido tan íntimas para el autor. En el primer texto “Clara Milich”- Después de la muerte, se reconoce el anhelo de trascendencia a partir de la muerte del amor y ante la inesperada muerte de la talentosa actriz que da nombre al relato que, con una sola frase, define el propósito (“—¡Pues sí! ¡Estaba enamorado! ¡Lo estaba! Y sigo enamorado aún —afirmó con la misma desesperación”). Este alegato del amor frustrado, no correspondido, siquiera declarado, se reitera en relatos ulteriores de este volumen: “Espectros”, subtitulado como “una fantasía”, “El sueño”, que trata de un hijo huérfano de padre a quien recupera no sólo por las noches sino también en ensoñaciones diurnas. Destaco “La canción del amor triunfante”, dedicado a Flaubert. El talento y una política por escrito: Iván Turguéniev.

PERFIL

Iván Turguéniev (Oriol, 1818) en sus novelas Rudin, Nido de hidalgos, Suelo virgen y Padres e hijos retrató con agudeza la sociedad de su época y la psicología de sus personajes. A la vez ruso y cosmopolita, Turguéniev vivió alternativamente en Rusia, Alemania y Francia, donde cultivó la amistad de Merimée, Flaubert y Henry James, así como el amor platónico a la célebre cantante Pauline Viardot. Murió en 1883, en Bougival, cerca de París.

Gabriel Bellomo

© LA GACETA

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