Respecto del así llamado “oficio más antiguo del mundo” se encuentran curiosas referencias en la Antigua Roma, a las cuales se refiere el autor británico Stephen Arnott en su libro “Sexo. Manual del usuario”. Los ciudadanos romanos, al igual que los griegos, llamaban a las prostitutas “lobas”, y los burdeles eran conocidos como “lupanaria”, del latín “lupae”. Allí las mujeres imitaban el aullido de los lobos con el propósito de atraer a sus clientes. Algunos de estos establecimientos eran muy lujosos y hasta contaban con expertas maquilladoras para acicalarlas.
Los prostíbulos de la clase baja se conocían como “fornixes”, término relacionado con el moderno “fornicar”. “Fornix” significa “arcada”: muchas rameras baratas ofrecían sus servicios debajo de los puentes o de las arcadas de los circos. Los fornixes solían ser edificios pequeños y ruinosos. Uno de ellos se ha conservado en Pompeya y consiste en una hilera de cabinas desprovistas de ventanas. En las cortinas que daban paso a estos cubículos se hallaban inscriptos el nombre de la chica, la clase de servicios que dispensaba y el precio.
Categorías putae
Algunas mozas de taberna agregaban esta clase de favores para obtener un sobresueldo: eran conocidas como “assellae”, palabra derivada de “as”, nombre de la moneda circulante de menor valor. Las prostitutas más baratas eran las “quadrantariae”, que se vendían por la cuarta parte de un as. Otra clase eran las “putae” o prostitutas comunes (de “puteus”, “pozo o depósito”). También estaban las “gallinae”, que mezclaban la prostitución con el robo; las prostitutas a tiempo parcial o “prostibulae”; y las “chicas para fiestas”, conocidas como “delicatae”.
A las mujeres de la calle -las llamadas “meretrices”, del latín “mereo”, que significa “ganar”- se les exigía vestir de forma diferente a como lo hacían las mujeres respetables. Llevaban túnicas transparentes de colores chillones; sólo podían ir calzadas con sandalias y no les estaba permitido recoger sus cabellos, ya que eso era privilegio de las vírgenes. Muchas se teñían de rubio o de rojo para ser distinguidas de las damas. Pero estos tonos se pusieron de moda muy pronto en toda la ciudad y varias mujeres casadas se vestían como prostitutas para divertirse. Por ejemplo Mesalina -esposa del emperador Claudio- solía usar una peluca rubia, se pintaba los pezones de dorado y se prostituía con el nombre de Licisca.
Licentia stupri
Cualquier mujer podía ejercer como prostituta aficionada, pero el reconocimiento oficial tenía sus ventajas (por ejemplo les permitía querellarse contra los clientes ante las autoridades). Para convertirse en prostituta registrada debía hacerse una petición a un funcionario oficial (el “aedile”), quien tomaba nota del nombre profesional, la edad y el precio que se cobraría por los servicios. Así la interesada recibía una licencia (la “licentia stupri”), a partir de la cual tendría que pagar impuestos de acuerdo a sus ganancias.
Los aedile vieron aumentadas sus ventajas cuando, alrededor del 19 d.C., se promulgaron nuevas leyes sobre el adulterio: todo hombre casado que mantuviera relaciones con una amante que no fuera una prostituta registrada podía ser perseguido por “vicio contra la naturaleza”. En consecuencia, muchas mujeres solicitaron su licencia como prostitutas a fin de defender a sus amantes casados.