Patotero sentimental

Patotero sentimental

La disociación entre el discurso y los hechos, entre el feminismo parlamentado y los cachetazos, no es ajena al perfil característico del político que promete y no cumple, que miente al electorado o le exige lo que él no está dispuesto a hacer. No se trata de un fenómeno novedoso, ni que se pueda corregir tan fácil, creando más y más ministerios, haciendo cursos o permutando vocales.

25 Agosto 2024

Por Juan Ángel Cabaleiro

Para LA GACETA - TUCUMÁN

¿De qué sirvieron las políticas de género? Alberto Fernández, un tipo triste, sentimental, algo excedido de peso, presidente feminista y antipatriarcal que ha creado un Ministerio de la Mujer y toca en la guitarra canciones de Litto Nebbia… es acusado de levantarle la mano groseramente a Fabiola, y uno se pregunta: ¿no caló en él mismo su propio discurso? ¿No caló en Ezequiel Guazzora, en José Alperovich, en Fernando Espinoza y en tantos que cacarearon hasta el empalago la retórica progresista, de género, inclusiva y etcétera, etcétera? Parece que no, y que se trata de una cuestión grave, de fondo, porque en la Argentina convulsa y desportillada en que vivimos, esta runfla creciente de carcamales se asemeja más a un fenómeno sociológico que a un conjunto de excepciones o casos aislados. Como si hubiera un patrón o prototipo de personaje, uno que nos recuerda a «Patotero sentimental», aquel tango esquizofrénico que habla de un golpeador enamoradizo que rompe en llanto ante el recuerdo de la mujer abandonada. Alguien que, como Alberto, como los que fracasan en el verdadero amor, «tuvo muchas, muchas minas…».

Esta particular disociación entre el discurso y los hechos, entre la prédica y la acción, entre el feminismo parlamentado y los cachetazos, no es ajena al perfil característico del político que promete y no cumple, que dice y no hace, que miente al electorado o le exige lo que él no está dispuesto a hacer. No se trata, como vemos, de un fenómeno novedoso, ni que se pueda corregir tan fácil, creando más y más ministerios, haciendo cursos o permutando vocales.

De qué sirvió

Más allá de las ínfulas burocráticas y los papelones que significaron muchas de estas políticas, el gran esfuerzo por concientizar sobre cuestiones de género sirvió para algo que hace un tiempo parecía imposible: la condena social de estos crápulas y, junto a ella, el vituperio mediático y el ostracismo político, que también nos recuerdan a un tango, el impiadoso «Atorrante», del tocayo Alberto Vaccarezza: ya verás, pobre atorrante, / pelandrún arrepentido, / si el dolor que ella ha sufrido / vos también no sufrirás. / Y en el trance peliagudo / de las últimas boqueadas, / pedirás un vaso de agua / y ni Dios te lo dará...

Y sirvió también, principalmente, para que más víctimas se animaran a denunciar y para que la justicia actúe y condene sin miramientos con el poder. Pero no sirvió para lo más importante: evitar que estos delitos se cometan. Como si la conciencia ganada permitiera exponer y condenar al otro, pero no alcanzara para modificar la conducta propia; tal vez porque las soluciones de fondo, no hay caso, requieren algo más que el maquillaje institucional o declarativo: acaso una honda transformación interior. Que el cambio cultural logrado se internalice y arraigue, además, en los individuos.

Límites de la política

De algo sirvieron estos esfuerzos, sin dudas, pero no para todo lo que hubiéramos querido. Y los disgustos que nos traen ahora el verdadero Alberto y los canallas de este fenómeno sociológico van mucho más allá de una debacle ideológica o partidaria: nos dejan la terrible revelación o recordatorio de los límites de la política, de que no todo se resuelve con ella, porque hay parcelas ingobernables en el alma humana, zonas oscuras que no se alcanzan con decretos, ni con leyes ni con programas de organismos oficiales. Son las más íntimas y profundas contradicciones en las que se repliega a veces el ser humano: el patotero sentimental que llevamos dentro.

© LA GACETA

Juan Ángel Cabaleiro – Escritor.

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