Tamara Pettinato en el despacho presidencial: el escrutinio hacia las mujeres

Tamara Pettinato en el despacho presidencial: el escrutinio hacia las mujeres

Tamara Pettinato en el despacho presidencial: el escrutinio hacia las mujeres

Algunas coberturas mediáticas y determinados debates públicos en torno a ciertos eventos y acusaciones suelen revelar un cierto patrón preocupante, la desproporción en la atención y el escrutinio hacia mujeres que, si bien no son las responsables de los hechos, terminan en el centro de la polémica. Ocurrió hace muy poco: la denuncia por violencia de género hacia el ex presidente Alberto Fernández terminó casi eclipsada por la viralización del video de Tamara Pettinato en la Casa Rosada.

¿Qué muestra el video? En ambas grabaciones se ve a la panelista haciendo chistes, riendo amistosamente y tomando un vaso de cerveza en el despacho presidencial de la Casa Rosada; de fondo se lo escucha al ex Presidente de la Nación, que sería quien la graba, pedirle que le diga “cosas lindas”. Apenas se conocieron los videos las críticas y comentarios se centraron en Pettinato y en muchos casos se discutió su presencia en ese espacio y los supuestos motivos que la llevaron a estar en uno de los epicentros del poder político del país.

Los días pasaron y todavía no hay una explicación clara para saber qué hacía Pettinato en ese lugar, pero sí las conjeturas vertidas en medios de comunicación y redes sociales sobre la mujer fueron múltiples, al punto que llegaron a exigir que brinde una conferencia de prensa abierta; sin embargo nadie le pidió eso a Fernández, a pesar de estar acusado por violencia de género y por posibles hechos de corrupción. Es claro que las responsabilidades de ambos son muy diferentes, y el peso institucional también es diferente.

Da la sensación de que muchos optaron por desviar la conversación hacia el rol de una mujer que no tenía ninguna responsabilidad directa en los hechos que está investigando la justicia. Es interesante observar cómo, en medio de la controversia, no sólo los medios y algunos influencers vinculados con diversos espacios políticos han dirigido su atención hacia Tamara Pettinato, sino que también otras mujeres del ámbito mediático se han sumado a las críticas con mucha virulencia. Estas figuras, en lugar de cuestionar el sistema que perpetúa estas narrativas, han optado por juzgar a Pettinato por su presencia en la Casa Rosada, por sus elecciones personales y por su comportamiento. Este tipo de actitudes refuerzan los estereotipos y desvían la atención de las verdaderas cuestiones de poder y responsabilidad, alimentando la narrativa de que son las mujeres las que deben ser objeto de juicio.

Thelma Fardin

Esto no es nuevo; un caso aún más emblemático es el de Thelma Fardin, quien en 2018 decidió denunciar públicamente a Juan Darthés por violación. Lo que debería haber sido un momento crucial para abrir un debate sobre el abuso de poder y la violencia de género en la industria del entretenimiento, se transformó rápidamente en un circo mediático donde el pasado de Fardin fue minuciosamente examinado. Se desempolvaron viejos posteos de sus redes sociales, se escudriñó su vida familiar y se cuestionó su credibilidad como víctima. Mientras tanto, queda la sensación de que sobre Darthés no se puso tanto el foco a pesar de que era un hombre con una posición de poder y mucho más privilegio en la industria que Fardin, al momento de que sucedieran los hechos y cuando ella realizó la denuncia. Esta estrategia, común en casos de violencia de género, busca desviar la atención y sembrar desconfianza hacia la víctima, consumando una cultura que protege a los agresores y pone en duda las experiencias de las mujeres.

Esta tendencia de culpabilizar a las mujeres y minimizar la responsabilidad de los hombres es especialmente evidente en el ámbito de la Justicia tucumana. Un informe del Observatorio de Violencia contra las Mujeres en Tucumán reveló que en muchos casos de violencia de género, las víctimas son sometidas a un escrutinio que pone en cuestión su vestimenta, su comportamiento o incluso su moralidad, mientras que los hombres agresores reciben un tratamiento mucho más benigno.

“Cuando denuncié (al abusador), mi tía vio que se quedó hablando con el comisario, tomaron una gaseosa hasta las 3 de la mañana, después lo mandaron a su casa”. Esto figura en el relato de Andrea, uno de los tantos plasmados en el capítulo 5 del libro “Ruta crítica en la salida de la violencia por razones de género. Experiencias de mujeres tucumanas” del Observatorio de la Mujer. “Me he sentido desprotegida por la comisaría; supuestamente están para recibir la denuncia y me contestaron: ‘¿De qué tenés miedo?’ ”, dice Isabel, otra de las mujeres que cuenta su testimonio en esta obra. “Cuando me toman la denuncia no me entregan el papel”, ejemplifica otra víctima, identificada como Mabel en el libro.

Este doble estándar no sólo perpetúa la injusticia, sino que también refuerza estereotipos de género profundamente arraigados que desvalorizan la experiencia de las mujeres y las convierten en el blanco fácil de un sistema que prefiere desviar la atención en lugar de enfrentar los problemas de fondo.

Este fenómeno no es casual. Responde a una estructura social que, consciente o inconscientemente, sigue protegiendo el statu quo patriarcal. Mientras se siga utilizando a las mujeres que son víctimas o simplemente actores periféricos en estos escenarios como cortinas de humo para ocultar las fallas y responsabilidades de los hombres en posiciones de poder, se perpetuará un ciclo de impunidad que afecta a toda la sociedad.

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