Sexualmente hablando: el útero y sus mitos

Sexualmente hablando: el útero y sus mitos

El útero -como es sabido- es un órgano interno, de paredes musculares gruesas, situado en el centro de la cavidad pélvica, entre la vejiga y el recto. Con forma de pera y el tamaño de un puño, su interior está cubierto de células sensibles a las hormonas femeninas. Allí se aloja y desarrolla el óvulo fecundado y tiene lugar todo el embarazo. La vagina y el cuerpo uterino están comunicados a través del canal cervical, el cual está revestido de glándulas. Estas glándulas producen moco cervical, sustancia de la cual dependen los espermatozoides para su supervivencia y transporte.

Conocer la anatomía y fisiología de este órgano fundamental para nuestra supervivencia como especie ha sido un largo camino, no exento de mitos y creencias erróneas. Algo frecuente en torno a la sexualidad en general y a la femenina en particular.

Atrofia y enfermedad

En el siglo II Galeno sostenía que el útero tenía siete cámaras: tres a la derecha para los fetos masculinos, tres a la izquierda para los femeninos y las del medio para los hermafroditas. Un error derivado de la prohibición de la Iglesia de practicar autopsias, por lo que los estudios se basaban en disecciones de cerdos, que sí tienen úteros con múltiples cámaras.

Mucho después, Leonardo da Vinci dibujaba un gran útero conectado a los pechos de la mujer a través de venas de leche.

A fines del siglo XIX, los científicos estaban convencidos de que el útero competía con el cerebro por sangre y energía. Edward Clarke, profesor de la Escuela de Medicina de Harvard y autor de “El sexo en la educación” -un libro sobre sexualidad de la era victoriana- fue el mayor representante de este pensamiento. Afirmaba no solo que las mujeres eran menos capaces física e intelectualmente que los hombres, sino que la salud femenina se deterioraba como resultado de una educación superior, causando “la atrofia del útero”.

También se vinculó a este órgano con la enfermedad que aquejaba a muchas mujeres que llegaban al consultorio del doctor Sigmund Freud: la histeria (palabra que justamente proviene del vocablo griego que designa al útero). En resumidas cuentas, “histeria” era una enfermedad de los nervios, del deseo. Gobernaba las emociones, exacerbándolas e incluía una variedad de síntomas que iban desde estados de abatimiento, respiración jadeante y espasmos, hasta mutismo e incapacidad de tomar agua (como le ocurría a Bertha Pappenheim, más conocida como Anna O, la primera paciente en ser tratada con el método psicoanalítico).

El útero errante

La idea de que el útero vagaba por el interior del cuerpo, sin control alguno de la mujer y afectando a otros órganos, aparece en antiquísimos textos egipcios.

Sin embargo, este mito se hizo más conocido en la Antigua Grecia. De hecho Platón recoge el concepto en el “Timeo”, uno de sus Diálogos. Escribe que en las mujeres “la matriz y la vulva se parecen a un animal ansioso de procrear” y que, si esto no ocurre, el útero “se irrita y se encoleriza; anda errante por todo el cuerpo”.

¿Algo más? “cierra el paso al aire, impide la respiración, pone al cuerpo en peligros extremos, y engendra mil enfermedades”. El remedio, según Platón, viene dado “cuando el hombre y la mujer, reunidos por el deseo y por el amor, hacen que nazca un fruto, y le recogen como se recoge el de los árboles”.

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