escribe Oberdán Rocamora
Redactor Estrella, especial
para JorgeAsisDigital.com
Evita, modelo ejemplar
Con “el alma lastimada”, el presidente Alberto Fernández, El Poeta Impopular, estampó cachetadas apasionantes en el rostro sin maquillaje de la señora Fabiola Yáñez, La Malquerida.
Primera dama estilizada que anteriormente había danzado. Y supo cultivar un periodismo brillantemente anónimo. Y hasta había sido una actriz potencial. Como lo fuera, en la década del 40, la señora María Eva Duarte de Perón, Evita. La simbólica referencia del Movimiento Nacional Justicialista, la superstición institucional que Alberto, para colmo, presidía.
Consta que Fabiola contenía un ostensible parecido con Evita, el modelo ejemplar.
De existir de verdad las sonoras cachetadas que “parecían aplausos”, fueron estampadas en simultáneo con las ceremonias espiritualmente infectadas de los “porros” compartidos. Cuando el señor presidente entonaba melodías exquisitas como la dulce y tan pegadiza que alude a “la barca”.
Pero los sopapos eventuales remiten forzosamente al rigor del “escarnio” que generaba compulsivamente el “lecho de Procusto”.
Por sus consecuencias, los bifes probables remiten preferentemente a la decadencia del Imperio Romano, que se registró sin grandeza durante casi cien años. Entre la Batalla de Andrinópolis del 378, hasta la invasión definitiva de los visigodos de Odoacro, el Rey de los Hérulos que desalojó al niño desangelado que figuró como último emperador en 476.
Legitimidad de Odoacro
Merecida misericordia entonces para Javier Milei, El Psiquiátrico, que dista de predicar la violencia legítima de Odoacro, el visigodo.
El Psiquiátrico conquistó el poder desde una afortunada banqueta como panelista de Intratables.
Desde el canal perverso de Daniel Vila (y del carismático camarada Gaby Hochbaum), Milei supo aprovechar el vacío del desierto ideológico del siglo XXI para trepar con su hermana Karina, La Pastelera del Tarot.
Hacia la presidencia pendiente y casi regalada de la Argentina que nunca pudo ser imperial.
Pero Milei se calzó la banda con el propósito grandioso de acabar en ocho meses con las civilizaciones extinguidas y respectivamente sometidas del peronismo (que puede culminar su ciclo introducido frontalmente en el ridículo), y del radicalismo centenario que enternece.
La ilusión de las capas medias que languidecían silenciosamente opacadas entre la superstición intensa de la derecha moderada que se auto exterminaba repulsivamente con la anuencia gradualista de Mauricio, El Ángel Exterminador.
Y con el estancamiento suplementario de la prejuiciosa Coalición Cívica que aún conduce la señora Carrió, La Bien Pagá.
Con la fraternal armonía que deparan las diferencias, los peronistas supersticiosos (con tendencia pronunciada hacia el pecado), y los tiernos radicales que manejaban con destreza los cubiertos, dejaban arrinconadas a las sectas minoritariamente sublimes del marxismo utópico de bajas calorías que todavía se referencian en el fervor retóricamente revolucionario de la señora Myriam Bregman, Natalia Sedova.
O en el acoso callejero de la banda zurda de Belliboni, el cuadro implacable del trotskismo que se especializaba en obturar las avenidas hasta la voltereta espectacular de la señora equilibrista Patricia Bullrich, La Montonera del Bien.
Es Patricia quien paraliza sin reparos a la banda zurda de Belliboni.
Entonces los libertarios de Milei inapelablemente avanzan.
Si tienen suerte pronto van a depositar lo que queda de la Argentina en los sótanos tenebrosos del abismo.
Destino que, en efecto, la jactanciosa argentinidad ampliamente se merece.
Situada a merced de la barbarie decadente del desperdicio.
Por las limitaciones inconcebibles de su ponderada dirigencia.
La prótesis indeseable
Como consecuencia del catastrófico epílogo de las cachetadas con porros de Alberto sobre la cara de la “querida Fabiola” volvió a ponerse de moda el viejo asunto de la crisis de la superstición peronista.
La problemática es cíclica. Estimulada con frecuencia hasta la plenitud por los pudorosos e inquietos exponentes de la progresía que suelen atormentar al economista mediático Guillermo Moreno, El Ferretero Inspirado.
Como estimula también al gorilismo republicano de ramos generales que se estremece con las patanerías medulares de Milei que se consumen admirablemente con tenedor para pescado.
El sucesor asoma como el beneficiario principal de la caída en el desprestigio absoluto.
Emerge Alberto como el penúltimo error de selección de La Doctora, dama inteligente que en general “la pifia”.
Cuando se lanza al infortunio improvisado de conducir la causa peronista que mantiene trasplantada.
Como si fuera una prótesis, en efecto, indeseable.
Jaimitos sustanciales
Otra interpretación de última onda consiste en sostener que la barbarie decadente del desperdicio logra que Milei distribuya a su antojo la nimiedad política de la centralidad.
Transcurre entonces el turno del monólogo arbitrario de El Psiquiátrico.
Nada existe por ahora que sea medianamente parecido al espectro temible de la oposición para cuidarse.
Milei gobierna desde las redes sociales y a canilla libre con los sustanciales jaimitos que paulatinamente empodera.
Y despotrica lo más pancho gracias a los guerreros del lenguaje que encabeza el gordo Dan.
Ocurre que Milei se encuentra en condiciones temperamentales para agredir “por zurdito” al estadista que se le cante.
O se lanza a fulminar a los innumerables periodistas “ensobrados”, todos sospechosos de ser “hijos de la pauta”.
O a masacrar a los equivocados que trafican la sabiduría de informes económicos que siempre la “pifian”.
Profesionales de la numerología que se le cruzan con críticas elementales. Le señalan los focos negativos de los atrasos del dólar. Le sugieren generar las devaluaciones cíclicas que pueden obstruir el máximo y único objetivo propuesto y logrado. Bajar la inflación.
Milei hasta se siente con legitimidad para hacer exclusiva pata ancha entre el desierto ideológico del protagonismo universal.
Mantiene blindada la magnitud del Fenómeno Milei. Aunque el gobierno contenga el minimalismo pérfido de ser conceptuado -al cierre del despacho- como una exacta porquería.
Campaña eterna
En efecto, Milei continúa eternamente con la campaña electoral que desde Intratables supo animar y deslumbrar.
Para dedicarse en adelante a la petulancia insostenible de condenar con agravios paternales a los predecesores populistas que fracasaron con énfasis pero solo después de “haberse robado todo lo que pudieron”.
Para quedarse, de repente, con el poder evaporado, desperdiciado y sin absolutamente nada para decir.
Avergonzados, sin fuerzas para arrepentirse de los pecados imaginarios.
Estrictamente paralizados por el silencio que los anula mientras trasciende la sororidad de las cachetadas. La disipación relajada de los porros.
Con la rigurosa carencia de verdad que exhibe el desarraigo de la nostalgia plagada de culpas tristes.
Y sin mostrar siquiera atisbos de piedad, al menos para sí mismos.