La Argentina hace zapping. Pasa de las novelas políticas a la serie melodramática de la economía nuestra de cada día. No hay términos medios. Los aumentos de precios siguen vigentes, aunque con una menor velocidad. Se esgrime, por ejemplo, que un kilo de pimiento morrón puede llegar a costar $ 9.000 (casi como un kilo de carne) y lo mismo que uno de papa, a $ 1.000, por una cuestión de clima, estacional, pero luego, cuando las condiciones se normalizan, los valores no vuelven a retrotraerse con la misma dinámica. El Índice de Precios al Consumidor (IPC) tal vez muestre hoy que, en julio, volvió a la senda del descenso, con una tasa que rondaría el 4%, pero la recesión hizo estragos: los comerciantes venden menos; los consumidores han restringido a la mínima expresión sus gastos. En el medio, la política nos invita a comprar pochoclos para ver el culebrón de Alberto Fernández y Fabiola Yáñez, en tiempos de pandemia y con el ex presidente en el poder. Un escándalo a todas luces que no deja de ser una cortina de humo para dejar de hablar de cuestiones económicas afligentes. Lo uno no quita a lo otro. Es bueno saber tanto el final de la novela, como de la serie económica.
La Argentina transita al ritmo de las transferencias. El envío inmediato de dinero registró en junio un total de 531,8 millones de transacciones por $ 38,1 billones, que implican incrementos interanuales del 107,9 % y del 29,7%, en cantidades y en montos respectivamente. El 57,5 % tuvo como origen y/o destino una CVU. La sociedad está dejando de lado el uso del dinero por la sencilla razón de que no quiere portar tanta cantidad de dinero en el bolsillo y someterse a cualquier hecho de inseguridad. En el camino, ese tipo de operaciones también implica transacciones comerciales no registradas. La economía se va tiñendo con colores más oscuros. Nadie puede justificar tantos gastos; todos tratan de recuperar parte del tiempo perdido con una actualización de precios que ha modificado toda ecuación presupuestaria entre los agentes económicos. La economía en negro reina. El blanqueo de capitales es una opción a la que se aferra la gestión del presidente Javier Milei para repatriar divisas o, en el mejor de los casos, sacarlas debajo del colchón, así esos dólares estén deteriorados o tengan caras “chicas”.
La Argentina está perdiendo aceleradamente su clase media tradicional. La desigualdad en la distribución del ingreso es cada vez mayor. Por ejemplo, en el aglomerado urbano del Gran Tucumán-Tafí Viejo, el 10% de las familias de menores ingresos recibe 2,6% de los ingresos totales, mientras que el 10% de mayores ingresos recibe 27,2%, tomando en cuenta el ingreso per cápita familiar. Según la Organización para la Cooperación Económica y el Desarrollo (OCDE), se establece que la clase media es aquella familia cuyos ingresos se sitúan entre el 75% y el 200% del ingreso per cápita familiar. La clase baja se sitúa por debajo del 75%, y la clase alta por encima del 200% Teniendo en cuenta esto, la clase baja se encuentra entre el primer y quinto decil, la clase media se encuentra entre el sexto y noveno decil, y la clase alta en el décimo decil. Esa es la definición técnica. La realidad muestra que, de los 10 deciles en los que se divide la pirámide socioeconómica, al menos siete se encuentran por debajo de la línea de pobreza y, de ese total, tres escalones están en la indigencia. El octavo decil corresponde a la clase media baja, el noveno a la clase media tradicional y el décimo a los que más tienen.
La Argentina tiene hambre y sigue hipotecando su futuro. La recesión no se detiene y crece la pobreza, que afecta duramente a más de un millón de chicos argentinos, quienes se ven imposibilitados de recibir las cuatro comidas diarias y se acuestan con la panza vacía todas las noches, de acuerdo con un informe elaborado por Unicef. La organización también precisó que unos “10 millones de chicas y chicos en Argentina comen menos carne y lácteos en comparación al año pasado por falta de dinero, en un contexto en el que, además, los ingresos de casi la mitad de los hogares con niñas y niños no alcanzan para cubrir gastos básicos de alimentación, salud y educación”.
La Argentina sintió el impacto de la crisis. Con casi la mitad de su población bajo la línea de pobreza, medida por ingresos, el deterioro social se aceleró y Milei ha sido la consecuencia del hartazgo de un 56% del país que le dijo no más peronismo. Guillermo Oliveto, CEO de la consultora “W”, ha elaborado un informe que refleja esa situación. La clase media, que llegó a representar el 70% de la población hace tres décadas. En la actualidad representa un 42%, de los cuales, la clase media baja es un 25% y la media alta, un 17%. Señala, a su vez, que se ha comprimido más si se toma en cuenta lo que han sido “aquellos registros de los años '80 y parte de los '90, cuando sus integrantes podían ahorrar, proyectar, comprar una casa, vacacionar de manera previsible, crecer, progresar sobre la base del esfuerzo, educar a sus hijos y dejarles un legado patrimonial y moral “. Hoy el ahorro se destina a disminuir el endeudamiento. Comprar un 0KM es hipotecar el futuro (tomando en cuenta que casi el 50% del valor del auto corresponde a impuestos), mientras que el sueño de la casa propia es una quimera.
Términos difíciles
La Argentina de la volatilidad del dólar y de los compromisos financieros de un Estado en revisión adopta un lenguaje especial. Cuando los funcionarios en general y los economistas, en particular, adoptan términos difíciles o anglicismo, seguramente el país no saldrá de la tormenta. En el Gobierno quieren que la economía se mueva al ritmo del crawling peg (devaluación administrada), de tal manera que la inflación mensual se dirija hacia esa zona y la economía, en general, muestre signos de recuperación. El carry trade ha sido una estrategia de oportunidad, pero con alto riesgo. El overshooting dibujó esas subas estrepitosas del tipo de cambio, una sobrerreacción del mercado para cubrirse ante tanta volatilidad cambiaria. Frente a tanto riesgo, los operadores sugieren aplicar una estrategia denominada fly to quality o salto de calidad en sus tenencias hasta tanto se normalice el mercado. Un poco más criolla es la terminología de inflación núcleo, la que mira el Gobierno para decir que hay un franco descenso del indicador, sin tomar en cuenta los precios regulados. Para toda crisis, siempre habrá un término que defina el momento. Lo que hay que evitar es el default, algo que los argentinos ya padecimos hacia fines de 2001.
La Argentina necesita poner las cosas en su lugar. Que el escándalo “AF” no termina tan sólo en una cuestión mediática, sino que tenga una resolución en los tribunales. De esa manera, la Justicia podrá recuperar la credibilidad perdida. Que la economía encuentre su rumbo y que, de una buena vez, el cepo cambiario forme parte de un complejo momento histórico. Que la política se ponga a la altura de las circunstancias y sea capaz de cumplir los pactos preexistentes y acordados. ¿Quién habla, por ejemplo hoy, del Pacto de Mayo, firmado en julio, en un Día de la Independencia, prometiendo una revolución institucional? La Argentina necesita volver a la normalidad; que el mundo deje de mirar al país como un mal ejemplo y que sólo lo recuerde por sus figuras deportivas. La Argentina debe escribir un nuevo libreto, donde la palabra tenga valor y las acciones tiendan al bienestar general de su población y no sólo de una casta política o económica.