Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), el 30 % de la población ha sufrido o sufrirá algún ataque de pánico. De hecho, en 2019 se registraron 301 millones de episodios de este tipo. Todas personas con diagnóstico de algún trastorno de ansiedad, de los cuales 58 millones eran niños y adolescentes.
En Argentina, y por diversas razones, los ataques de pánico aumentaron significativamente en los últimos años y es por esto que los especialistas explican cuál es el principal síntoma que lo distingue de otros trastornos, cuánto tiempo dura y qué le ocurre a nuestro organismo en ese momento.
El ataque de pánico es impredecible
Una de sus características es la falta de control del afectado sobre el cuándo, el dónde y el porqué. Un alumno estresado puede padecerlo días antes de la defensa de su tesis doctoral, pero también mientras se da un baño caliente relajante días después del evento.
La corta duración es otro rasgo definitorio. Mientras que otros trastornos de ansiedad, como la ansiedad generalizada, son relativamente duraderos y requieren una intervención prolongada, el ataque de pánico dura escasamente 10 minutos.
De todos modos, la persona puede sentir sus secuelas días después debido al estrés anticipatorio que implica no saber cuándo va a vivir otro episodio similar.
Un dolor en el pecho, el principal síntoma
El ataque de pánico es una patología que presenta síntomas físicos: la persona experimenta la sensación de estar cerca de la muerte, o la locura, sufre taquicardia, falta de respiración, ahogo, entre otros efectos. De hecho, muchos dicen experimentar un fuerte dolor en el pecho similar al que se asocia con un infarto. Sin embargo, ni la muerte, ni el infarto ocurren.
Por lo general, el primer episodio de pánico no se olvida jamás, a partir de allí es normal que el que lo sufrió tenga la sensación de que pronto volverá a ocurrirle. Y ése es el comienzo de un círculo vicioso, del que sólo puede salirse con ayuda profesional.
¿Qué le ocurre al organismo cuando lo sufrimos?
Aunque no todas las personas lo experimentan igual, otros síntomas más comunes son palpitaciones, sudoración, temblor de manos, flojedad de piernas, náuseas, molestias abdominales, mareos, dolor de cabeza, sensación de ahogo y sofocación.
Son manifestaciones fisiológicas que alertan al organismo de que existe una amenaza (en este caso imaginaria) contra su integridad física o psicológica.
Desde una perspectiva psicobiológica, supone la puesta en marcha de los procesos implicados en la lucha del organismo por la propia supervivencia. Es decir, se activa la liberación de cortisol, de adrenalina y noradrenalina y otros mecanismos hormonales relacionados con el sistema nervioso autónomo y estructuras subcorticales como la amígdala y la hipófisis.
Este fenómeno también se asocia con un déficit cognitivo. Algunas investigaciones han demostrado que haber padecido uno empeora el rendimiento en funciones como la atención, la memoria de trabajo y la velocidad de procesamiento.
Esto se explica fundamentalmente por el estado de confusión e incluso "despersonalización" que acarrean los ataques.
¿Quién tiene más riesgo de padecerlo?
No existe una relación causa-efecto entre poseer un determinado gen, carácter o rasgo de personalidad y las posibilidades de experimentar un ataque de pánico. Sin embargo, sí parece existir un factor hereditario.
También el temperamento influye: personas altamente sensibles o con elevados niveles de neuroticismo y autoexigencia tienen más papeletas de pasar por ese angustioso trance.
El género es también una variable clave. Numerosos estudios han mostrado que las mujeres tienen casi el doble de probabilidades que los hombres de sufrirlo a lo largo de su vida. La explicación reside en los procesos hormonales cíclicos asociados con el género femenino: la menopausia es un periodo de máxima susceptibilidad.