Guillermo Saccomanno: "Las ausencias las llevas siempre con vos"
Es uno de los escritores más destacados de nuestro país. Hace tres décadas decidió alejarse de Buenos Aires e instalarse en Villa Gesell. En Mirlo (Cuadernos de la amistad) habla de las causas y de las consecuencias de esa decisión. Es, sobre todo, un libro sobre las relaciones en general, las conversaciones en particular, con los amigos que están y con los que se fueron. “La conciencia de la transitoriedad permite cierto desapego”, reflexiona.
Por Flavio Mogetta
Para LA GACETA - BUENOS AIRES
Invierno. Circunstancialmente, Buenos Aires. Guillermo Saccomanno alterna sus días desde hace décadas repartidos entre esa ciudad y Villa Gesell. Y ante el frío polar, aclara “no es el mismo frío, es otro frío y te diría que hasta es más saludable que el frío de la ciudad. Es más duro, pero tiene otro atractivo”.
Guillermo llegó hasta la ciudad ideada por Carlos Idaho Gesell hace más de 30 años cuando “estaba cansado de mi vida acá (Buenos Aires), de los trabajos que hacía y quería limpiarme, desintoxicarme. Muchos años en publicidad y a los 40 decidí tirar todo, quedarme en Gesell y vivir de la escritura de guiones de historietas y una vez al mes, cada 20 días, dar un taller en Buenos Aires y cortarla ahí. Cuando llegué a Gesell lo hice con la intención deliberada de dedicarme a la escritura. De ahí vienen todos mis libros y de ahí también viene Mirlo”, comenta a LA GACETA Literaria.
Mirlo (Cuadernos de la amistad), editado por Seix Barral, es su último libro que tiene flotando “una pregunta todo el tiempo que es por qué elegimos este territorio o si el territorio nos ha elegido a nosotros, a los que estamos en el libro. Ni más ni menos”.
-Estos Cuadernos de la amistad son un libro no buscado…
-El libro empezó sin que me diera cuenta. Yo escribo mucho en cuadernos y me di cuenta de que estaba llevando adelante unas anotaciones sobre sobre distintos amigos y me entré a preguntar cómo contarlos a los que quedaban y a los que ya no están y me daba cuenta de que todos tenían un rasgo en común: eran amigos de Gesell, no amigos de Buenos Aires o de otros lugares, eran de otro lado y que tal vez todos los que nos hemos afincado ahí o un grupo de amistades éramos de otra parte. De un pueblo, de una ciudad, los que no eran porteños eran de Junín o de La Plata, y así sucesivamente. Entonces la pregunta acá es más allá de por qué elegimos el mar y el paisaje, por qué elegimos ese lugar o si es el lugar el que nos ha elegido a nosotros, y a partir de ahí cómo se establecen las relaciones de solidaridad o de fraternidad en ese territorio, que es nuevo para uno cuando llega, aunque a los dos años de estar ahí todo el mundo se considera pionero.
-¿Y es posible encontrar una explicación a eso?
-Creo que hay dos motivos que son esenciales: uno creo que tiene que ver con el atractivo del paisaje, donde tenés la playa y el mar, que son dos estados de ánimo diferentes: la playa es un estado de apertura, de amplitud y el bosque es un lugar de recogimiento, más de meditación caminando, aunque también en la playa lo podés hacer. El otro atractivo es la cosa como pueblerina o si querés esa relación que se establece en el barrio de que sos conocido y vas mañana a la farmacia a comprarle un remedio a tu pibe y si por hache o por be no tenés guita o no la llevaste, el farmacéutico te dice “me la traes mañana”, algo que no pasa en las grandes ciudades.
-En el libro escribís: “la memoria traiciona, censura, miente”.
-A cada uno le pasa por un lugar diferente. En este caso hay una ficción, que no es ficción. Lo que intento yo es una escritura de la realidad, voy contando sensaciones o estados de ánimo, que tienen que ver con la amistad, con un afán si querés realista, pero al final el realismo se transforma en ficción. No creo demasiado en el realismo, más allá de ser un autor realista, le desconfío.
-Escribir para atesorar, es muy distinto al dibujo a la fotografía. Cuando uno escribe el momento es distinto a lo que vivió o a la foto, que capta el momento y se podría decir que es más fiel.
-Pero no se logra, uno lo intenta, lo intenta varias veces, pero nunca lo logra, nunca se da por satisfecho. Siempre hay un matiz de ficción, de irrealidad. Inclusive también en el caso de la fotografía, porque hay una relación tramposa entre quien fotografía y quien es fotografiado, que se manda una mueca, un rictus, una pose. Nunca es la naturalidad por completo.
-Desde hace más de 30 años tu vida se reparte entre Villa Gesell y Buenos Aires, en viajes.
-Un tránsito permanente, pero el libro tiene que ver también con la transitoriedad del tiempo que tenemos de vida. La conciencia de la transitoriedad permite cierto desapego, ser menos posesivos y salir de la cuestión de la filosofía capitalista.
-También escribís “es cierto que los muertos se llevan partes de uno dejando lagunas. Nos falta el otro para rastrear el pasado”.
-El pasado te queda incompleto. Recordás escenas del pasado y no sabés si son esas las escenas reales de lo que ocurrió o estás fabulando y te estás haciendo vos la película.
-Los cuadernos traen anotaciones a varios de tus amigos que ya no están, ¿cómo te llevás con la idea de la muerte y esta cuestión del tránsito que planteas?
-A la muerte no le tengo miedo, me preocupa mucho más el deterioro que la muerte. Me parece que a la muerte hay que tomarla como una parte de la vida y no al revés. Esa es mi filosofía. No pienso en la muerte, aunque después de sucesivos achaques, este libro que empecé a escribir hace unos dos o tres años -cuando tenía 73 o 74, ahora tengo 76- pensaba que iba a ser de alguna manera un libro póstumo, que era un libro con carácter de despedida y ahí el tono tal vez de reflexión que tienen todas las acciones y todos los hechos que voy contando. Al terminarlo me dije “¿y ahora qué? Ya escribí un libro póstumo”. Bueno, hace un tiempo terminé una novela. Seguir escribiendo, tal vez porque no sé hacer otra cosa.
-En las palabras preliminares de Mirlo apuntás que este libro desconfía de sí mismo y que fue escrito como voluntad de testimonio, que debe leerse como gratitud a la existencia de estos amigos.
-El libro surgió de manera inesperada, a partir de cuadernos, anotaciones, apuntes. Todos los días voy a un parador que se llama “El Náutico” donde almuerzo, a veces a la tarde voy a tomar un café y allí escribo mucho. Escribo a mano y de golpe esto de ir llevando adelante cuadernos, hace que en algún momento digas “acá hay algo, esto compone un libro”.
-¿Cómo te llevás con tus libros anteriores, con lo que ya has escrito?
-Por suerte no me acuerdo mucho de los libros que escribí, tampoco tengo ejemplares en casa. Lo más recomendable es no tenerlos, porque si volvés atrás decís “antes me salía, ahora no” o decís “cómo escribí esto, qué horrible”.
-Un modo también de mirar para adelante…
-O mirar en el presente.
-Hablábamos del frío en las ciudades y seguramente en Villa Gesell el invierno debe ser más despiadado.
-El invierno es largo y parece interminable. Agosto es un mes que no se termina más, por ejemplo; después las estaciones se adelantan. También hay una relación entre el paisaje y el estado de ánimo, cómo te va modificando.
-¿Un paisaje se modifica a partir de las ausencias?
-Las ausencias las llevás siempre con vos.
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Perfil
Guillermo Saccomanno (Buenos Aires, 1948) publicó, entre otros libros, Situación de peligro, Bajo bandera, El buen dolor y la trilogía sobre la violencia compuesta por La lengua del malón, El amor argentino y 77. Ganó el Premio Crisis de Narrativa Latinoamericana, el Premio Club de los XIII, el Nacional de Novela, el Konex de Platino como el mejor novelista del período 2008-2011 y el Dashiell Hammett por su novela Cámara Gesell (2012). Entre sus títulos más recientes se cuentan El sufrimiento de los seres comunes (2019) y Los días Trakl, Mis citas con Lao, Soy la peste (2020), Esperar una ola (2022) y Cuentos reunidos (2023). Mirlo. Cuadernos de la amistad (2024) es su último libro.