La vidriera de Alberto, Cristina y Milei y la moral que te dan por moneditas

La vidriera de Alberto, Cristina y Milei y la moral que te dan por moneditas

Por Hugo E. Grimaldi.

OTRO VIDEO. “Soy el amor de tu vida”: Alberto Fernández junto a Tamara Pettinato en el despacho presidencial. OTRO VIDEO. “Soy el amor de tu vida”: Alberto Fernández junto a Tamara Pettinato en el despacho presidencial.
Hace 3 Hs

Todo se mezcla sin piedad por estas horas en “la vidriera irrespetuosa de los cambalaches”. Allí, están la política y la ética, lo aberrante que resultó que algunos se hayan creído el sueño de la impunidad eterna, mientras aflora el escándalo de los seguros digitados, tema que no se terminó y que salpica Dios sabe hasta dónde a casi todo el kirchnerismo, por más que haya empeño de muchos por  taparlo con otro escándalo. A la vista está, la tragicómica desfachatez de Tamara Pettinato en la Casa Rosada y su histérica charla con el expresidente Alberto Fernández.

Pero, también en ese escenario tan diverso y cruel se observa con bastante nitidez el aire fresco de un cambio de época sostenido por el notorio agobio de la ciudadanía, más su cerril resistencia a ser cada día más pobre y atrasada. De toda esa mezcla tan heterogénea, por repudio o adhesión, ha surgido una sociedad bastante diferente, muy preocupada por el futuro, aunque seguramente sólo de momento, la que parece decir que ha decidido ponerle una lápida al pasado. Y es por ahora nada más, ya que hay antecedentes de su bastante extrema volatilidad.

Tal actitud parece clara hoy, aunque cada día la gente se encuentra con elementos que la sacan del rumbo, algunos de carácter emocional como el repugnante episodio que está por estas horas en el centro de la escena y que lo puso a Fernández bajo el fuego que deriva de su propia responsabilidad como presunto autor de un escandaloso hecho de violencia familiar. No es menor tampoco que, si se mira bien en el trasfondo del tinglado se observe que, detrás de los cortinados, están al acecho otros actores dedicados a “caranchear” sobre el asunto. Eso se llama aprovechamiento político.

No se trata de sobreactuar sobre un tema tan delicado, sobre todo porque la sociedad ha cambiado y trata este tipo de delitos como lo que son: una monstruosidad, hoy apalancada también en quedar bien con una Agenda ideológica o con una moda impuesta por quienes buscan hacen alrededor de los derechos de la mujer un pingüe negocio. Una situación de gravedad tan extrema es, en primera instancia, un hecho de carácter moral y vale empezar por Fernández, ya que como figura pública y líder de una Nación, los ciudadanos esperan que su Presidente sea un modelo de comportamiento decente.

Si todo esto hubiese trascendido cuando Alberto era el número uno, un acto como el que se ha denunciado ahora seguramente lo hubiese descalificado en términos de integridad y liderazgo y hasta el episodio hubiese hecho dudar de su legitimidad para gobernar, con un reflejo inmediato de un mayor lastre en la percepción internacional del país. Pero, ocurre que la situación se destapó casi ocho meses después de que él entregó los atributos de un mando que, evidentemente –y no sólo por este episodio- le ha quedado demasiado grande, lo que no lo exime de responsabilidades.

Los golpes de cualquier hombre hacia una mujer resultan ser en principio escandalosos y si han sido aplicados con códigos del pasado, hoy en vías de ser desterrados, peor. Además, los hechos denunciados por Fabiola Yañez parecen ser notoriamente más graves, moralmente hablando, ya que han sido ejecutados presumiblemente por alguien que fue elegido por la ciudadanía y quien, por sus actos, ha traicionado la confianza en materia de rectitud que le brindó cada papeleta con su nombre. Dicha situación no sólo es indignante porque vulnera los principios más básicos del respeto y de la dignidad humana, sino que cabe una suposición adicional: si se prueban los hechos, su cargo de Presidente ¿no debería ser considerado un agravante legal?

También Fernández ha quedado gravemente comprometido ante la sociedad desde la apreciación de su imagen. Hay algunos analistas de opinión publica que creen que su figura caerá violentamente aún más en los sondeos que hoy la miden y a valores mucho menores que los paupérrimos actuales, aunque dicen que el episodio finalmente pasará y que este último tramo del deterioro logrará recuperarlo. Sin embargo, hay otros que piensan con más lógica que el camino de ida de un asunto tan delicado ya no debería tener vuelta atrás.

Desde lo judicial, es más que difícil encuadrar la gravedad del momento que vive el expresidente cuando se trata de resguardar el principio de inocencia que, como a todos, le cabe aunque si se observa la situación desde el ángulo de su expareja, con las fotografías que muestran sus moretones y con los WhatsApp que se cruzaron en su momento (“venís golpeándome tres días seguidos”, le escribió Fabiola), al observador enseguida se le revuelve de nuevo el estómago. Además, ella lo acusa de “hostigamiento”, a partir de las veces que probablemente Alberto la haya llamado para exigirle que no abra la boca.

Pese a toda la frialdad que se le quiera poner a un análisis tan complejo, ya que involucra comportamientos humanos, la sensación de estupor y asco no desaparece, algo que se potencia cuando, además, se observa como actuaron algunos políticos a la hora del aprovechamiento del caso, con el expresidente en el piso y reclamando la toalla. El oficialismo se regodeó lo justo y necesario y lo hizo con menciones recurrentes a que se deje todo en manos de la Justicia, aunque, de paso, aprovechó la volada para desviar la atención pública hacia un tema que no roce lo económico, sobre todo.

El Presidente, por ejemplo, usó la red X para ahondar en lo ideológico, con menciones indirectas a los “curros del kirchnerismo” (Espert dixit). Javier Milei, a quien suelen acusar de misógino desde el kirchnerismo, escribió allí que “la única solución para bajar el delito es ser duros contra quienes los cometen”, para lo cual “no es necesario” crear un ministerio de la Mujer, ni contratar miles de empleados públicos innecesarios, ni cursos de género y definitivamente, tampoco “es adjudicarle a todos los hombres una responsabilidad, solo por el hecho de ser hombres”.

En tanto Cristina, tal como lo hizo en el caso de Venezuela, exhibió una reacción tardía, ya que le gusta observar siempre hacia dónde deriva el juego después de una carambola. Esta vez, de modo auto referencial también y victimizándose de paso, al hablar del intento de asesinato que sufrió y de unas palabras del Papa hacia ella, dijo con razón que “la misoginia, el machismo y la hipocresía, pilares en los que se asienta la violencia verbal o física contra la mujer, no tienen bandera partidaria y atraviesan a la sociedad en todos sus estamentos”, lo que le permitió ensañarse con Fernández primero, a quien ella misma ungió como candidato y a quien se cansó de bombardear durante su Presidencia, pero también con otros opositores como para emparejar los tantos.

Escribió también en X que el accionar que terminó en los moretones que vieron en las fotos, “delatan los aspectos más sórdidos y oscuros de la condición humana” y jamás haciéndose cargo de sus decisiones, la expresidenta dictaminó que Alberto “no fue un buen Presidente”. Fue en ese punto que  extendió su diagnóstico a Mauricio Macri y a Fernando de la Rúa, aunque de Milei evitó opinar esta vez. Sin embargo, mucho más grave aún, ha sido que tanto Cristina como otras mujeres K, nunca han hablado de los casos de José Alperovich o Fernando Espinoza, por ejemplo. Doble vara o lisa y llanamente, una comedia en medio de la tragedia.

Con todos los personajes en el escenario, lo primero que se observa es que mientras se aguarda que hable la Justicia, es el tema moral el que cruza la realidad desde todos los ángulos. Quizás es posible que de este episodio tan oscuro surja por fin la posibilidad de apuntalar ese valor para que deje de valer “moneditas”, como también escribía Discepolín. Es eso mismo lo que hoy interpela a propios y a extraños, incluido a muchos medios que suelen batir el parche en nombre de lo que suponen que la gente quiere.

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