Más allá de teorías difícilmente comprobables, la velocidad de la luz es una herramienta indispensable para la astronomía y la física. Gracias a ella podemos saber a qué distancia nos encontramos de otros lugares del universo. Pero ¿a qué velocidad viaja la luz? El primero en medirla fue el astrónomo inglés James Bradley, quien determinó en 1728 que la luz se mueve a 301.000 kilómetros por segundo. El cálculo lo hizo observando el desplazamiento de la Tierra alrededor del Sol. En 1983, la Conferencia General de Pesos y Medidas redefinió el metro. Desde entonces la luz tiene una velocidad exacta de 299.792,458 kilómetros por segundo. Sin embargo, su velocidad varía en función del medio en el que se encuentre. Por ejemplo, en el espacio, la luz viaja a su máxima velocidad. Pero en el aire su velocidad baja a 299.708 kilómetros por segundo. Y si entra en contacto con un cristal de diamante llega a su pico más bajo: 123.957 kilómetros por segundo.
Sabiendo cuál es la velocidad de la luz podemos saber cuánto tarda en llegar desde la superficie del Sol hasta la Tierra. La respuesta exacta es 8 minutos y 19 segundos, ya que el sol se encuentra a casi 150 millones de kilómetros de nuestro planeta. Puede parecer mucho, pero en realidad no es nada comparado con el tiempo que les lleva a los fotones (las partículas que componen la luz) trasladarse desde el centro del sol hasta su superficie: 40.000 años. Y es que mientras intentan salir, los fotones no hacen más que chocarse con los átomos de su entorno, dispersándolos de un lado a otro. Durante este milenario éxodo son capaces de viajar 696.000 kilómetros hasta que al final consiguen llegar a la fotosfera.
Albert Einstein le puso un límite a la velocidad en nuestro universo y es que nada puede viajar a más velocidad que la luz. En realidad la pregunta debería ser: ¿por qué sólo los fotones pueden viajar a la velocidad de la luz? La respuesta es que la aceleración hace aumentar la masa de los objetos: a mayor masa menor aceleración. Pero la masa de los fotones es igual a cero y no necesitan acelerar porque desde el momento en que nacen están ya a máxima velocidad. Aquí es cuando entra en escena Einstein, uno de los científicos más brillantes de la historia, y su teoría de la relatividad especial. Einstein contradice lo que decíamos algo más arriba y mantiene que unas partículas llamadas taquiones podrían superar la velocidad de la luz. Esta suposición se queda sólo en la teoría y se fundamenta en que los taquiones tendrían una masa y un tiempo imaginarios. Su masa sería negativa y su velocidad crece cuando su energía mengua. Los supuestos de Einstein desafían la ciencia tal y como la conocemos, abriendo la puerta a infinitas paradojas espacio-temporales. Esta idea permite considerar que podríamos estar en varios sitios al mismo tiempo; pero esto es real para el mundo microscópico aunque, para aglomerados atómicos más grandes, como podemos ser los humanos, es incierto. En este sentido se puede hablar del Principio de la Superposición Cuántica que reconoce una partícula concreta, por ejemplo un electrón, que existe al mismo tiempo en todos sus posibles estados (o configuración de propiedades).