Según Carlos Alsina, en Tucumán hay mucho de Macondo. O tal vez sea al revés. Lo cierto es que “La guerra del Niño Dios” abrevó en esa imaginería, y de la misma fuente se nutre su secuela, “Ciudad espejo”. “Son dos novelas ligadas”, apunta Alsina, quien presentó el libro en su teatro/hogar El Pulmón, acompañado por Verónica Estévez y Constanza Toro. En “Ciudad espejo” hay un pueblo llamado Manfaillá y unos gemelos apellidados Balderrama, pero hasta allí llega la humorada. El resto es pura tucumanidad, narrada desde un realismo mágico que la hace más atractiva todavía.
Tan prolífico como de costumbre, siempre con una pieza teatral a punto de estrenar bajo el brazo, y en este caso en el rol de novelista, Alsina habló con LA GACETA sobre “Ciudad espejo”. La charla derivó por distintos caminos.
- Publicaste “La guerra del Niño Dios” en 2012, todo comenzó ahí. ¿Cómo fue el inicio de esta saga?
- Partió de un hecho real, ocurrido en una localidad cercana a Simoca. A la historia me la contaron en la mesa que solíamos compartir en Lisandro (emblemático y ya cerrado restaurante de la calle 25 de Mayo al 400). En la década del 30 se quemó un ranchito muy humilde y murieron sus habitantes, pero quedó intacta una figura del Niño Dios de 18 centímetros. En medio de un círculo de cenizas este Niño Dios no tenía la más mínima señal de quemaduras. La gente lo tomó como algo milagroso y lo hizo propio, así que en procesión se dirigieron a la iglesia de Simoca para consagrarlo, Pero se encontraron con un cura de apellido Contreras -en la novela no se llama así- que puso una tranca y no los dejó entrar. El cura decía que ese era un Niño Dios pagano y que él tenía su propio Niño Dios, que por supuesto era un bebote rubio y de ojos celestes. A partir de ese momento se estableció una guerra entre la gente que peregrinaba a Simoca y el cura que no abría la puerta. A esa historia no podía dejarla pasar.
- ¿Y cómo le diste forma?
- Muchas de las vicisitudes por las que pasó ese Niño Dios y la lucha en el pueblo las imaginé o las exageré. Pero esa guerra del Niño Dios no culmina en la primera novela, no tiene un final, como tampoco lo tiene esta segunda novela. Releyéndola, creo que es una metáfora de nuestras desventuras, de nuestros enfrentamientos y de nuestras desesperanzas. Puede quedar lugar para una tercera novela, un tríptico digamos, porque no está definido el partido.
- ¿Qué aporta en este recorrido “Ciudad espejo”?
- Cambia el escenario, aunque convive con el otro, y entran nuevos personajes. ¿Qué tienen en común las dos novelas? El rescate de un Tucumán mítico, mágico, mitológico, donde supersticiones y leyendas se van perdiendo. Me interesan mucho estos temas; por ejemplo, las investigaciones de Tobías Rosemberg son reveladoras. Cuando cuenta por qué les cortaban los botones a los muertos antes de enterrarlos...
- ¿Cómo era eso?
- Aparentemente era una señal de que si alguien no tenía los botones del saco estaba muerto. Y también los tacos de los zapatos, para que el alma del muerto, si volvía, no hiciera ruido. O dar vuelta a la vivienda del muerto con el cajón y azotarlo con un látigo o con un cinturón para que se vaya y no vuelva. Todo tiene que ver también con la ruralidad y con el peso de la industria azucarera, lo que constituyó Tucumán.
- Y con actores sociales muy fuertes también...
- Es como que somos una vanguardia. Hubo momentos en la década del 70 en los que Roberto Levingston (ex dictador) decía “no hay que tucumanizar a la Argentina”. En el Operativo Cervantes, cuando mandaron a los obreros azucareros a recoger la fruta en Río Negro, a los 15 días los enviaban de vuelta en un avión militar porque eran obreros muy sindicalizados. Bueno, en ese momento era una vanguardia de la clase obrera, de los trabajadores. Después tuvimos un retroceso, un reflujo impresionante, donde esa vanguardia se transforma en los antípodas. En este momento creo que estamos pasando por una circunstancia similar, más reaccionaria, digamos.
- ¿Por qué el realismo mágico para contar estas historias?
- El realismo mágico te da la posibilidad de contar cosas complicadas, trágicas, de una manera más libre, más divertida. He apelado mucho al humor tucumano, que es muy particular. Quien ha leído “La guerra del Niño Dios” me dice: “nunca me he reído tanto con una novela”. Las anécdotas, las cosas que suceden, podrían parecer increíbles en cualquier otra latitud, pero nosotros sabemos que hay mucho de verdad en todas esas cosas que solamente se ven en Tucumán.
- En “Ciudad espejo” aparecen escenarios y personajes muy ligados con la realidad. ¿Cómo está trabajado eso?
- Tomé algunas figuras como puntos de partida, como síntesis. Por ejemplo, hay un político corrupto que va hilvanando las dos novelas. Es una síntesis del político corrupto, ese que no está en las primeras líneas, sino en la segunda o tercera línea del aparato y desde ahí especula, negocia y roba, pero siempre oculto, ¿no? Es miembro de una suerte de burocracia estatal: cambian los gobiernos, pero en definitiva siempre responde a los mismos intereses.
- ¿Cómo lo sintetizarías entonces?
- Las novelas van contando 70 años de historia, desde el incendio de aquel ranchito hasta hoy. La metáfora de ese recorrido es esa guerra que hay entre el Niño Dios de los humildes contra el que no lo es. Creo que las novelas dejan el enigma, en el sentido de que nuestro futuro no está claro.
- ¿Cuál es tu análisis en ese sentido?
- Pienso que estamos viviendo un momento de dictacracia, que es donde las garantías constitucionales están pendiendo de un hilo. Ahora, la pregunta es, ¿cómo llegamos a esto? Creo que de la desilusión no se vuelve. Acá hubo proyectos que desilusionaron mucho a mucha gente: el macrismo, el kirchnerismo, el peronismo más de derecha. Entonces, ante la falta de respuestas, la gente protestó. Es un pensamiento que no comparto para nada, pero creo que es una reacción como de impotencia. Y está el hecho también de un proceso de degradación continuo que está afectando a todo el planeta. Desde el calentamiento global hasta la pandemia, que no es una causa, sino una consecuencia de las crisis financieras. Son fenómenos internacionales que a nosotros también nos tocan.
- Este año se cumplen 40 años de “Limpieza”, obra que escribiste y provocó un impacto en ese momento. ¿Cómo lo ves a la distancia?
- Tengo la sensación de que han pasado tantos años y no se ha transformado nada de raíz. Que en este momento hechos que son absolutamente demostrados sean reivindicados, como el genocidio argentino, me parece un retroceso. Las luchas que el pueblo argentino, o alguna parte del pueblo argentino ha llevado adelante, no se han consolidado. El balance histórico no es claro. Pero creo que lo que tienen de común denominador estas frustraciones nacionales es la impotencia de las clases dirigentes para independizar y desarrollar este país. Ya sea que se expresen políticamente a través del peronismo, del radicalismo, del macrismo, del mileísmo ahora, de lo que quieras, lo que están expresando es la impotencia de una clase social a la que le interesa especular económicamente, vender cosas del campo y que se saque la minería. No le interesa desarrollar industrialmente a la Argentina.
- ¿Dónde pensás que estamos parados?
- Hay una línea que no se puede cruzar. Vos podés ser radical, yo puedo ser peronista, socialista o lo que sea, pero hay una línea, que es la línea de la vida, que es la línea del respeto de las leyes, del debido proceso. El hecho de votar es una parte del recorrido democrático, está muy bien hacerlo, pero lo importante es que no sea un espejismo. En una campaña electoral se expresan quienes tienen más dinero para la publicidad y hacen mejores spots publicitarios. Se presentan figuras, no ideas ni un debate programático. Entonces, ¿qué queremos hacer con este país? Las redes sociales han ayudado a eso, la pandemia en particular ha ayudado a eso y va contra cualquier tipo de reflexión crítica en la mayor parte de los casos.
- ¿En lo personal cómo lo estás viviendo?
- En el último texto que estrené, “Otro mundo”, hay un personaje que de alguna manera tiene que ver conmigo. Es un tipo que se pregunta hacia dónde vamos. O sea, observo una autoinmolación de la especie, una decadencia absoluta del sistema, y esto es muy peligroso. Creo que la humanidad está pasando por un momento de extremo peligro: los cambios climáticos, las guerras en curso, el proceso migratorio inmenso, la falta de agua potable mientras por el otro lado se desarrolla la la tecnología y se está planificando que la humanidad se reproduzca en otro planeta e invirtiendo dinero en eso... La desigualdad se ha se ha agrandado, se ha hecho más notable.
- ¿Y entonces?
- Vivimos tiempos de confusión por muchos factores, pero la historia nos da sorpresas. El otro día leía que antes de la Revolución Francesa, antes de la toma de la Bastilla, hubo 220 sublevaciones para voltear la monarquía, hasta que confluyeron una serie de factores y lo consiguieron. Es decir, no es simple cambiar las relaciones de producción. Hay una frase extraordinaria que le dice Hamlet a Horacio cuando están probando las armas para el duelo: “estar preparados es todo”. Creo que es el momento de que nos preparemos para esa encrucijada que ya estamos viviendo. Si no estamos preparados, vamos a tirar piedras al infinito. Lo que hay que dar es una estrategia de real cambio.