Maldita inmovilidad urbana
Maldita inmovilidad urbana

No es una novedad que uno de los principales problemas urbanísticos que padece el Gran Tucumán es su movilidad urbana, con el foco en el microcentro de la capital, donde por momentos confluye la vida de toda la provincia y de los miles de foráneos que ingresan a diario.

El Área Metropolitana Tucumán (AMT), la quinta más poblada del país con más de un millón de habitantes, soporta una serie de tensiones y fricciones que se agigantan año tras año debido a su crecimiento demográfico y a su expansión territorial.

El caos en el tránsito parece ser el flagelo más evidente dentro del ecosistema de movilidad urbana, pero es sólo la punta de un iceberg mucho más complejo, que involucra variables físicas, culturales, políticas y de infraestructura.

La congestión vehicular y peatonal es un problema en sí mismo, ya que convierte a Tucumán en una ciudad hostil, poco amigable, expulsiva, donde trasladarse es tedioso, lento, complejo y costoso. La agresividad se respira en las calles y no sabemos si es el huevo o la gallina, o ambos: los tucumanos son agresivos y lo vuelcan a las calles o el tránsito exasperante y peligroso convierte a los tucumanos en violentos.

Se le suma además que es una urbe muy contaminada, producto no sólo de la enorme concentración vehicular en poco espacio, sino que es “atacada” varios meses al año por el humo de la quema de cañaverales y pastizales, más la tierra suspendida, con el agravante de que su área neurálgica se encuentra en una especie de pozo natural respecto de sus alrededores, donde no circula viento suficiente para despejar la atmósfera.

Abundan estudios públicos y privados sobre los numerosos y graves problemas respiratorios y alérgicos, visuales, cardiacos y hasta carcinogénicos que aquejan a los tucumanos de todas las edades, durante los meses secos.

“Después de mayo los consultorios explotan, no sólo por la suciedad del aire sino también por la cantidad de materia fecal suspendida en forma de microgotas por los derrames cloacales”, comentó el otorrinolaringólogo Ariel Gustavo Guzmán. Cada vez que pasa un auto o una moto por un derrame esparce esas micropartículas infectadas a decenas de metros y por largos minutos. “Lo que ocurre en Tucumán en estos meses no se ve en ninguna otra parte del país”, precisó el médico.

Podríamos decir que las lluvias son la principal política sanitaria que rige en la provincia.

Decíamos que en la movilidad urbana confluyen múltiples variables que van desde cuestiones físicas, culturales, políticas y de infraestructura, entre otras. No se trata sólo de un tránsito más o menos fluido. Esta es quizás la cara más visible de un problema bastante más complejo y de difícil resolución, incluso para las metrópolis más desarrolladas del planeta.

El traje quedó chico

El trazado del microcentro tucumano es el mismo que hace 150 años, cuando no existía el automóvil y su población era la mitad que la que hoy tiene La Cocha. La diferencia es que hoy concentra las actividades de casi dos millones de personas, más medio millón de foráneos que ingresan y egresan por mes a la ciudad, entre turistas, estudiantes, comerciantes y trabajadores en general. Con el agravante que es una ciudad hipercentralizada, con el 90% de sus actividades comerciales y administrativas, públicas y privadas, concentradas en un radio de poco más de 200 manzanas (dos parques 9 de Julio).

Cada año se agregan más gente, más autos, más edificios, oficinas y comercios. El corset se ajusta cada vez más y es un problema que en las actuales condiciones no tiene solución, por más medidas que se tomen. Es simple: en un metro cuadrado no entran diez personas y menos diez autos. Debe reservarse el macrocentro para el turismo, los peatones, los ciclistas, el transporte público y los residentes permanentes. No hay espacio para que circulen medio millón de vehículos por día en tan pocas hectáreas (entre los que ingresan y los residentes) y más cuando el 90% traslada a una sola persona.

Transporte con pocas opciones

Uno de los pilares de la movilidad urbana es el transporte público. En Tucumán es escaso, ineficiente, costoso y contaminante. El Gran Tucumán sólo cuenta con colectivos y taxis y no posee otras ofertas más económicas, ecológicas y eficientes para trasladarse, como trolebuses o trenes, como sí existen en otras ciudades argentinas grandes. Tampoco existe una red de transporte coordinada en el AMT, donde hay personas que deben tomar hasta tres colectivos y pagar tres boletos distintos para ir de una punta a la otra del área metropolitana.

Este déficit provocó que los tucumanos estén obligados a optar por el vehículo particular, que ocupa demasiado espacio para mover a una sola persona, además de ser costoso, ruidoso y contaminante, y también empujó a una verdadera epidemia de motocicletas, vehículo que algunos años superó en ventas incluso a ciudades como Buenos Aires. La ciudad menos aún invita a caminar; es peligrosa para el peatón, al que no se respeta y por eso representa el 10% de las víctimas fatales en siniestros de tránsito. La falta de verde y el estado de las veredas del centro no son un atractivo. La mala educación también incluye a los peatones tucumanos, quienes cruzan una calle por cualquier parte. Tampoco se incentiva el ciclismo, como es tendencia en el mundo; por el contrario, es una ciudad expulsiva y de alto riesgo para el ciclista.

Después de CABA, Tucumán es la segunda ciudad más lenta del país en cuanto a circulación, informó a LA GACETA la intendenta Rossana Chahla.

La epidemia silenciosa

Poco y nada se dijo de las motos en el Programa Integral de Movilidad Urbana (PIMU), lanzado recientemente por la capital. Las motocicletas se han convertido en una verdadera epidemia de la que pocos hablan en Tucumán, entendiéndose por epidemia cuando en salud ocurre una enfermedad que infecta a un número de individuos superior al esperado en una población.

La cantidad de motos no sería el problema, ya que hay ciudades, como en algunas urbes asiáticas, donde circulan millones de motos por día, sino el desorden y el salvajismo con que lo hacen.

Para un gran porcentaje de motociclistas se ha naturalizado la violación a las normas más básicas, al amparo de una pasmosa impunidad: cruzar en rojo, circular a contramano o por la vereda, andar en zigzag por calles y avenidas, no utilizar casco (50%) o usarlo mal (sobre la frente), superar con creces los límites de velocidad y no respetar los decibeles máximos permitidos, causando estruendos que van más allá de un ruido molesto para pasar a ser una agresión a la salud del vecino.

Los motociclistas encabezan la nómina de muertes en siniestros viales, duplicando a las del resto de los vehículos. Y el 90% de los accidentes se debe a errores humanos, entre los que sobresalen el consumo de alcohol y el uso del celular. Del resto, el 8,8% son provocados por falta de señalizaciones adecuadas, ausencia de iluminación, por calzadas deterioradas o por banquinas descalzadas. Y el 1,6% ocurre por el mal estado del vehículo.

Según la ONG Luchemos por la Vida, junto con Santiago del Estero y Chaco, Tucumán registra la mayor incidencia de accidentes de motos del país, con casi el 80%.

La deficiencia del transporte público es el común denominador que hizo disparar la venta de motos en el norte argentino.

Faltan controles y sanciones

En síntesis, la buena o mala movilidad en una ciudad involucra múltiples factores, acciones y disciplinas. Los tucumanos tenemos un serio problema cultural y educativo, propiciado además por la falta de controles y castigos, pero también contamos con una infraestructura deteriorada y obsoleta, políticas públicas ineficientes, quedadas en el tiempo y que no han sabido acompañar al crecimiento urbano, y limitaciones físicas que parecemos negar o no comprender: por la misma calle que fue concebida para las necesidades de hace más de un siglo pretendemos que hoy circulen miles de vehículos por hora, algunos de gran tamaño que trasladan a una sola persona.

No existen incentivos como en otras ciudades del mundo para los ciudadanos que generan beneficios para la sociedad de acuerdo a cómo utilizan la vía pública, como el que circula a pie o anda en bicicleta, gente que no contamina ni produce ruido y casi no ocupa espacio, o quien opta por el transporte público, como tampoco se desalienta al que atraviesa el microcentro en una enorme camioneta llevándose sólo a sí mismo, apropiándose de un gran espacio, generando ruido y contaminación y agravando los embotellamientos.

Por ejemplo, todos los tucumanos pagan los mismos impuestos por un uso y abuso diferencial de la vía pública y del medioambiente.

Se deberían copiar los incentivos y las penas o tributos que implementaron exitosamente muchas ciudades europeas en este sentido. No cuesta lo mismo cruzar el centro en un camión, y estacionarlo, que hacerlo caminando.

Tanto en movilidad como en medioambiente, urbanismo o tratamiento de residuos, entre otros asuntos vitales, se insiste mucho con la educación sin saber demasiado, advierte la psicóloga Graciela Tonello, doctorada en Psicología Ambiental en Suecia. Ella explica que la educación es efectiva pero demanda muchos años, mientras que lo más efectivo a corto plazo son las políticas públicas. Eso quiere decir sistemas eficientes y honestos, buenos ejemplos desde las jerarquías, mejores controles y más sanciones.

Para que exista una saludable movilidad urbana, rápida, eficiente, barata, inclusiva y sostenible, antes deben haber políticas públicas firmes y perdurables en el tiempo, que se atrevan a romper el statu quo y a provocar los cambios necesarios; de lo contrario veremos pasar otro plan integral de inmovilidad urbana, con miles de motos cruzando en rojo a toda hora o conductores pretendiendo llegar con el auto hasta la puerta del banco.

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