Tiene una prevalencia de entre 15 y 40 personas cada 100.000 habitantes, según estadísticas globales, y su sintomatología suele ser confundida con la de otras dolencias como la fibromialgia o el lupus. La miastenia gravis es una enfermedad neuromuscular autonmune crónica y poco frecuente. Conocerla e identificarla es clave para evitar riesgos en el futuro.
La enfermedad provoca debilidad y fatiga de intensidad fluctuante entre los músculos voluntarios. Afecta la conexión entre los nervios y sus músculos, y altera su funcionamiento.
“Todavía hay retrasos en el diagnóstico, lo que hace muy necesaria la educación -asegura el neurólogo Esteban Calabrese, jefe del Departamento de Enfermedades Neuromusculares del Hospital Español de Rosario, Santa Fe-. Hay síntomas que pueden confundir al médico y enmascarar la miastenia gravis. A muchos pacientes, por ejemplo, se les cae el cuello y, por el esfuerzo para mantener la cabeza erguida, sufren dolores cervicales, por lo que visitan a un traumatólogo; en ciertos casos, se les detecta osteoartrosis a nivel cervical y se le echa la culpa a eso”.
Detección temprana
Los síntomas principales de la enfermedad son la caída de uno o ambos párpados; visión doble; dificultad para sostener la mirada o cerrar los ojos; problemas para mastigar o tragar; alteración en la gesticulación y en la expresividad facial; fatiga en los músculos del cuello e insuficiencia para respirar. “El diagnóstico se basa en los antecedentes del paciente y la exploración neurológica clínica, sobre todo. Muchas veces los pacientes miasténicos sufrieron una leve caída del párpado o visión doble o trastornos de deglución. Uno tiene que machacar en el interrogatorio porque se trata de una enfermedad fluctuante: los síntomas aumentan cuando más se contrae el músculo. A las 9 de la mañana se puede ver al paciente en estado normal y, a las tres o cuatro de la tarde, se le cae el párpado o ve doble”, indica Calabrese.
Hoy existen tratamientos no sólo farmacológicos. “Antes se trataba poco el tema de la rehabilitación y la actividad física de los pacientes. Ahora se sabe que un músculo entrenado, cuando lo permite la enfermedad, responde mejor a los tratamientos”, aseguró.
Actualmente existen tratamientos sintomáticos y que buscan cambiar el curso de la enfermedad. Los primeros se basan en la utilización de sustancias que inhiben a enzima que metaboliza a la acetilcolina, cuya función es facilitar la llegada de la señal nerviosa al músculo. Los segundos son variados: desde el uso de corticoides hasta la timectomía, una cirugía para eliminar una glándula que dificulta el funcionamiento del sistema inmunitario, o también los variados tratamientos inmunosupresores para disminuir la actividad errónea del sistema inmune en los pacientes miasténicos.