Frida Kahlo se convirtió en las últimas décadas en uno de los principales atractivos turísticos de México, una artista reconocida internacionalmente desde los años 90, instalada en este milenio en el mainstream.
Casi todos los especialistas coinciden en que la obra de la pintora mexicana triunfó porque representa como pocas las reivindicaciones del feminismo, la defensa de lo indígena y la diversidad sexual. (Otro feminismo, el de los 70 con las “Guerrilla Girls”, no la había considerado).
Su sufrida vida, su relación con el pintor Diego Rivera y su aventura con León Trotsky, forman parte del combo, por así llamarlo, que justifican la visita obligada a la Casa Azul.
A siete décadas de su muerte, Frida Kahlo aún conecta y conmueve y enmudece a espectadores en museos. Mantiene el interés de los fanáticos que llevan su imagen en bolsos, camisetas y gorros. Inspira los selfis que los turistas se toman en ese país, en ese barrio (Coyoacán), en esa casa que pasó a la historia.
Pero sus pinturas, han quedado atrás, casi exclusivamente para las miradas de los propios artistas, estudiantes, críticos y un público más avisado.
Aunque sea complejo separar su dramática vida de su pintura, obviamente, el consumo masivo ha privilegiado la primera. Tal vez porque de las más de 150 obras, se hayan contabilizado 55 como autorretratos y retratos. “Ella siempre dijo a críticos, periodistas y amigos, que ella era ella y Diego era Diego, cuando le echaban en cara estar casada con Diego Rivera”, indica Martha Zamora, una estudiosa de su vida.
Surrealismo
El escritor francés André Breton fue el primero que quedó fascinado en cómo transformaba su dolor y experiencias personales en arte, al grado de que llegó a afirmar que México era el lugar surrealista por excelencia y Frida, una digna representante del movimiento.
André Breton fue a reunirse con Trotsky y se encontró con la artista, en la misma Casa Azul. Ante tamaña observación Kahlo consolidó su obra. Breton promovió sus pinturas en París, y le abrió puertas para entablar relación con otros artistas europeos como Picasso y Duchamp (1939). Pero ella no se consideraba surrealista.
Pinturas como “La columna rota” (1944) y “Sin esperanza (1945) dan buena cuenta de la forma en que utilizaba elementos surrealistas para expresar sus luchas internas y físicas. Estas piezas no solo reflejan sus tormentos personales, sino que también rompen las barreras entre la realidad y la fantasía. “Autorretrato con collar de espinas y colibrí” (1940), no puede soslayarse.
En 1954 creó “El marxismo dará salud a los enfermos”, en la que pone en evidencia una clara influencia del muralismo (aunque se tratara de un óleo sobre fibra dura) en la manera de abordar temas sociales y políticos, así como s u muy definida ideología comunista.
Antes, había pintado “Autorretrato dedicado a León Trotsky” (1937), en el que manifestaba su admiración por el líder bolchevique, al cumplirse 20 años de la revolución rusa.
Como se ha escrito líneas arriba, son más de 150 las pinturas que componen su obra.
El tercer ojo
En “Diego y yo” (pintura adquirida por el Malba, de Buenos Aires, por casi U$S 35 millones) tres lágrimas caen por su rostro y la cara de Diego Rivera con un tercer ojo dibujado en su frente, es interpretada por la crítica especializada como una manifestación de los sentimientos tormentosos con Rivera.
El tercer ojo en el hinduismo y en el budismo van más allá de la dimensión consciente, está delineado por el misticismo.
“Diego y yo” pintada en 1949 (cinco años antes de su muerte) se acomoda a ese manifiesto surrealista en el que el inconsciente está presente de distintos modos.
Pero siempre y cuando ese surrealismo se entienda como lo real maravilloso (ese concepto que acuñó el cubano Alejo Carpentier), y no una transcripción literal de un modelo eurocentrista. Esta fue una estética que se expresó principalmente en la literatura y a la que se debió el boom latinoamericano de los 60.
En los 90
“En los años 80 quisieron exponer (sus pinturas) en Francia, en París, y ningún museo la aceptó. O sea, no era digna de un museo en los 80”, cuenta Hilda Trujillo, directora durante años del Museo Frida Kahlo en Ciudad de México y una de las grandes especialistas en la obra de la artista.
La 'fridamanía' arrancó en los años 90. La cantante estadounidense Madonna se declaró admiradora de Frida Kahlo y adquirió una obra suya; en 2002 se estrenó además con éxito la película “Frida”, protagonizada por la actriz mexicana Salma Hayek. La publicación de “El diario de Frida Kahlo. Un íntimo autorretrato”, había dado antes muchas claves para descifrar la pintura de la artista mexicana.
Un último título
Con el título de su última pintura “Viva la vida”, la banda inglesa Codplay vendió millones de placas.
Frida Kahlo escribió en una de las rodajas de este bodegón de sandías esas palabras de despedida que, como todo en su vida, generó conflicto y polémica, como cuando su féretro fue cubierto por una bandera comunista.
Exvotos
Martha Zamora explicó que Frida Kahlo era aficionada a coleccionar y realizar exvotos religiosos, los cuales consisten en pintar sobre una superficie de metal la imagen de aquel evento trágico o doloroso, acompañada por un texto en el que se explica lo qué pasó.
“Frida siguió ese sistema, y aquello que le dolía, lo dejaba en la pintura para luego salir a vivir, a leer, a bailar, a ver películas, a visitar amigos, a recibir gente en su casa para hacerla feliz”, manifestó.