Cuando los tucumanos escuchan la idea de reforma constitucional se les paran los pelos. En los últimos 40 años se han vivido dos experiencias reformistas. Los dos hombres que han liderado sendos proyectos han terminado desfigurados y casi denigrados por el mismo poder que supieron conseguir y administrar con voluntad omnímoda. Uno, Antonio Domingo Bussi, falleció condenado al ostracismo de cientos de años de condena por delitos de lesa humanidad y encerrado en su casa. El otro, José Jorge Alperovich está enchironado en una celda, muerto en vida como él mismo definió su momento actual días antes de escuchar la sentencia por abuso sexual.
El poder, ese amigo amable, abrazador y abrasador que invita a cambiar el mundo y a fomentar el bien común en un marco de igualdad, se convierte en un monstruo como aquel Minotauro hambriento por devorar hombres y mujeres, ciudadanos, tal vez.
Los políticos, seres privilegiados, a quienes la sociedad les delega aquel poder tienen la virtud y la responsabilidad de administrarlo, pero en Tucumán al menos han mostrado impericia y también ambición. No han sabido comprender el tiempo y cuando menos esperan el poder deja de ser amigo inspirador para ser el monstruo que se devora todo.
Cada vez que se ha intentado modificar la Constitución de la provincia ha sido para que el mandante de turno junte más poder. Por eso es comprensible la crispación cuando se oye el vocablo “reforma”. Es que el político sucumbe ante la tentación de poder fijar las reglas del juego y adecuarlas a su mayor conveniencia.
En la mitología griega Ícaro arma sus alas con plumas y las pega con cera. Su padre, Dédalo, le advierte cuando sale volando que no se acerque al sol. Ícaro desoye esas previsiones, se derriten sus alas, se precipita y termina ahogado en el mar. El mito se actualiza cuando se piensa una reforma constitucional. La experiencia enseña que el político desoye al pueblo como Ícaro a su padre y termina ahogado por la ambición de poder.
Jaldei
Los dolores constitucionales casi pasan inadvertidos como simples retortijones estomacales. Pero cuando llegan los comicios los retorcimientos se convierten en un cáncer incurable. A la hora de votar estallan los mayores problemas porque los ciudadanos toman conciencia de que no todos están en condiciones de elegir en libertad. A ese caballo se subió el gobernador de la provincia cuando planteó la necesidad de reformar la Constitución de la provincia, que tiene más agujeros que la calle “Decididos de Tucumán”, en Yerba Buena, hacia el norte, después de pasar Bernardo de Monteagudo. Cual Javier Gerardo Milei, Osvaldo Jaldo se convirtió en Jaldei y lanzó su proceso reformista como quien escucha los dolores constitucionales de los tucumanos.
Propuso poner fin a los acoples, hacer que los jueces revaliden sus cargos y hasta sugirió que no debería haber reelección. Fue un cimbronazo que los tucumanos recibieron el domingo pasado cuando la columnista Gabriela Baigorrí alertó de esta decisión. El gobernador confirmó esa cuestión el martes pasado que nunca más volverá. A partir de allí todo fue un tembladeral. Jaldo sacudió la alfombra política y puso en alerta a jueces, vocales de Corte, legisladores, intendentes y concejales. Para algunos peronistas se trata de un suicidio político, para los peronistas jaldistas se trata del deseo de que el recuerdo de Jaldo sea bañado en bronce.
El rey del achique
Jaldo se convirtió en el rey del achique al dejar en offside a propios, pero también a extraños. El personaje de Lewis Carroll “Humpty Dumpty” (un huevo parlanchín), viene de un poema inglés que dice que el huevo estaba sobre una pared y se cayó; “Ni todos los caballos ni todos los hombres del rey pudieron volver a armarlo bien”. Ese parece ser el camino de la oposición tucumana si no se escuchan y no abandonan el ninguneo por estar, no estar o haber estado en alguna posición política. Algunas señales de estas dificultades salieron a la luz en el estudio de LGplay la semana que ya nunca más volverá.
Dirigiéndose a ellos, el mandatario provincial fue contundente ante la prensa: “si queremos realizar transformaciones las hagamos en serio”. Son sólo dos palabras pero describen los vicios de la política comarcana: “en serio”. Jaldo deja entrever que en política se pueden -y se hacen- cosas sin la responsabilidad que exigen. Los dos vocablos permiten inferir que la anterior Constitución se hizo muy a medida de quien mandaba. Los “en serio” advierten la subestimación que se tuvo hacia la sociedad tucumana. Por eso a Jaldo se le abren encrucijadas en estas instancias. Si antes se reformó una Constitución y no fue “en serio”; si hasta ahora se estuvieron analizando reformas e instituciones pero no se sabe si fue en serio o no; si la palabra del mandatario más de una vez tuvo un juramento que no se cumplió como cuando dijo que no iba a ser testimonial su candidatura, ¿cómo hace la ciudadanía para tomar en serio estos proyectos? Pareciera que más que el proyecto, el problema que enfrentan los políticos para realizar una transformación hoy es su propia credibilidad. Al respecto no le hace ningún favor el propio Presidente de la Nación, que se fortalece cuanto más debilita a la política.
En los estudios de LA GACETA fue sorprendente ver a tres opositores coincidir sin darse cuenta porque estaban preocupados por marcar sus diferencias o, más aún, sus profundas -y tal vez insalvables- disquisiciones. José Cano (UCR) y Sebastián Murga (CREO) coincidieron sobre la necesidad de reformular el exagerado nepotismo que tiene el actual sistema de la provincia donde se limita la reelección pero los hijos, esposos, demás cónyuges y entenados terminan conservando por décadas el poder. También dijeron cosas muy parecidas cuando hablaron sobre la distribución de fondos. Pero Cano trató de mentiroso a Murga cuando este dijo que se habían triplicado los sueldos y Murga no puede ver como colega político de la oposición a aquellos que han estado en el tablero político de la provincia en los últimos años. Ninguno escapa a una realidad increíble de la provincia que parece estar desplegando la política en un tablero de TEG donde muchas leyes parecen llevar la aclaración del tablero de este ya tradicional juego: “Las dimensiones y divisiones políticas no respetan la realidad: fueron modificadas para facilitar la mecánica del juego”.
La pregunta obligada fue para el tercero en discordia en esa tertulia opositora tratando entender por qué hay tantos cortocircuitos en la oposición. Alberto Colombres Garmendia explicó que la oposición es la que pierde. Más allá de una suerte de definición tautológica dejó en claro que tal vez esa sea la verdadera identidad que une a los opositores: la derrota en las elecciones.
Colombres Garmendia aportó desde la experiencia, una suerte de conciliador incómodo. Ser opositor es haber perdido elecciones; no debería ser una condición que una a un colectivo. Cano ha madurado y se ha golpeado tanto que se ha convertido en un realista político. Por caso, esquivó dar el nombre de un peronista que le dio un dato como aceptando esa complicidad política que ya no cae bien. Murga, en tanto, se presentó como un idealista sin responsabilidades, paciente, lacónico, áspero.
La oposición tiene en sus manos lo que tanto quería, pero ahora parece que desconfía; es que son demasiadas caras -mucho más que tres- para ser una sola y, al mismo tiempo, necesita de todas para aceptar el convite de Jaldei. De lo contrario seguirán con la misma identidad descripta por Colombres Garmendia.