César Pelli: el sueño incumplido y una resonante ausencia
Pelli en la Argentina
En su último viaje a Buenos Aires, Pelli toma fotos con su celular desde el avión. Reflejan un colchón de nubes blancas atravesadas, a lo lejos, por torres de vidrio. Entre ellas, algunas suyas. La Torre Bank Boston, emplazada en Catalinas Norte, a metros de Puerto Madero, tiene 140 metros de altura y una silueta de vidrio y aluminio que sobresale en ese sector de la ciudad si se la observa desde el Río de la Plata, desde la autopista Illia -que suele tomarse para ingresar a la ciudad desde el aeroparque Jorge Newbery- o cuando se busca la avenida 9 de julio desde la avenida Santa Fe. A medida que la torre se eleva al cielo, su superficie tiene una serie de recortes que terminan en un gesto escultórico que lo convierte en una de las construcciones más memorables de Buenos Aires. A su lado, complementándose armónicamente, se erige el más reciente de sus edificios porteños, la torre Macro con su original y deslumbrante estructura de vidrio de doble curvatura.
A siete cuadras de allí hay otro hijo suyo. El República, primer edificio inteligente del país, llama la atención de todo aquel que se acerque por primera vez a las calles Tucumán o Bouchard. Sus fachadas se combinan conformando un llamativo e irregular triángulo isósceles con un lado recto y dos curvos.
No muy lejos, en el corazón de Puerto Madero, se eleva la Torre YPF, el más imponente edificio de Pelli en la ciudad. Su jardín de invierno entre los pisos 26 y 31, poblado por jacarandás, lo convierte en el edificio sobresaliente de la zona. Si uno se para en el cruce de la calle Tucumán y la Avenida Huergo puede ver los cuatro edificios de Pelli dialogando arquitectónicamente entre sí. El jardín de invierno del YPF mira al aerodinámico República que apunta al Bank Boston y al Macro.
Sueño incumplido
A los edificios porteños de Pelli se sumó un puñado de obras más en su país. El centro cívico de Rosario, las torres Maral de Mar del Plata, el campus de la Universidad Siglo XXI en Córdoba. La única obra con su sello en su provincia natal es la sede de Yerba Buena de la Unsta, cuyo master plan diseñó. Una construcción destacable pero modesta dentro de la obra descomunal de un arquitecto que cambió, con estructuras gigantescas y emblemáticas, la fisonomía de decenas de ciudades en los más variados rincones del mundo. Pelli en Tucumán es, sobre todo, una ausencia que nos interpela.
“Mi sueño es hacer un gran edificio público en Argentina”, le dijo a LA GACETA en 2004. “Me gustaría hacer una obra en Tucumán pero no depende de mí”, agregó en 2012. Dos proyectos quedaron dormidos: la ampliación del aeropuerto Benjamín Matienzo y un centro de alto rendimiento en Tafí del Valle. El gobierno jujeño le permitió concretar un “proyecto tucumano” pero extraterritorial: un museo dedicado a Lola Mora que está en construcción en las afueras de San Salvador.
Su gran proyecto para Tucumán, el edificio público con el que soñó, fue el Centro Cívico que se haría en Los Pocitos, Tafí Viejo. Una obra de 66.000 metros cuadrados, en un predio de 17 hectáreas, que albergaría la casa de gobierno y buena parte de las dependencias de la administración pública, contribuyendo a descongestionar la capital y brindando un espacio pensado para mejorar el trabajo de quienes deben gestionar la provincia. Le encargaron un primer proyecto en 2001 pero pronto fue desechado por la crisis. Le pidieron una nueva versión en 2017, trabajó con entusiasmo por dos años y revisó algunos de sus planos semanas antes de morir. El sueño de Pelli hoy sigue encerrado en algún cajón.
Una resonante ausencia
Detallar los más de 200 reconocimientos que recibió Pelli a lo largo de su carrera ocuparía varias páginas. Uno de los más relevantes fue la distinción que le hizo el Instituto Americano de Arquitectos, en 1991, como uno de los diez arquitectos vivos más influyentes. Era miembro de la Academia Americana de Artes y Letras, de la Academia Nacional de Diseño, de la Academia de Arquitectura de Francia y de la Academia Internacional de Arquitectura. Recibió 13 doctorados honoris causa y nueve libros e infinidad de artículos han sido dedicados a analizar su obra.
En la nómina de galardones hay una resonante ausencia. Fue candidato pero no recibió el Pritzker, el Nobel de la arquitectura. Lo merecía tanto como Borges su Nobel. Pelli era, para muchos, un arquitecto inclasificable. Sus sofisticadas estructuras, decía Douglas Davis en un artículo de Newsweek, “no son ni ‘modernas’ ni ‘posmodernas’. Cada una intenta complacer en varios niveles al mismo tiempo, cautivando a los clientes y al público pero frustrando a los críticos”.
Los vínculos de una obra
Lo que probablemente desconcierta es la imposibilidad de encasillar una obra esencialmente diversa. Ocurre porque el arquitecto tucumano evitó atarla a un estilo. Pensaba que las cualidades estéticas de un edificio debían derivar de las características específicas de cada proyecto, como la locación, su propósito y la tecnología empleada en la construcción. “Diseño edificios buscando que pertenezcan, desde el punto de vista físico, emocional y cultural, al lugar donde se emplazan”, sentenciaba el padre de las Petronas. “Cuando desarrollamos nuestro propio ‘estilo’, el talento y la suerte pueden hacernos ganar una reputación que nos brindará nuevos y mejores trabajos. Más tarde, algunos de nosotros podremos descubrir que si actuamos responsablemente frente a las ciudades y a la finalidad de nuestros edificios, es difícil seguir aplicando el mismo enfoque estético en todos los proyectos”, agregaba.
Entre el lógico y el poeta
Mientras Pelli visitaba Tucumán, Clorindo Testa, para muchos el más relevante de los arquitectos que vivían en la Argentina, opinaba en LA GACETA sobre su colega. “Es uno de los grandes arquitectos del mundo. Las Petronas son una suerte de afirmación de lo que es la arquitectura actual. Me parece intrascendente la polémica de aquellos que critican la irrupción de las torres en las ciudades. Creo que la arquitectura debe responder a las necesidades de su tiempo y no a las del pasado”, decía el diseñador de la Biblioteca Nacional.
John Pastier, crítico de arquitectura de Los Angeles Times, dedicó un libro a Pelli donde lo definía como un hombre “inmune a la tentación de satisfacer su propio ego, organizado en su trabajo e intelectualmente eficiente; también es un hedonista en lo visual, caprichoso en el uso del color, en la complicación de las formas, en las lisas superficies que, a veces, dan la sensación incluso de algo irreal. La obra arquitectónica de Pelli puede ser enfocada como el punto de unión entre lo realista y lo romántico, o entre el lógico y el poeta”.
La lección del maestro
Los viejos manuales de periodismo solían establecer que toda buena nota periodística debía responder a las llamadas “cinco W”: qué, quién, cuándo, dónde y por qué por sus siglas en inglés; a las que se suma un sexto interrogante, cómo. Casi todas estas preguntas reflejan lo que Pelli llamaba conexiones de la Arquitectura con el mundo, que son enfoques a partir de las cuales puede analizársela: el tiempo (cuándo se construye un edificio), la construcción (cómo se construye), el lugar (dónde), el propósito (por qué), el público (para quiénes diseñamos), la cultura, el proceso de diseño y nuestros propios principios. Consideraba que ignorar estas conexiones daña la arquitectura.
Vale la pena entrar en la página web del estudio Pelli, Clarke & Partners: pcparch.com. Allí puede verse un mapamundi interactivo con fotos, videos y una explicación detallada de 200 proyectos distribuidos de un extremo a otro de América, Europa y Asia. Rascacielos corporativos, viviendas, universidades, teatros, estadios, hoteles, museos, hospitales, aeropuertos. El trabajo de Pelli puesto en cifras es impactante. Cientos de miles de personas viven, trabajan, visitan o recorren sus edificios cada día. Ha cambiado su forma de producir, estudiar, viajar, curarse o entretenerse. Decenas de millones contemplan sus construcciones diariamente dentro de ciudades donde pueden verse desde casi cualquier punto. Pelli ha transformado la fisonomía de decenas de localidades y las vidas de sus habitantes brindando funcionalidad, sustentabilidad, identidad y estética.
“El resultado final de nuestro trabajo es construir ciudades. Es nuestra mayor responsabilidad. Si no construimos ciudades bellas, agradables y funcionales, por más que nos esforcemos, no vamos a ocupar un buen lugar en esa historia que todos valoramos…La sociedad es el último destinatario de todos nuestros edificios. Los ciudadanos tienen el derecho de esperar que cada nuevo edificio contribuya a hacer una mejor ciudad y un mundo más humano”, concluía César Pelli, el tucumano que dejó su huella por todo el planeta.
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