Una sociedad donde el trabajo sea remplazado por el tiempo del hobby o del ocio. Donde la contemplación sea la regla y en la que el mandato del esfuerzo laboral sea tan arcaico como la carrera profesional. Ese paisaje utópico, para algunos autores, está cada vez más próximo a nuestros días y la tecnología está acelerando los pasos para llegar a él.
Ya vivimos instancias disruptivas en las que los avances mecánicos, eléctricos y digitales transformaron para siempre nuestra vida productiva: nos mudamos del campo a la ciudad, montamos cadenas industriales y convertimos a la computadora en una herramienta indispensable para estos tiempos. Sin embargo, los procesos de automatización que se están gestando en los últimos años, sobre todo aquellos impulsados por la inteligencia artificial, tendrán un impacto diferente en el mundo del trabajo. En principio, serán más veloces que las anteriores olas de innovación, y por sobre todo, serán inevitables.
Estas son algunas de las tesis propuestas por los economistas Eduardo Levy Yeyati y Darío Judzik en su reciente libro “Automatizados, Vida y trabajo en tiempos de inteligencia artificial”, editado por Planeta. El ensayo plantea una pregunta inquietante para imaginarnos un mundo extraído de la ficción, pero no por ello menos real, al que probablemente ya estemos arribando. Un mundo en el que las máquinas efectivamente remplacen las tareas que hacemos en nuestro trabajo para dejarnos con más tiempo para otras actividades que hoy no son etiquetadas como productivas. Sin embargo, este paisaje no está exento de enormes problemas que puede acabar hasta con el propio sistema capitalista, o al menos sumergirlo en una depresión económica peor que la de 1929.
Apoyado en una exhaustiva bibliografía académica, el libro de Levy Yeyati y Judzik plantea diversas hipótesis sobre las posibles transformaciones económicas a las que podrían arrojarnos las últimas innovaciones vinculadas con la inteligencia artificial. Pero en sus páginas los autores no dudan de que en un futuro cercano necesitaremos de menos trabajo y es probable que dicha fuerza productiva excedente no se pueda repartir de manera igualitaria. Las preguntas giran en torno de cómo se podrá distribuir la riqueza, quiénes la concentrarán y quiénes saldrán más o menos perjudicados de esta oleada. Al mismo tiempo, ponen en crisis el propio término de “trabajo”, lo cual los obliga a superar la dimensión económica de su análisis para indagar en aspectos también antropológicos como la centralidad de lo humano, la utopía del ocio, o simplemente cómo se podría vivir sin trabajar.
Cuando aparecieron tecnologías como la computadora no faltaron los discursos fatalistas sobre la eliminación de los trabajos. Sin embargo, la informática desplegó nuevas áreas de conocimiento complejas y también nuevos oficios. El trabajo, como mencionan repetidas veces los autores del libro, no desaparece, sino que se transforma. Sin embargo, la irrupción de la inteligencia artificial pone en jaque tareas de alta calificación, por lo que la igualación sería total y descendente. “Más que elevar al trabajador poco calificado, lo que haría sería degradar el calificado haciendo redundante la calificación, tomando a cargo las tareas complejas y relegando para el trabajo humano los pasos más básicos”, sentencian.
Posempleo
Posiblemente estemos en los albores de lo que los autores llaman la “era del posempleo”, una etapa que pone en crisis aquellas nociones sobre el trabajo que aprendimos de generaciones previas. Esa era no promete ser mejor, porque todas las señales indican que probablemente se profundice la caída de la masa salarial, tal como el libro lo demuestra. Por lo tanto, concebir la IA solo como una herramienta que se somete al buen o al mal uso, posiblemente sea una visión reduccionista de un debate mayor que necesita de revisiones críticas y actuales.
El texto de Levy Yeyati y Judzik es una mirada humanista del problema. Sostiene que la IA aún se pierde con algunos aspectos que requieren empatía, presencialidad y cercanía. Las tareas que demandan dichas habilidades, por más simples que parezcan, sean las que probablemente estén más a salvo de las automatizaciones. Y allí la contradicción, porque por más avanzadas que parezcan las tecnologías, el preciado “refugio” del trabajador humano estará nada más y nada menos que en su sensibilidad.