El investigador alemán Arthur Szabo realizó un trabajo en relación a los besos y obtuvo conclusiones notables: las parejas que cada mañana al despedirse se besan… viven hasta cinco años más, ganan entre el 20 y el 30% por arriba de la media, incurren en menos ausentismo laboral y no suelen ser proclives a los accidentes de tráfico camino al trabajo. Al parecer el beso nos infunde buena energía, ya que ese simple gesto supone una forma de aprobación y apoyo mutuo en la pareja, haciendo que las personas encaren el día de una manera positiva.
En la misma línea, el terapeuta de parejas estadounidense John Gottman afirma que darse un beso todos los días durante seis segundos puede reportar múltiples beneficios. Un beso apasionado, significativo, que nos desconecte de lo externo (como pasaba en los comienzos de la relación). Sostiene que este ritual colabora a mantener y profundizar la conexión entre las personas, fomenta el cariño y la admiración y, por qué no, nos vuelve cada vez mejores “besadores”.
Aunque suene breve, seis segundos es tiempo suficiente para relajar la mente y volver al momento presente: un beso, bien dado, no en piloto automático sino a conciencia, funciona como una meditación, una suerte de mindfulness.
Químicamente es lo que tarda el cerebro en mandar la señal que libera oxitocina -la hormona del apego y el amor-, y dopamina y serotonina (neurotransmisores relacionados con la felicidad). Y algo más: está demostrado que luego de un beso se reduce el cortisol, la hormona del estrés.
Cuando nos besamos se segregan endorfinas, sube la adrenalina, aumenta la presión sanguínea, se dilatan las pupilas, el ritmo cardíaco y la respiración se aceleran, y el volumen de oxígeno en sangre se incrementa. Cambios orgánicos que, como es lógico, nos hacen sentir más energizados.
El profesor Gottman sugiere acompañar el beso con unas palabras de afecto, como un “te quiero” o algo que exprese la alegría que es volver a verse.