“Dios –escribe Rodolfo Braceli- es un desaparecido porque, realmente, desaparece cuando estallan los mundiales”. Y en esos momentos, entonces, es cuando Maradona, “más que apellido, más que sustantivo, es verbo”. Y recita: “Yo Maradona, tú Maradona, él Maradona… nosotros Maradonamos, vosotros Maradonáis, ellos Maradona”. Braceli, notable escritor y periodista nacido hace 83 años en Mendoza, lo escribe en “Entre dioses es la cuestión. Consecuencias de aquel bostezo de Dios”, un nuevo libro sobre Diego, y justo en el trigésimo aniversario de su despedida de la selección, en Estados Unidos, donde la albiceleste está jugando la Copa América.
Hubo homenaje a Diego en Miami antes del partido contra Perú. El recuerdo del Mundial de 1994 en Estados Unidos, cuando ese país ni siquiera tenía Liga nacional y cerca del setenta por ciento de su población tampoco tenía la más mínima idea de que estaba hospedando un Mundial de la FIFA. De que Diego había llegado como gran figura de esa Copa y de la que se fue expulsado por la propia Asociación de Fútbol Argentino (AFA), bajo temor de que, por su doping de efedrina, la FIFA provocara la expulsión ya no solo de Maradona, sino de toda la selección. ¿Fue esa la amenaza de Joao Havelange, presidente de la FIFA, cuando alguna supuesta irregularidad en la cadena de control del frasco de Diego amagó con alguna resistencia a aceptar el doping? Como fuere, el que nunca más volvió a jugar en la selección fue Diego. Julio Grondona reafirmó en cambio su camino en la FIFA, de la que llegó a ser vicepresidente senior, titular de Comisiones claves, Marketing y Finanzas, hasta su muerte en 2014.
Hoy se cumplen treinta años exactos del momento en el que Diego confirmó su salida llorando y con una de sus frases históricas: “Me cortaron las piernas”. ¿Y si también miráramos con menos nostalgia y más autocrítica la frase? El colega Andrés Burgo (coautor con Alejandro Wall de “El Ultimo Maradona”) dice que también podríamos expresar “Me corté las piernas”. Alude a la enorme irresponsabilidad que significó permitir que un físicoculturista de 27 años, con sanción previa por doping y que Diego había conocido solo porque frecuentaba el gimnasio de Claudia (su ex esposa) tuviera la potestad para suministrarle las pastillas malditas a Maradona. Fue irresponsable por parte de Maradona. El médico Ernesto Ugalde y el preparador físico Fernando Signorini vieron por supuesto que eso no debía suceder.
Conocedores de lo difícil que podía ser cuestionarle el tema a Diego sugirieron a Grondona que la AFA hiciera un control interno, que permitiera ver si las pastillas del físicoculturista (Daniel Cerrini) tenían peligro de doping. Grondona no quiso hacerlo. Difícil saber por qué. Y aceptar también entonces que las piernas no las cortó solo la FIFA que sí había dado sin embargo piedra libre a Diego en la clasificación al Mundial, cuando, por gestión de Grondona, no implementó controles antidoping en el repechaje contra Australia. ¿Cómo (para Diego) no sentir entonces cierta impunidad, cierta sensación de que esa misma protección se extendería a un Mundial que precisaba la figura marketinera del 10? Más que las piernas, aquel episodio de hace treinta años cortó esperanzas. Y la responsabilidad no fue solo de una persona.