La fanfarronada de Javier Milei con el Premio Nobel

La fanfarronada de Javier Milei con el Premio Nobel

La fanfarronada de Javier Milei con el Premio Nobel

En un discurso en Europa Javier Milei dijo que está reescribiendo la teoría económica y que si las cosas le salen bien como gobernante merecería el Premio Nobel de Economía. Es de esperar que lo haya dicho sólo para resaltar lo complicado de la situación que encontró al asumir la presidencia de la Nación y provocar a quienes apoyan otras políticas económicas. Como fuere, su exposición (dejando de lado las fallas de interpretación de modelos económicos) sirve para aclarar confusiones generalizadas sobre la relación entre la teoría y la práctica económicas.

Como primer punto, el Nobel se otorga por contribuciones a la ciencia económica, no por resultados de políticas económicas. Se reconoce el aporte de una herramienta o de un enfoque útil para avanzar en el conocimiento, para esclarecer de manera fundamental un tema. No se avalan toda una obra o una vida. Y como se trata de contribuciones puntuales y la economía es una ciencia social los premiados no necesitan tener título formal de economistas. Allí están John Nash (matemático,1994), Daniel Kahneman (psicólogo, 2002) o Elinor Ostrom (politóloga, 2009). También por eso lo reciben economistas de diferentes escuelas o ideologías, como Friedrich von Hayek (liberal, 1974) y Gunnar Myrdal (socialdemócrata, 1974).

Ya que se mencionó a Nash corresponden dos aclaraciones con respecto a “Una mente brillante”, película que resume aspectos de su vida. Es una gran obra, pero contiene errores (y omisiones). Uno es la licencia cinematográfica del empalagoso discurso de Nash al recibir el Nobel. Nunca ocurrió. Ante las dudas (que sí refleja el film) por su comportamiento debidas a su esquizofrenia paranoide las palabras las dirigieron los otros galardonados, John C. Harsanyi y Reinhard Selten. En cambio, Nash condujo el día anterior un seminario sobre sus aportes a la teoría de los juegos. El segundo error es la referencia a que el trabajo de Nash invalidaba el pensamiento de Adam Smith. No es así. Tanto Smith como Nash analizaron el comportamiento egoísta de las personas y cómo el contexto condiciona el resultado. No es que para Smith el egoísmo lleva a buenas consecuencias y para Nash a malas. Una cosa es el egoísmo en un ambiente de competencia debido a la presencia de muchos agentes (Smith y sucesores), otra cuando son pocos los agentes y aparecen comportamientos estratégicos (Nash). El segundo completó al primero.

Ahora bien, claro que hay relaciones entre la teoría y la vida real. Esta última inspira el trabajo, pero toda ciencia utiliza abstracciones de la realidad llamadas modelos. Luego se verá cuán bien éstos reflejan la realidad y las interacciones entre pensamientos y datos (econometría mediante, en economía) van guiando el conocimiento. Sin embargo, a diferencia de las ciencias naturales, en economía los experimentos controlados para verificar las hipótesis son muy limitados (aunque los hay; allí está el premio para Vernon Smith en 2002). En parte por eso el reconocimiento del Nobel en Economía demora bastante comparado con las ciencias naturales. Hay que recolectar datos de diferentes sociedades en diferentes circunstancias, ver cómo los planteos novedosos sirven para sugerir otras asociaciones entre las variables, incluyendo señalar la necesidad de usar otros datos, si los análisis gracias a la nueva posición brindan mejores respuestas que a su vez serán contrastadas por otros profesionales y así.

Pero cotejar modelos es distinto que hacer política económica. Ésta involucra la economía normativa, cuando a partir de los desarrollos de la teoría (economía positiva) se aconsejan ciertas decisiones. Entonces aparecen problemas distintivos. Primero, los protagonistas son personas, no cosas. Con su dignidad, sus pensamientos, proyectos, expectativas e independencia de conducta. Un punto resaltado por los liberales, quienes por eso sólo proponen marcos generales para la decisión individual, y olvidado por los intervencionistas, quienes en general se caratulan de sensibles pero tratan a los individuos como piezas que es posible manipular y reordenar como le parezca al déspota ilustrado (o al ilustrador del déspota, si llegan ellos al gabinete). Por lo tanto los resultados no tienen por qué ser los del papel, aunque haya muchas lecciones universales, como que el exceso de emisión de dinero o la caída en la demanda por dinero llevan a la inflación.

El segundo problema es que normalmente no se cuenta con toda la información necesaria para actuar con seguridad. En parte por rezagos en su recolección, en parte porque es inaccesible (tales las aspiraciones y proyectos de vida individuales). El tercero, que hay muchos intereses que intervienen en la toma de decisiones, tanto de manera legítima como ilegítima. En consecuencia, no hay por qué esperar que la política económica refleje exactamente una teoría sino que suele ser fruto de combinaciones de diferentes grados de ignorancia y de negociaciones que responden a las fuerzas de los involucrados en las decisiones.

Por ahora, ¿qué hace Milei? Manifestar en actos de gobierno el pensamiento de (dice él) la Escuela Austríaca de Economía. No es un pensador original sino un instrumentador. Y si la aplicación no responde exactamente a los planteos austríacos podría ser porque la política debe ajustarse a las circunstancias aunque lo haga desde ciertas bases o ejes fundamentales. En parte es ciencia, en parte casuística. Sus efectos serán datos nuevos que ya verá la ciencia si es posible vincular a determinados modelos. Además, el análisis serviría para aclarar cuánto de un fenómeno se debe a una medida determinada y cuánto a otros factores. Los resultados afectarán la confianza en ciertas ideas pero al final la evaluación la dará el voto ciudadano, no el Comité Nobel.

Para concluir vale la pena citar, porque vienen al caso, las palabras de von Hayek en el brindis de la cena de premiación (transcriptas por Juan Carlos de Pablo en “Nobelnomics”): “El Premio Nobel en Economía le confiere al galardonado una autoridad que no posee. Propongo que quien lo recibe realice un juramento de humildad, similar al que efectúan los médicos”.

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