La misa de hoy: el sentido de la muerte y de la vida

La misa de hoy: el sentido de la muerte y de la vida

Presbítero Marcelo Barrionuevo.

Hace 16 Hs

“Y una mujer que padecía flujo de sangre desde hacía 12 años, y que había sufrido por parte de muchos médicos, y gastado todos sus bienes, iba de mal en peor; cuando oyó hablar de Jesús, vino por detrás entre la muchedumbre y tocó su vestido. En el mismo instante se secó la fuente de sangre y sintió en su cuerpo que estaba curada de la enfermedad (...) Él los echó fuera a todos, y con el padre y la madre de la niña y sus acompañantes entró donde estaba la niña, la tomo de la mano y le dijo: -Talitha qumi (que significa: ‘contigo hablo, niña, levántate’, en arameo, dialecto del hebreo). La niña se puso en pie inmediatamente y echó a andar. Y se quedaron viendo visiones. Les insistió en que nadie se enterase; y les dijo que dieran de comer a la niña” (Marcos 5, 25-34).

La Liturgia nos habla de la muerte y de la vida. La Primera lectura nos enseña que la muerte no entraba en el plan inicial del Creador: Dios no hizo la muerte, ni se recrea en la destrucción de los vivientes; es consecuencia del pecado. Jesucristo la aceptó “como necesidad de la naturaleza, como parte inevitable de la suerte del hombre sobre la tierra, (...) para vencer al pecado”. La muerte angustia el corazón humano, pero nos conforta saber que Jesús aniquiló la muerte. No es ya el acontecimiento que el hombre debe temer ante todo. Es más, para el creyente es el paso obligado de este mundo al Padre.

El Evangelio de la Misa nos presenta a Jesús que llega de nuevo a Cafarnaún, donde le espera una gran muchedumbre. El jefe de la sinagoga, Jairo, tiene una hija a punto de morir y una mujer con una larga enfermedad en la que había gastado toda su fortuna; ambos sienten una especial urgencia de Él. Por el camino hacia la casa de Jairo tiene lugar la curación de esta enferma, que ha depositado toda su esperanza en Cristo.

Jesús se ha detenido para confortar a esta mujer. En esto, le comunican al jefe de la sinagoga: Tu hija ha muerto; ¿para qué molestar ya al Maestro? Pero Jesús tomó a Pedro, Santiago y Juan para que fueran testigos del milagro. Llegan a casa y ve el alboroto, y a los que lloran y a las plañideras. Al entrar, les dice: ¿Por qué alborotáis y estáis llorando? La niña no ha muerto, sino que duerme. Y se reían de Él... No comprenden que para Dios la verdadera muerte es el pecado, que mata la vida divina en el alma.

La muerte terrena es, para el creyente, como un sueño del que despierta en Dios. Así la consideraban los primeros cristianos. No podemos afligirnos como quienes nada esperan después de esta vida, porque si creemos que Jesús murió y resucitó, así también Dios a los que se durmieron con Él los llevará consigo. Hará con nosotros lo que hizo con Lázaro. Y cuando los discípulos piensan que se trataba del sueño natural, el Señor claramente afirma: Lázaro ha muerto. Cuando llegue la muerte cerraremos los ojos a esta vida y nos despertaremos en la Vida auténtica, la que dura por toda la eternidad: al atardecer nos visita el llanto, por la mañana, el júbilo, rezamos con el Salmo responsorial. El pecado es la auténtica muerte, pues es la tremenda separación -el hombre rompe con Dios-, junto a la cual la otra separación, la del cuerpo y el alma, es cosa más liviana y provisional. Quien crea en Mí, aunque muera vivirá, y todo el que vive y cree en Mí no morirá jamás. La muerte, que era la suprema enemiga, es nuestra aliada, se ha convertido en el último paso tras el cual encontramos el abrazo definitivo con nuestro Padre, que nos espera desde siempre y que nos destinó para permanecer con Él. “Cuando pienses en la muerte, a pesar de tus pecados, no tengas miedo... porque Él ya sabe que le amas... Si tú le buscas, te acogerá como el padre al hijo pródigo: ¡pero has de buscarle!”. Tú sabes, Señor, que te busco día y noche.

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