“¿Quién dijo que mi interpretación es la correcta?”, señaló sabiamente Javier Milei en un reportaje hecho horas después del triunfo legislativo que le significó conseguir lista y aprobada, aunque remendada, la Ley de Bases en el Congreso, donde está en franca minoría. El Presidente se refería así a una metida de pata que él mismo admitió en su momento, en relación a un viejo cortocircuito con el Papa que derivó en un exabrupto de su parte del cual señaló, más de una vez, que se había arrepentido de corazón. Lo recordó ayer con mucha humildad, en trance de comenzar una especie de relanzamiento de su gobierno.
Los liberales suelen valorar altamente la libertad individual, incluyendo la libertad de religión y la libertad de expresión y esto implica una predisposición natural hacia la tolerancia, ya que esa corriente de pensamiento defiende el derecho de las personas a tener y expresar diferentes opiniones y creencias. Tanto los liberales como los libertarios valoran la libertad individual, aunque los libertarios suelen ser más radicales en su deseo de minimizar la intervención de los gobiernos y maximizar la libertad personal y económica.
Por eso, se entiende menos desde el concepto, el berrinche de algún funcionario del gobierno nacional que pretendió volver a imponer un carné identificatorio de autorización a los periodistas para ejercer la profesión, una vieja práctica fascistoide que había quedado en la banquina hace casi 40 años. En 1947, había que pedirle permiso al Estado para ejercer el periodismo y hoy, algunos pretendieron en el Gobierno que ese papá venerado por entonces sea quien vuelva a tutelar la profesión de informar y opinar, debido que algunas opiniones de periodistas (o como dice el Presidente, “interpretaciones” diferentes) duelen demasiado.
Más allá de marcar este punto, que no es parte de una cuestión corporativa, sino de exponer el flagrante contrasentido sobre el respeto del parecer de los demás (que Milei subrayó en esa entrevista cuando dijo “no soy dirigista, sino liberal”) y el desliz que tuvieron los alcahuetes de siempre, aquellos que están en todos los gobiernos, maquiavélica idea que hace tres días duró apenas un par de horas en las páginas oficiales. Un innecesario gol en contra.
De todo lo que dijo el Presidente en esa entrevista, charla que tuvo muchos condimentos económicos y en la que se lo vio aplomado como si los seis meses y pico de traqueteo le hubiesen agregado alguna capa de resistencia a la piel (una curva de aprendizaje, al fin), este punto de ser liberal para algunos personajes con los que hay que interactuar y no para otros no habla bien en general de su gobierno y es parte del meollo de las contradicciones entre la tolerancia y la imposición que a veces le sale a los funcionarios desde el fondo del alma.
Poner sobre el tapete un camino tan disparatado de parte de un liberal-libertario es apuntar al fondo de la cuestión y es valorable si las cosas se corrigen. El caso no se trata una simple “hojarasca”, tal el término que puso de moda el mismo Milei también ayer a partir del bautismo que dijo que hizo Federico Sturzenegger del proyecto de ley que se mandará al Congreso cuando el economista se incorpore formalmente al Gobierno, la semana próxima y ya se verá con qué cargo. La idea del nuevo colaborador apunta a anular el conjunto de unas 100 normas vigentes hoy tan frágiles y volátiles, algunas en desuso, que sólo sirven para complicar.
El Gobierno considera en el fondo que, pese a las podas, la nueva Ley es tan abarcativa que hay viejas normas que la contradicen y que hay que eliminar. La "hojarasca", entonces, se refiere al descarte, literalmente a las hojas secas que caen de los árboles que, salvo cuestiones que tienen que ver con la humedad del suelo, no tienen mayor valor comparado con el fruto que el árbol puede producir. Más filosóficamente se podría hablar de algo de poca sustancia: “mucho ruido y pocas nueces”, podría decirse.
Esta sensación también es la predominante luego de analizar la gestión hasta acá, para algunos una singular pérdida de tiempo extra al fenomenal parate que le significó al país el gobierno de Alberto Fernández y el notable deterioro que generó la ambición de Sergio Massa. Sin experiencia, en este tiempo que pasó Milei tuvo que acomodarse, mientras trató de sacar al paciente del coma, pero no sólo le faltó suero, sino en varias áreas idóneos que lo aplicaran correctamente, más alguna aceleración de su parte, algo casi natural para su personalidad, lo que lo llevó a desordenarse demasiado.
El reportaje de celebración del hito legislativo del jueves bien podría ser el puntapié inicial de un nuevo ciclo más previsible, aunque como esta columna ya ha sostenido no parece estar en la naturaleza del Presidente serlo. A veces, sus pensamientos van más ligero que el orden que se necesita para transitar fase por fase, tal como explicó bastante didácticamente ayer. Ahora, Milei tendrá con suerte medio año más para avanzar, ya que 2025 habrá elecciones y no habrá político que quiera acompañar nuevos proyectos para dar vuelta rápidamente la situación como una media, tal como se necesita para acortar el sufrimiento. La conclusión más sencilla es que habrá cepo para rato.
En cuanto al desorden político que aqueja al Presidente en temas internacionales, también sería importante que tome nota que el mismo grado de recato y moderación que acaba de expresar en relación a Francisco bien podría desparramarlo hacia otros jefes de Estado, los presidentes Lula da Silva y Pedro Sánchez, por ejemplo, quienes también interpretan la realidad de una manera diferente a sus puntos de vista y están a cargo de dos naciones de los que la Argentina no puede prescindir.
Es obvio recordarlo, pero en materia internacional, los políticos están para administrar intereses. Con China, la necesidad tuvo cara de hereje y para renovar el swap de monedas hubo que prometer (por ahora, solamente eso) que el Presidente iba a viajar a entrevistarse con Xi Jinping. El canciller alemán, Olaf Schotz le dio hace unos días a Milei una lección extra de diplomacia ya que, socialista él, lo recibió en Berlín sin mirar el color de su ideología, la que seguramente le gusta poco y nada.
China y Alemania tienen mucho peso en el FMI, otro de los blancos del Presidente en estos días, focalizado en el Director del Departamento Occidental, el chileno Rodrigo Valdés, sostenido por un Directorio donde los Estados Unidos, hoy manejado por los demócratas, le dio su aval. La número dos del Fondo y jefa de Valdés, Gita Gopinath representa al Tesoro y fue quien se despachó con nombre y apellido hace unos pocos días contra los puntos vulnerables del Plan que elaboró el ministro Luis Caputo.
Sin dudas, analizar todas estas cosas (y revertirlas) como sustento de la hoja de ruta que esbozó para dar vuelta a la Argentina, fases que necesitan cientos de cambios de fondo todavía para empezar a crecer sostenidamente, lo podría elevar más a Milei que los berrinches ideológicos que nada tienen de liberalismo y mucho de imposición, aunque él crea que eso le gusta a quienes lo quieren ver siempre con la lanza en ristre. En tanto, los amanuenses de su entorno empiojan las redes sociales para visibilizar a como dé lugar la filosofía del escarmiento, el tiempo pasa y las hojas siguen cayendo de los árboles.